Europa no cree en Europa. Este es
el tormento mayor. Cada Estado mira para sí, y así, no se
construye un continente, ni se reconstruye nada. Para una
Europa más humana hace falta activar las creencias y las
conciencias de una Europa más democrática y transparente.
Hay que donar europeísmo por doquier horizonte y darles
protagonismo a las mujeres y hombres de unidad. Que la unión
sea en verdad unión, sin otro interés que hacer familia, es
de lo que se trata. Avivemos, en consecuencia, la ciudadanía
europea como cultura de transformación. No perdamos más
tiempo en empequeñecernos. Sumemos países. Sólo así se
engrandece Europa.
Ahora bien, en el caso de que los gobiernos no evolucionen,
hagámoslo desde los pueblos, injertemos, todos a una y sin
miedo, la revolución de la alianza europeísta, coaligándose
ricos y pobres, aunque se horroricen los poderes más
poderosos. Ha llegado el momento, pues, de desposeerse de
patria y de creer en esta raza universalizada y
universalizadora, que en otro tiempo desempeñó un papel
preponderante en los asuntos mundiales, y que hoy parece
desmembrarse de lo que fueron sus verdaderas raíces.
Volvamos a la esencia esencial, a la fusionada Europa de la
ilusión, no sólo por el euro, también por el vínculo de una
Europa de derechos y valores, de libertad, solidaridad y
seguridad. Debiéramos creernos que el futuro pertenece a
quienes se unen y cultivan los sueños. Sería un paso
adelante frente a tantos reveses. Que nadie se vaya de esta
unión ni de esta unidad, porque le obliguen o porque no se
sienta resguardado. En un mundo globalizado como el actual
es absurdo autoexcluirse y, más necio aún, que le excluyan
de lo que uno forma parte.
Europa, que aspira a actuar como principal potencia
comercial del planeta y primera prestadora de ayuda a los
países en desarrollo, debe dar ejemplo en sus relaciones
tanto exteriores como interiores. La gloriosa Merkel lo ha
dicho, recientemente, bien claro a su país: “el futuro de
Alemania está indisolublemente unido al futuro de Europa”.
Pienso, que cada Estado debiera decir lo mismo a los suyos.
Todos somos Europa inevitablemente o debemos serlo.
Sin duda, estamos llamados a entendernos, a creernos que es
posible una Europa unida, y a ejercer como europeístas sobre
todo lo demás. Activemos lo que sea preciso, ¡pero ya!.
Desde luego, las condiciones de cohesión tienen que ir más
allá de la propia normativa y del mero interés económico,
para que realmente se de una colaboración efectiva entre las
naciones. En toda edificación tiene que haber un credo, la
nueva Europa que estamos forjando no puede ser menos, y lo
tendrá si ciertamente se deja inspirar por la herencia
cultural, religiosa y humanista, como recoge el Tratado de
Lisboa.
Personalmente, confieso que me entusiasma el propósito
europeísta de respeto de la dignidad humana, libertad,
democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los
derechos humanos, incluidos los derechos de personas
pertenecientes a minorías. Buena declaración para poner en
práctica común todos los Estados miembros. Sólo hace falta
asentar la sinceridad como bandera a estas palabras y la
coherencia como actuación de vida. Así, seguro, esta unión
-europea- se habrá ganado su nombre.
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