Qué buen día amaneció ayer, qué luminosidad nada cegadora se
colaba entre el gentío que abarrotaba las calles por Hadú,
qué buena compañía que llevaba uno a rebufo del mercadillo
de San José, ayer en crisis de puestecillos de género textil
que no obstante suplían las mujeres musulmanas, vestidas
algunas al estilo rifeño, revendedoras de fruta y productos
de la huerta, atentas a su alrededor, como la liebre otea el
peligro desde la cama en el terrón con un ojo abierto y el
otro cerrado, no vaya a ser que los municipales les
decomisen las ganancias del día, que chunga está la cosa y
hay que alimentar la camada.
Qué buena compañía llevaba uno al lado, que me producía
regocijo disimulado viendo cómo una cría graciosa luchaba
por soltarse de la mano de su voluptuosa madre, quien más
atenta a la compañía femenina de su vera, también jamona, no
hacía más que recriminar a la pequeña que buscaba una y otra
vez la sombra de los edificios, como luchando contra el sol
picajoso que jugaba a calentarle la cabecita, pobre, de
cuyos lados se descolgaban unas trenzas a lo Pipi
Calzaslargas - le faltaba el caballo -. Y nada, la madre de
armas tomar que le azuza: “Que te calientas, porque es
verano”, “Que te mojas, porque es invierno”, “Vamos niña que
“sufría” eres. Camina y calla ya que te soplo una..”
Adelanto rápido al trío no sea que me llueva a mí, por
fisgón, una colleja de una de las manos de la poderosa dama
y mira por dónde, un mejor encuentro me salva de la quema,
que no del sol que, pelín celoso, se fija en mi nuca pegando
de lo lindo. Que ya no sé si el sudor de mi cuerpo se debe
al fuego del “huevo frito” o al sofoco tardío de haber
salido indemne de lo anterior. Con razón la criatura se
quejaba, yo nó porque no tengo a “naide” aquí a quien darle
la badana. Ni falta que me hace, copón, que según está el
patio...Anda ya. Solitario, tío raro, que te pareces al
perro del hortelano…Mira que eres “saborío”.
Otra y mejor compañía caminaba ahora sí delante de uno,
siendo una rubia espectacular, de buen porte y taconear, de
muslamen tan recio y tostado por el sol que parecía una diva
del cine (cual Penélope Cruz en moreno), y que seguía mis
pasos –bueno, mejor yo los de ella- con determinación hacia
un punto concreto, que, evidentemente y por mucho que me
pesara, no era mi destino. Con un giro veloz y espectacular,
como haciendo una finta tipo zigzag en la “chicán” – que
para sí quisieran nuestros campeones Pedrosa y Jorge Lorenzo
- dirige su monumental esqueleto hacia la escalera de una
plazoleta con destino a quién sabe dónde, y claro, tan
embelesado andaba uno, soñando sin soñar, cantando sin
cantar, a punto de anudar el babero color de esperanza, que
en éstas se cruza un perro que apenas alcanzaba un palmo del
suelo y .. ¡Boum! Aterriza como puedas.. en el duro asfalto
del acerado de Bermudo Soriano.
Un ágil salto para recomponer la figura del anonadado
caminante, todavía me pregunto cómo de milagroso fue, y
enviando una furtiva miradita en derredor …Nada, sólo el
chucho que encima me ladra atreviéndose a sostenerme la
mirada como con cachondeo, refocilándose de su acción y
moviendo la cola como sólo lo saben hacer los perros
machotes, retadores. ¡Como te pille, cacho…!
Con estas anécdotas varias y calenturientas vamos, por el
clima digo, a poco llego a los postres de la exquisita
comida que nos tenía preparada el bueno de Paco (del que
hablaré con profusión y justicia no divina otro san
viernes), al que, nerviosito perdido, le urge como de
costumbre en este día visitar El Lusitano, que algo bueno
allí lo deben dar, a juzgar por los ojillos de ratón colorao
que pone, colmado de colonia y hecho un cromo como Dios
manda.
Qué buen día amaneció ayer. Y cosa rara, no vino nadie a
joderlo, ni los envidiosos, ni los pelotas, ni los nuevos
ricos, menos aún los acreedores.
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