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OPINIÓN - JUEVES, 8 DE SEPTIEMBRE DE 2011

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

Hoy no tengo mijita de ganas de escribir

Por Manuel Corral


Hoy no tengo miajita de ganas de escribir. Puede que sea la calorina de este dichoso levante que no se arruga. Tal vez sea el corazón que palpita casi siempre enemistado conmigo. Hoy estoy como “distraío”, como ausente, como si la chola que tengo por mala cabeza estuviera grogui, acaso igual de vulnerable que el mastododonte de uno cualquiera de los “Chinook” yanquis, al que por más estruendo que meta sobrevolando la traidora cordillera afgana, resulta tan fácil de abatir como al escribidor de marras. Servidor.

Y lo jodío del caso es que no encuentro la causística, el motivo, el por qué; ahora que estoy tranquilo y relajado. ¿Ven lo que les dije de mi mala cabeza? Y mira que me desayuné pronto con un apetitoso zumo de naranja repletito de pulpa, como a mí me gusta, y un café con leche acompañado de tostaditas ricas y crujientes bien empapadas de aceite de oliva picual y mantequilla de Soria, como no podía ser menos, ostia.

Pues nada, ya digo, aquí estoy a la vera del mar oteando la mole de Gibraltar, peñón que aunque me trae agridulces aventuras añejas, opto por guardar ahora en el libro de los recuerdos. Ahora lo que importa es lo que me trae la brisa entre húmedas salpicaduras, que mojan más al espectador silente. La brisa me trae lo de siempre - que al final voy a tener que cambiar de mirador, aviso -, y con efecto retardado pero machacón como el martillo pilón del herrero. Me trae la terrible frase de quien un día soltó para desdicha, propia o contraria: “Si no te casas conmigo, estoy perdiendo el tiempo”.

Nada, la negación en estado puro. Y duro. Que por no ver ni veo al pescador que entre las rocas resbaladizas se emplea a fondo tratando de sacar del agua con la ayuda de una caña larga y robusta, un pez que se esfuerza por burlar su victoria. Voíla. Allá que te vuela el condenado – el pez no el pescador -, que a poco se despanzurra contra los cortes de la roca. El pez es una lisa de cerca de un kilo de peso – pena no tener a mano una báscula de las de toda la vida, marca “Roma” creo recordar, que era aliada del papel de estraza para sirlarte las pesetillas que costaban en aquél entonces horrores de ganar -, y a juzgar por la presencia con un brillo palpable de estar bien alimentada. Lástima, porque aún bañada por ramalazos de blanca espuma en intento de salvar la especie, termina escapándosele por sus branquias la última bocanada de vida.

Levanto el pulgar de mi mano derecha –cuál si nó- hacia el pescador ceutí, de nombre Hassan, quien esboza una amplia sonrisa de satisfacción sabiéndose visto como campeón de la cosa, o seáse pescador de cebo, por verdugo una gran miga de pan.

Dejo pues al hombre que siga entretenido en su mundillo, que a lo mejor a mi vuelta ha llenado de peces el maletero de su todoterreno. De regreso al centro al pasar cerca de la playa de Benitez, marchita de bañistas, tiendas volanderas, coches y por supuesto aparcacoches, me cruzo con Javier, el pastor líder de la Iglesia Evangélica local, que es buen siervo del Señor y mejor persona, al que saludo desde la salvable distancia entre coche y peatón, pues éste es mal momento para confesarse, que hay más días que longanizas, digo. Además, creo recordar que le debo una visita tiempo ha, pero él sabe que estoy volcado con mi trabajo hasta el día de mi marcha, que será cuando Dios quiera. Eso sí apreciado Javier, siempre te agradeceré el mucho respeto y aprecio que tanto tú como los fieles de tu congregación religiosa me habéis dispensado, por más que uno no pudiera en cierto otoño pasar de “segundo violín”. Gracias.

Verlo a Javier me dio muchísima alegría pero también me trajo, aun sin él pretenderlo, seguro, el fantasma del desamor; que duele, tanto o más que siente la razón, por mucho que gane al corazón.

Ya termino, que no tengo palabras que sacar de la chistera, sólo tribulaciones. Si acaso hoy, para alegrarme la sesera, deseo hacer un pequeño homenaje para otro ceutí de bien, persona que ha visto mis pesares, va para tres años, y donde el saludo, el apretón de manos sincero, la charleta breve pero fructífera, o lo que el silencio dice por lo que no aprueba pero por educación respeta, acontece también en la persona de mi entrañable quiosquero, don José.

Igualmente, porque su honradez se convierte en autosacrificio ¿O no lo és estar mañana y tarde los 365 días del año, así caigan chuzos de punta, así queme el asfalto que se derrite torrado al sol, así rayos, truenos y centellas lo quieran sacar a la fuerza de entre las cuatro paredes del puesto de prensa, chucherias, bebidas y simpatía a raudales, solo ésta gratis?

Le queda eso sí, don José, la recompensa del aprecio de los paisanos, entre los que me incluyo, voluntariamente por supuesto, porque he observado en mi deambular callejero por O´Donnell, que rara vez no tenga usted allí, al cobijo de su bonhomía, grupos varios de alegres, bulliciosos, ríentes parroquianos como la más fiel de las compañías. Que es lo que usted se merece, don José. Y yo le ruego, por favor, que siga siendo ejemplo de superación. Y de admiración.

Verdad que lo dije. Hoy no tengo mijita de ganas de escribir.
 

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