No se borra de mi mente el verano
de 1998. Concretamente el mes de agosto. Porque las fiestas
patronales fueron más políticas que religiosas y destinadas
al ocio. En esos días, de lo que más se hablaba era de
Antonio Sampietro: un tipo del GIL que era el encargado
de hacer proselitismo de su partido y de convencer a los
ceutíes de los muchos beneficios que obtendrían votando a
unas siglas que ya regían los municipios de Marbella y
Estepona.
La invitación del GIL me llegó muy pronto. Así que la acepté
y fue distinguido con un asiento a la derecha de Sampietro
en la cena celebrada en la caseta de San Urbano.
Perteneciente a la Policía Local. Evidenciando que lo del
GIL iba tan en serio como palpable era que contaba ya con el
apoyo de instituciones muy respetables.
De aquella cena, en la cual Sampietro mimaba ya a Aida
Piedra, mujer joven y atractiva, recuerdo cómo bramaban
de alegría algunos ceutíes que presumían de haber sido los
mensajeros primigenios que habían convencido a Jesús Gil
para que enviase como candidato a la alcaldía al muchacho
catalán que hasta entonces solo había destacado como remedo
de bon vivant.
Y a fe que el tío no se privaba de nada. Aunque es bien
cierto que en cuanto abría la boca se le notaban mucho los
conocimientos que había adquirido como ligón de piscina de
barrio. Lo cual, aunque no fuera moco de pavo, en aquellos
tiempos tan revueltos, no suponía suficiente aval para
aspirar a convertirse en la primera autoridad de Ceuta.
No obstante, AS, testaferro de Jesús Gil, sabía que su
candidatura gozaba de todas las ventajas habidas y por
haber. Ya que el malestar existente en la ciudad era un
hecho palmario. Malestar contra el Gobierno de Aznar.
Porque éste no había dado muestras de generosidad alguna
hasta entonces.
De hecho, cuando el GIL ganó las elecciones fue cuando Aznar
comenzó a darse cuenta de que había tenido abandonado a los
ceutíes. Son palabras de un dirigente que sigue ganando
elecciones por mayorías absolutas.
Quienes se afiliaron al Gil -periodistas de la época,
personajes destacados de la ciudad, algunos llegaron a
ocupar cargos destacados, profesores, funcionarios…-, salvo
rara excepción, siguen negando que lo hicieron convencidos
de que aquel partido sacaría a Ceuta de su atraso secular.
Según proclamaban a voz en grito. Es más, cuando se les
recuerda su pasado político, se vienen abajo y lo primero
que te dicen es que ellos no tuvieron ninguna influencia en
el desarrollo de los acontecimientos. Porque se avergüenzan
de haber pertenecido a un partido que vino dispuesto a
saquear las arcas municipales. Tal y como hicieron en la
Costa del Sol.
Por tanto, y aunque yo no estoy dispuesto a regalar
ditirambos a los políticos, debo reconocer que Juan Vivas es
el único que ha sabido siempre mantener el tipo cuando se le
ha preguntado por los ‘gilistas’ que fueron acogidos en el
PP. Al no tener ningún reparo en declarar, una y otra vez,
que si los ‘gilistas’ están en el Gobierno es porque han
demostrado aptitudes suficientes para ello. Y que todo el
mundo tiene derecho a evolucionar y a enmendar yerros.
Así que ya va siendo hora de que quienes pertenecieron al
GIL, cuando se les pregunta o se les critica, reconozcan su
error. Y aquí paz y después gloria. Ya que nadie es
perfecto.
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