Que el verano aun no toca a su fin es cierto. Que a los
residentes de estos lares todavía nos quedan bochornosas
noches por sufrir y sudorosas humedades por aguantar es tan
claro como el agua cristalina que brota alegre y
chisporroteante por las fuentes de Benzú.
Que si el techo y las paredes de la habitación arden y
crujen por la calor es un hecho, fijo, que no sé como
aguantan las gaviotas (otro día hablaré de una en
particular) con su plumaje de otoño al raso en estas noches
de incendio, también, que mi cuerpo se churrusca acribillado
por un ejército de mosquitos cuasi invisibles, más leña al
fuego. Como quien no quiere la cosa, una nube de
disciplinados soldados, prietas las filas en secciones,
compañías, batallones, regimientos y divisiones, que sé yo,
han entrado a saco en mi hogar y sin mi permiso; son plaga
los chupópteros y zumbones mosquitos que, con alevosía y
nocturnidad, sodomizan mi cuerpo serrano expuesto a sus
infectas picaduras.
Simulan ser arqueros lanzando sus finos pinchos como flechas
impregnadas de veneno, y claro zombi le dejan a uno, venga a
ganar sarpullidos por doquier, que si uno en el codo, que si
otro en la frente, que si uno más de refilón en la oreja
buena, no la sorda - con lo que eso jode: que tengan tino
además -, que si ahora otro picotazo en la nalga derecha,
que es la preferida de tu chica, encima, y justo al lado del
tatuado escorpión negro que, inmóvil, ni siquiera ha
levantado el aguijón ¡Cobarde, ¿Dónde diantres lo tenías
metido?!
Y siguen los horrores, esta vez, con lo que eso duele, en el
dedo meñique del pie. ¿Cómo, que de qué pie, si el izquierdo
o el derecho? Queeeeé, no le digo oiga que con la que está
cayendo nos vamos ahorita a poner tiquismiquis…!Insolidario,
aguafiestas, mire que llantina le ha cogido el pequeñajo!
Fuera picores e irritaciones del magullado cuerpo. Deja ya
de rociarte de esa baratucha colonia a granel que llena la
estancia de olor insulso, evacúa si es que puedes esa peste
del insecticida que de milagrero nada tiene – que bien te la
pegó la dependienta mocita con sus ojos de esmeralda y su
escote a dos mares, que tú no tenías oídos pa ná sólo ojos
abiertos y grandes como platos, ay -, aparte de tu vista el
botecito del alcohol de 96º y tira ya mismo a la basura, que
no al váter so guarro, el limón cortado que-todo-lo-cura.
Quía. Todo en su conjunto armas de juguete. O peor aún,
cóctel de imposibles en una noche para olvidar.
Aguanta, que vienen raudos desde el hospital de Loma
Colmenar las ambulancias, oye cómo ululan sus sirenas y
mira, si es que la negra turba de mosquitos asomados a la
ventana te deja, encima chismosos, el parpadeo rítmico,
cadencioso, salvador de sus luminosos de naranja, tu color
preferido. Anda eh, que te quejarás todavía…
El reloj de la mesilla de noche (¿Por qué rara circunstancia
empiezo a odiar la palabreja noche?) marca las seis horas.
Pronto amanece un día nuevo. Es tiempo de claudicar, OK,
basta ya, arrivedere, pues las fuerzas fallan y los ojos,
pesados como plomos, se cierran para olvidar.
De entre las sábanas sudadas emerge, como un periscopio de
submarino en ultramar, anudado en el dedo índice de una mano
una bandera blanca con multitud de manchitas de rojo en
señal de rendición. El hombre no puede más, la batalla la
ganaron los insectos que se retiran ruidosos, por fin, del
escenario de la contienda a sus cuarteles de verano, allende
el carrizal.
¡¡Mi buga por un bidón de napalm. Que el helicóptero me lo
pone Rubalcaba por un voto!!
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