El hombre venía acumulando más
nervios que el cirujano de cualquier plaza donde toree
José Tomás. Comparación que sale a relucir mucho entre
quienes forman parte de la familia taurina. El hombre al
cual me refiero es un empresario de andar por casa que acaba
de leer lo escrito por un tío que dice llevar 20 años
analizando la economía y que ha rematado su análisis de la
siguiente manera:
-Europa camina sin rumbo, su moneda está amenazada de
extinción y sus estados miembros adoptan medidas cosméticas
y son incapaces de hablar con una sola voz. Hay quien
vaticina otro crash bursátil peor que el de 1929 en los
próximos meses.
Nuestro hombre, es decir, el pequeño empresario, que ya de
por sí llevaba una racha alterado, agitado, angustiado y
dispuesto a media vuelta de manivela a levantar la voz para
hacer notar su acritud, siente molestias en el brazo
izquierdo y opresión en el pecho. Y se da cuenta de que su
corazón no está capacitado para soportar lecturas sobre el
momento económico que vivimos.
A la mujer del empresario, irritada en extremo, lo primero
que se le ocurre es responderle que no lea nada que pueda
afectarle a su salud. Y le recuerda que él ya no está en
edad de martirizarse con análisis que apenas entiende. Y
menos de los economistas. Los cuales, según tiene oído ella,
suelen opinar a toro pasado.
Créanme que existe el empresario a que me refiero, aunque
debo mantener su nombre en secreto. Un empresario que jamás
se había preocupado por adentrarse en el vocabulario de la
economía hasta hace tres años. Y, desde entonces, habla como
un papagayo de fluidez monetaria y de crecimiento. De
inflación y deflación. De proteccionismo, de monopolio, de
liberalismo (económico), etcétera. Sin olvidarse de las
primas de riesgo y de las hipotecas basuras. Y, sobre todo,
cuando se le habla de los bancos pone el grito en el cielo y
se acuerda de todos los muertos de Botín. Y
apostilla:
-Sí, coño, ese Fulano fue el que dijo, con recochineo, que
“En este país hay muchos que presumen de ricos, pero ricos
de verdad sólo somos unos pocos”. El mismo que ahora me
tiene asfixiado, y al borde de buscarme lo que no tengo, por
negarme los créditos que antes me ofrecía a todas horas sin
importarle tener que dorarme la píldora.
Ante el estado preocupante que muestra el empresario,
sometido a un estado de tensión enorme, a mí no me cuesta
ningún trabajo, cada vez que nos vemos, que suele ser una o
dos veces a la semana, decirle que es sumamente importante
impedir que te asusten. Y, a partir de ahí, le pongo al
tanto de citas que se me van viniendo a la memoria. Las
mejores cabezas no se encuentran en el Gobierno. Las mejores
cabezas están siempre cavilando para ver cómo pueden poner a
la clase media haciendo cola ante Cáritas. “La unidad del
mercado anula el poder de los gobiernos”. En política,
cuando todo va bien, lo único que de verdad va bien es la
economía y en economía, cuando todo va mal, lo único que de
verdad va mal es la política”. Y, desde luego, “Los
empresarios desean verse libres del Gobierno cuando
prosperan, pero protegidos cuando les va mal”.
-Vamos, que estamos perdidos… -dice el empresario con voz
dolorida.
-No. Siempre nos quedará Juan Luis Aróstegui y
Caballas.
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