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OPINIÓN - MARTES, 6 DE SEPTIEMBRE DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Perros asilvestrados
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando la década de los ochenta estaba dando sus primeros pasos, vivía yo en un piso de la barriada de Zurrón. En aquel tiempo, debido a mi trabajo nocturno, mi llegada a la vivienda se producía a altas horas de la noche. Horas en las que apenas se veía transitar a nadie por las calles de un sitio donde aún no se habían construidos otros edificios. Así, la única compañía, por lugares cercanos a la ya desaparecida plaza de toros, era la de chavales metidos en las drogas, ladronzuelos de poca monta, y muchos perros asilvestrados que ocupaban el territorio buscando comida en los basureros.

De vez en cuando, las necesidades y los miedos de aquellos animales, les hacían ladrar lamentos que además de causar cierto miedo a los escasos viandantes les encogían el corazón a los que tenían más que demostrado su amor por los canes.

En ocasiones, cuando a mi me daba por referir el problema de aquellos perros, hambrientos, enfermos y repletos de infecciones, lo primero que me decían algunas autoridades, sin cortarse lo más mínimo, es que aquellos perros procedían de Marruecos y que lo que había que hacer es matarlos sin contemplaciones. Cuando la triste realidad era otra: no todos los animales llegaban atravesando los montes fronterizos, sino que muchos eran perros abandonados por familias que en su momento los emplearon como regalo de Reyes, cumpleaños u onomásticas para satisfacer los caprichos de sus criaturas.

Me imagino que en el Monte Hacho habrá perros asilvestrados que no ha mucho compartían domicilio con unos dueños que un mal día, vaya usted a saber los motivos, decidieron abandonarlos. Sin caer en la cuenta de que estaban cometiendo una tremenda injusticia. Ya que un perro domesticado, cuando se ve obligado a echarse al monte, es presa de la mayor soledad. Nada que ver con el nacido en un ambiente salvaje.

Conviene aclarar cuanto antes, y es algo que se saben de memoria los dueños de perros, que la soledad de éstos no se las quita nada más que su amo, y no un igual, así sea una jauría la que tenga alrededor. Todo perro da la compañía que él necesita. Verdad que los propietarios de ellos conocemos sobradamente.

Tengo leído –y también convencido- que el perro es especie comensal del hombre (como el gato es huésped distante) y, como tal especie, hubiera desaparecido hace ya tiempo de haberle fallado ese instinto de la amistad; si el perro no llega a saber elegir su arrimo con sabiduría. A estas alturas, probablemente se hubiera convertido ya en un vago recuerdo histórico.

Ahora, es decir, cuando escribo, mi perro, compañía permanente mientras permanezco sentado ante el ordenador o decido pasarme las horas muertas leyendo, menea su cola en señal de paz y acude presuroso a lamer mi mano como acatamiento. Yo lo achaco más bien a que ha notado mi disconformidad con Abdelhakim Abdeselam, consejero de Sanidad y Consumo, por haber pensado que la mejor manera de acabar con los perros asilvestrados del monte consiste en recurrir a los cazadores para que éstos afinen la puntería. Cruel acción, si es que se lleva a cabo la matanza, que nos haría regresar al trogloditismo. Espero y deseo, por la ley que le tengo al consejero, que se abstenga de tomar una decisión tan horrible. La cual mancillaría su nombre para siempre.
 

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