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OPINIÓN - DOMINGO, 4 DE SEPTIEMBRE DE 2011

 
OPINIÓN

Miscelánea semanal

Por Manuel de la Torre


Lunes. 29


Mi amistad con Eduardo Gallardo comenzó en cuanto nos presentaron. En ese preciso momento, él se declaró lector de cuanto yo escribía y a mí me correspondió mostrarme afable con él. Un día, cuando nuestras relaciones habían alcanzado su punto culminante, me encontré con que su salud se había deteriorado hasta el extremo de no volver a pisar la calle. Así que nos fue imposible seguir conversando con la asiduidad que lo hacíamos. Pero nunca dejé de preguntar por él. Y lo pude hacer por medio de uno de sus hijos, Alberto Gallardo. Mi amistad con AG fue tomando vuelos y creo que ambos nos hemos sentido satisfechos de que entre nosotros surgiera la necesidad de vernos para hablar de cuanto nos apeteciera. Meses atrás, Alberto me contó que no se sentía bien. El diagnóstico que le dieron lo llenó de dudas. Incertidumbre que aguantó con una estoicidad digna de ser reseñada. Cuando decidió operarse, tuve a bien tenerlo entre mis plegarias. Hoy, tras preguntar por él una vez más a un familiar allegado, me ha dicho que ya se encuentra encamado en la planta del hospital. Es decir, que ha salido de cuidados intensivos. Y no he tenido más remedio que celebrar la buena nueva. Alberto, en casos así, yo suelo recomendar a mis amigos que le echen bemoles al asunto. Y tú, sabiendo como eres, seguramente se los va a echar. Deseo verte cuanto antes.

Martes. 30


Hay muchos dueños de perros que incumplen las normas establecidas. Porque se muestran incapaces de quitar las mierdas de éstos. Son los que generan un odio cerval contra unos animales que si han sido capaces de sobrevivir es por haber evidenciado con creces el enorme amor que les profesan a sus propietarios. Entiendo que haya personas que se enfurezcan porque en sus calles se vayan acumulando los excrementos de los canes. Es más, yo me suelo sublevar cuando soy testigo de semejante dejadez. Y me dan ganas de cantarle las cuarenta a quienes se comportan así. No obstante, lo dicho no es motivo para que haya personas que se tomen la justicia por su mano. Es decir, que decidan llegar al extremo de causarles la muerte a los animales. Poniendo en sus calles golosinas preñadas de veneno para que los perros tengan una muerte terrible. Desde hace varios días, me vienen contando que se están matando perros en las calles que circundan un bloque militar. Mayormente, en la calle de Clara Campoamor De momento, se me asegura que han sido dos los animales que han tenido la desgracia de caer en la trampa dispuesta para acabar con sus vidas. Conviene, pues, advertir a los ciudadanos de semejante canallada. Y, sobre todo, es necesario concienciar a la gente de que tener un perro obliga a muchos sacrificios. El primero, sin duda alguna, es recoger sus heces, y a partir de ahí denunciar sin tapujos a los canallas que optan por asesinar a los animales. La denuncia me hace reflexionar: ¿si es verdad que se han producido las muertes de esos perros en los alrededores de un edificio militar, sería conveniente que el comandante general se enterara de semejante atrocidad?

Miércoles. 31

Leer y escribir son dos ejercicios que van cogidos de la mano. Todo lector que se precie, terminará escribiendo. De la misma manera que quien escribe ansía tener tiempo libre para dedicárselo a la lectura. La adicción a la lectura -no recuerdo a quién se lo oí decir-, igual que cualquier otra, no es innata. Si no prende en la primera edad, no prende nunca. Yo conservo el más grato de los recuerdos de aquel bibliotecario sin título, llamado Antonio Femenía, que supo inculcarme la pasión por los libros a una edad que ni pintiparada para ello. Los libros son para el verano. Para disfrutarlos durante las vacaciones. Que es lo que he venido haciendo yo este agosto, como tantos otros agostos. Y lo he hecho, como se hacía antaño, sentado en cómoda butaca, con una copa de vino por delante y mucho tiempo a mi disposición. Lo cual no deja de ser un lujo. Ya que, desde hace mucho tiempo, se lee donde se puede, cuando se puede, como se puede. En suma: poco y deprisa y corriendo. Ya escribió Antonio Gala que gran parte de lo que nos pasa (hablemos de España, por ejemplo) lo evitaríamos leyendo. Desde la corrupción hasta los malos empresarios; desde los políticos de tercera hasta los ambiciosos de cuarta; desde nuestras personales desazones hasta nuestra excesiva vanidad. Leyendo disminuirían nuestra ignorancia y aumentaríamos nuestra imaginación.

Jueves. 1


No suelo yo contestar, salvo rara excepción, ninguna carta al director que me concierna, siempre y cuando llegue desprovista de firma. La de hoy, titulada “Que vuelva De la Torre”, cumple el requisito. Ya que su autor es Manuel Corral. La carta del señor Corral me ha cogido por sorpresa. En rigor: está uno tan poco acostumbrado a recibir muestras de afecto que cuando ello sucede se queda durante un tiempo tan confuso cual extrañado. Es lo que me ha pasado a mí esta mañana, cuando he leído la misiva de quien no tiene el menor inconveniente en proclamarse lector de ‘El Oasis’. Columna que lleva ya siete años publicándose diariamente en la contraportada de ‘El Pueblo de Ceuta’. No obstante, mi respuesta rápida a MC, se debe más que a los ditirambos que me dedica, que suelen tonificar el cuerpo y elevar el espíritu, a que escribe muy bien. Y quienes escriben bien, aunque lo hagan para ponerme como chupa de dómine, me merecen mucho respeto. Eso sí, no consigo ponerle cara al autor de la carta que pide mi vuelta al tajo, por más que llevo toda la mañana devanándome los sesos. Vamos, por mucho que cavilo no acierto a saber quién es la persona que me ve pasear todos los días con mi perro labrador; un ejemplar canino, que está convaleciendo de una fisura. Una lesión que ha conseguido empañar en parte mis vacaciones. Unas vacaciones que suelo coger todos los años, durante el mes más caluroso y taurino de nuestra España, no por hallarme exhausto. De ningún modo. Lo hago, simple y llanamente, para concederles a mis lectores la oportunidad de no bostezar por la insistencia. Ahora bien, don Manuel Corral, en el penúltimo párrafo de su carta al director, dice percibir cierto cansancio en mí. Lo cual no me extraña. Ya que nadie mejor que los lectores fieles para darse cuenta de que quien escribe respira insatisfacción. Y, claro, se hace varias preguntas. ¿Vacaciones? ¿Hartazgo? Y hasta no duda en distinguirme con un recto proceder que pueda ser la causa de que yo esté pensando en alargar mis vacaciones. Y acierta el señor Corral. Claro que sí. Porque uno, que, como humano está lleno de defectos propios de la especie, puede confesarlos todos. Ya que no hay ninguno que pueda hacerme temer por el qué dirán. Y, por encima de todo, no concibo que mi lealtad hacia las personas más cercanas, sea correspondida con intentos de cambalache de baja estofa. Sin más, estimado don Manuel Corral, sepa que su carta ha sido para mí un soplo de aire fresco. Y, sobre todo, un regalo para mi vista. La cual, aunque esté ya casi arrasada, aun distingue la diferencia que hay entre escribir bien y lo otro. Así que muchas gracias…

Viernes. 2

Hora vaga de mediodía. Llueve a mares y me refugio en el Hotel Parador La Muralla. Y allí hallo a Salvador Guillén, “Doro” para los amigos, charlando con Pedro Fernández Olmedo. Y me apunto a la conversación. La cual dura un rato largo. Ya que tanto Pedro como Salvador son tan buenas personas como muy dadas a pegar la hebra. Con Doro hacía mucho tiempo que no había tenido la oportunidad de intercambiar impresiones. Y lo primero que debo decir es que ha merecido la pena toparme con él. Puesto que he disfrutado de lo lindo con sus comentarios. Fácil de palabra y ameno, educado y amable y muy al día de cuanto sucede actualmente, Salvador Guillén ha hecho posible que me lo pasara muy bien. En un momento determinado, se me ocurrió preguntarle si había tenido oportunidades para hacer sus pinitos en la política local. Y Doro me fue enumerando las que se le presentaron, que fueron varias e importantes. Aunque nunca se ha lamentado de haber renunciado a tales ofrecimientos. Todo ello, bajo la mirada complaciente del director del hotel. Del que no me canso de hablar bien.

Sábado. 3

Sentarse ante el televisor tiene todos los inconvenientes del mundo. Llega uno a la casa, tras el trajinar diario, y los telediarios comienzan a largar las peores noticias del mundo. Raro es el día en que uno no conoce que una mujer ha sido asesinada por su marido, compañero o amante; que la corrupción está a la orden del día entre los políticos; que la guerra de Afganistán es tan cruel como interminable; que la vida en Sudamérica sigue valiendo cada día menos; que la droga sigue haciendo estragos entre los jóvenes. Tampoco falta lo de siempre: África se muere de hambre y sed. Y además los telediarios se recrean dándonos las imágenes de niños caquéxicos que están en las últimas, tan en las últimas, que hasta nos presentan los mejores planos de las aves carroñeras planeando alrededor de las víctimas. Y, para colmo, el miedo a quedarse parado va aumentando cada vez más cuando los locutores nos indican el número de personas que han perdido sus empleos y de cómo los políticos están sumidos en la incertidumbre. O sea, que no tienen ni puta idea de cómo hacer frente al gravísimo problema. De modo que hay un auténtico concurso diario entre las diversas cadenas para ver cuál de ellas bate el récord de las malas noticias. Entonces, ¿cómo sorprenderse de que sintamos un especial interés por las emisiones deportivas? Único terreno en el que, de vez en cuando, las gentes tienen un aire satisfecho. Porque si siempre existe un perdedor, forzosamente tiene que haber un ganador. Eso sí: yo quiero que siempre salga victorioso el Madrid.
 

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