Las urgencias del mundo andan
crecidas en un planeta en el que con dinero se puede comprar
todo. Nunca se han perdido tantas dignidades como ahora. Es
tan urgente como preciso avanzar en un mundo libre de miedos
en el que se multiplican las locuras y, también, se divide
la humanidad por tormentos y tormentas. El mayor tormento es
que el lenguaje de las armas, incluidas las nucleares, siga
imponiendo su amedrentadora voz. Por otra parte, mil
tormentas de sangre, sudor y lágrimas, del hombre contra el
hombre, se ciernen a diario por los caminos de la vida. Un
necio a punta de chulería acaba de robar la sensatez a un
joven. Un joven insensato termina de escupir a los labios de
un abuelo. Un lobo, vestido de macho, destruye la belleza
que ayer conquistó. ¡Qué falta de respeto y cuánto amor nos
falta! Desde luego, las tempestades más dañinas son las
provocadas por el hombre; y, lo peor, es que nadie acierta
en el injerto de un nuevo pacifismo que libere al inocente.
Por desgracia para el mundo y para sus moradores, en las
agendas de los poderosos, la palabra honestidad cuenta nada
en sus negocios. La corrupción y el abuso de poder están a
la orden del día, por mucha norma ética que nos inventemos o
moral pública que nos autoproclamemos cultivar. Todo está
revuelto y el revuelo también lo suelen sufrir en propio
corazón los más honestos. Para dolor de toda la humanidad,
observo que cada día son más y más los vivientes que parecen
nacer con el veneno incorporado a los genes, trepan como
reptiles y destripan a los débiles como divertimento. La
bondad no existe en esta selva de inhumanos encorbatados de
maduros. Querer ser bueno es un signo de inferioridad en
este mundo de listos con guante rojo. Tal vez, por esa
confusión de doctrinas amortajadoras de inocencia, habita
tanto infeliz por las calles. Ha olvidado, o le han hecho
olvidar por prescripción, la idea aristotélica de que
“solamente haciendo el bien se puede realmente ser feliz”.
Qué pena de practicar el deporte de los leones en un orbe de
poesía. Con lo placentero que sería vivir a base de darnos
vida unos a otros, en lugar de meternos en vena odios y
venganzas.
Ciertamente, debemos volver cuanta antes a convivir, en
complicidad, con la magia del mundo; con el paisaje
sorprendente de la naturaleza y hemos de dejarnos llevar,
mejor hoy que mañana, por su manifiesto de versos. Tener que
convivir con tantos menús de guerras entristece a
cualquiera. No hay hábitat que soporte el martirio de los
proyectiles y las bombas sobre el campo de los poemas. Este
año, 2011, se conmemora el vigésimo aniversario del cierre
del polígono de ensayos nucleares de Semipalatinsk. Qué
bueno sería que todos cerrasen y pudiésemos decir: que un
mundo sin armas nucleares es posible. Hasta hoy sabemos que
más de la mitad de la población mundial vive en un país que
tiene armas nucleares. Quizás tengamos que hablar menos y
hacer más, por ejemplo, poner el alma antes que las armas en
los que sufren. Tampoco sé quiénes son los que penan más,
sólo sé que desearía curarles del dolor y, servidor, curarme
del espanto. Quizás a usted le pase lo mismo. Ya somos dos…
y dos podemos hacer un mundo distinto.
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