La pequeña Irina, ‘Ira’, como le llaman cariñosamente desde
que llegó a Ceuta, se despide hoy de la familia que le abrió
las puertas el pasado mes de junio por primera vez, y que ya
se ha convertido en un segundo hogar para ella; quizás
incluso un primer hogar para la niña de once años, que
proviene al igual que sus compañeros, de un orfanato
ucraniano en el que vive durante el resto del año.
Irina, acogida por Elena Mateo y su marido Francisco Javier
Morales, forma parte del programa de acogimiento a niños
ucranianos que DIGMUN organiza desde hace ya varios veranos
en colaboración con la asociación ANUA de Andalucía, para
ofrecer a niños que viven en orfanatos ucranianos la
oportunidad de mejorar sus condiciones de vida, al menos
durante unos meses al año, y beneficiarse del cuidado y
cariño que les puede ofrecer una familia, de la que la
mayoría de ellos carece en su país de origen.
Elena Mateo, monitora de natación en el polideportivo
Guillermo Molina de la ciudad autónoma, explica que se
decidió a acoger por primera vez ya que la propia asociación
andaluza costeaba los 800 euros que cuesta traer a estos
niños durante el verano, debido a las “lamentables
condiciones” en las que se encontraban muchos de ellos, con
profundas necesidades alimenticias, sanitarias y de cariño.
Después de tres meses, y aunque no todo ha sido fácil, la
monitora de natación ya ni se plantea que Irina no regrese a
su casa en la próxima campaña de Navidad, de hecho, ya ha
cumplimentado los papeles para que la niña vuelva a Ceuta
dentro de unos meses. “Ha habido momentos difíciles, sobre
todo al principio. Cuando llegó no hablaba ni una palabra de
español y se notaba que era una niña con carácter. No estaba
acostumbrada a la vida familiar y daba demasiada importancia
a la figura paterna. Venía con las muelas picadas y estaba
muy delgada”, relata. Tras llevarla al pediatra y compartir
con ella, su marido, y sus tres hijos el verano, la familia
ha creado un vínculo con el que todos han aprendido.
“Mis hijos, que ya tienen 24,26 y 27 años, también han
aprendido mucho de esta experiencia. Es una nueva escala de
valores donde pueden apreciar mejor que ellos lo tienen
todo, así que ha sido beneficioso para todos”.
A la integración de los niños ucranianos han ayudado las
actividades organizadas para ellos, como la Noche de San
Juan, las clases de natación, visitas al Parque Marítimo del
Mediterráneo y otras organizadas en colaboración con la Casa
de la Juventud. A menos de veinticuatro horas para que Irina
se marche, toda la familia está algo nerviosa, la propia
Irina lleva varios días “inquieta” porque ya sabe que esto
se termina y no quiere abandonar el nuevo hogar que ha
encontrado, en el que desde el primer día pudo por fin decir
‘papá’ y ‘mamá’. Elena Mateo explica que no es que ella no
conozca a sus padres, de hecho se acuerda de ellos, pero
cuando se le pregunta no quiere hablar del tema.
Ahora, la ‘nueva madre’ de Irina se plantea viajar a Ucrania
la próxima Semana Santa para visitar el lugar donde vive la
pequeña durante el año y, si es posible, conocer a sus
padres biológicos.
Cuando hoy coja el autobús en el que emprenderá el viaje de
vuelta a su país de origen, Irina se llevará muchas cosas en
la maleta. Ropa para los próximos meses y alguna foto de su
verano en Ceuta, que empezó con la celebración de su
cumpleaños en compañía del resto de familias de acogida y
niños ucranianos. Pero la maleta más importante es la
afectiva, la de experiencias compartidas, varios kilos más
de peso y un nuevo idioma en el que ha aprendido a
comunicarse “con increíble facilidad”.
Desde hoy mismo la asociación DIGMUN prepara ya la campaña
de navidad para la recogida de ropa y material escolar para
los niños, nuevos o no, que vengan a pasar sus vacaciones en
algunos hogares ceutíes.
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