Es difícil volver a encontrar, en
Madrid, tantos jóvenes como hubo este largo fin de semana,
con el único objetivo de estar al lado del Papa.
Las vísperas de la llegada del Sumo Pontífice a Madrid no
pintaban demasiado bien las cosas, cuando un grupo de esos
que se autodenominan laicos la emprendió, incluso con
golpes, ante un grupo de peregrinos que, en son de paz, sólo
así, habían llegado a nuestro país.
La visita del Papa a Madrid ha demostrado que, también la
juventud, sabe valorar las buenas razones del cristianismo y
su Iglesia, pero que frente a estos están unos grupúsculos
que nada más saben que “arrollar” todo lo que encuentran en
su camino, cuando de la Iglesia se trata.
A muchos, de esa falsa progresía, se les está viendo la
oreja y representan el anti todo lo que afecte a la Iglesia
Católica.
Afortunadamente, esos son pocos, aunque se vean protegidos,
y muy protegidos, por ciertas altas esferas de la política
de nuestro país y ahí está el peligro.
El Papa que, una vez más, ha venido en son de paz, no se ha
mordido la lengua, en los momentos claves y muy
especialmente al tocar terrenos complicados, aunque haya
sido con elegancia.
Una cosa es venir en son de paz y otra no reconocer ciertos
aspectos que malean nuestra sociedad, y sobre esos aspectos,
con claridad y con rotundidad ha hablado el Sumo Pontífice.
Y es que Benedicto XVI estaba muy al corriente de lo que
somos y de cómo estamos, por lo que no tuvo reparos en su
discurso de despedida, casi en la escalerilla del avión, de
recordar a quienes lo tengan olvidado, la esencia católica
profunda de España.
Y tampoco tuvo reparos a la hora de recordar los apuros y
las dificultades de muchos españoles hoy, como consecuencia
del paro. Eran sus palabras de despedida, en dos líneas,
simplemente eso, pero que bastaban.
Y una despedida por todo lo alto, con Sus Majestades los
Reyes, cosa que no es frecuente en este tipo de despedidas,
pero con una ausencia notable, por el cargo más que por la
persona, el presidente Zapatero no estuvo, parece que había
delegado en Bono, presidente del Congreso, que no esquiva su
simpatía por lo religioso, y también estuvo Jáuregui, un
ministro que no es de los del ala “anti” ni mucho menos.
En definitiva, estuvieron los que tenían que estar, unos
doce mil voluntarios en Ifema y la guardia “suiza” especial
en Barajas, con todo lo que conllevaba el último de los
caminos, antes de emprender el vuelo a Roma.
Muchos “antis” o seguidores de la progresía barata han
hablado del coste del viaje del Papa, en época de crisis,
malejos “mamarrachos”, mientras que la organización, por el
contrario, habla del coste cero, por la colaboración de los
propios peregrinos y de ciertas empresas que han querido
estar en su sitio justo, cuando la visita del Pontífice lo
reclamaba.
Ahora, el Papa ha abandonado España, las JMJ han terminado,
pero de aquí se ha ido como un verdadero amigo, como un
visitante de lujo que no hizo ostentación del mismo, pero sí
la hizo de la sencillez y del cariño para con los jóvenes,
los niños o los más necesitados de amor.
La edad y los muchos compromisos no creo que le permitan
volver en jornadas como estas, pero para la historia esta
visita será inolvidable.
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