Lunes 8
Guillermo Valero, el mejor vendedor de vinos que
nunca haya tenido las Bodegas Terry, siempre me decía que
para los tiradores de escopeta al pichón y al plato venir a
Ceuta era un motivo de alegría. Que la estancia en la
ciudad, durante varios días de verano, y su alojamiento en
El Hotel La Muralla, les suponía el mejor regalo del año a
quienes gustaban de competir en puntería. La primera vez que
a mí me tocó alternar con tan extraordinarios competidores
fue el 24 de julio de 1982. Fecha trágica. Pues en ella se
produjo la muerte del soldado Antonio Güeto cuando
participaba en la extinción de un incendio. La noche
anterior, la barra de la Cafetería del Hotel La Muralla era
un hervidero de personas dispuestas a disfrutar de una
competición magnífica en las instalaciones de Punta Bermeja.
A partir de entonces, el interés de tal acontecimiento fue
disminuyendo a la par que las instalaciones se quedaron
obsoletas. Ahora, Francisco Manuel Blanco “Quino”,
dueño del restaurante ‘La Barraca’, me dice que se abrirá
una nueva cancha de tiro en Punta Bermeja. Aunque en otro
sitio. Y que existen las mejores perspectivas para que las
competiciones de tiros alcancen otra vez un gran esplendor.
Las que tuvieron allá por los años setenta y ochenta. Que
así sea.
MARTES. 9
Me cuentan la siguiente conversación entre dos políticos
cuya orientación sexual es distinta. El lugar del hecho lo
dejo a la elección de ustedes. El primero, que está
convencido de ser tan macho como muestras daba de serlo
Luis Miguel Dominguín, se jactaba de que viajaría
cuantos antes a una playa caribeña donde podía cambiar de
mujeres cada dos por tres. El político, tan follador él, le
enseñaba al otro las pastillas que se llevaba para disfrutar
a tope del sexo. El segundo, en cambio, celebraba con enorme
entusiasmo que muy pronto estaría tendido al sol en una
playa griega situada en la isla de Mykonos. Una playa que
han hecho suya todos los gays del mundo con posibilidades
económicas. Durante la conversación, ambos políticos
disfrutaban ya de antemano de los placeres que les
esperaban, gracias a que llevaban la faltriquera repleta de
dinero. Semejante exhibición de buen vivir, en momentos
donde la incertidumbre política, social y racista es tan
grande, me parece que no deja de ser una actitud tan
innecesaria cual peligrosa. Estamos inmersos en tiempos
difíciles, muy difíciles, tan complicados como para que los
políticos sepan que son las personas más odiadas en la
actualidad. Y que a medida que aumenta el desempleo, y los
pobres son más pobres y la clase media va desapareciendo,
también crece la aversión hacia ellos. Lo cual hace posible
que la predisposición de malestar existente ya entre cuantos
carecen de lo más elemental, salga a flote convertida en una
explosión de ira. Cambiando lo que haya que cambiar,
conviene no perder de vista los disturbios que se están
produciendo en El Reino Unido.
MIÉRCOLES. 10
El 24 de julio pasado, en mi columna de opinión, titulada
Chapuceros, el primer párrafo de “El Oasis”, que así se
llama la columna, era el siguiente: “Cada vez que se apaga
la luz en Ceuta, algo que viene ocurriendo desde hace
muchísimos años, frecuentemente y casi siempre en el
extrarradio, lo primero que se me viene a la cabeza son los
años de nuestra posguerra. No lo puedo remediar. Y sucede
que en esos momentos los recuerdos de aquellos años oscuros
y terribles, desfilan ante mí con tanta claridad como para
darme cuenta de que las chapuzas en Ceuta siguen formando
parte de nuestra manera de vivir”. Después de lo ocurrido
ayer por la noche, tras el apagón histórico del que habla
este periódico y que todos vivimos, me ratifico en lo
escrito por mí hace quince días. Y no tengo el menor
inconveniente en decirles a los directivos de Endesa que
bien harían en salir a la palestra pidiendo disculpas y
declarando que han decidido hacer penitencia por el daño que
están causándole a esta ciudad. Una ciudad donde los
poderosos siguen gozando de privilegios. Ya está ahí la
palabra odiosa: privilegio. Palabra contra la que se alzaron
los hombres de la Revolución francesa. Pero que en esta
Ceuta, teniendo a unas autoridades tan melifluas cual
dubitativas, mucho me temo que los dirigentes de Endesa
sigan haciendo de su capa un sayo. Lo cual significa que los
apagones continuarán produciéndose cada dos por tres.
JUEVES. 11
Contaba el domingo pasado en esta página, que hace ya cierto
tiempo que yo decidí no juntarme con los políticos. Que sólo
me limitaba a saludarlos, cuando la ocasión se encartaba,
por educación y poco más. Y explicaba que actuando así
evitaría pronunciarme coartado por los sentimientos a la
hora de escribir sobre ellos. Por lo tanto, no es extraño
que lleve la tira de tiempo sin cruzar palabra alguna con
Nicolás Fernández Cucurull: Senador del Partido Popular
y presidente de la Comisión de Presupuestos de la Cámara
alta de las Cortes. Insisto: hace ya un mundo que yo no
hablo con el señor Cucurull. Y si hoy he decidido escribir
de él, créanme que es porque en una conversación entre
conocidos alguien ha sacado a relucir las ganas que tiene el
senador de dejar su cargo y venirse a Ceuta a disfrutar de
un puesto importante. El conocido, que conoce bien los
entresijos del Ayuntamiento y, sobre todo, está al tanto de
cuanto se cuece en el PP, me adelanta que ha llegado el
momento en el cual Nicolás Fernández sea elegido presidente
del partido. Cargo que deseaba y al que estuvo a punto de
presentarse, como aspirante, cuando Pedro Gordillo y
Emilio Carreira se enfrentaron en una campaña electoral,
que acabó siendo cruenta. En esta ocasión, con el camino
despejado y con un partido que está pidiendo a gritos que
alguien conecte con sus militantes, con todos sus
militantes; es decir, con los de la banda y con los del
lugar, los deseos de Cucurull podrían verse cumplidos.
VIERNES. 12
Hace poco tiempo que estuvo Luis Vicente Moro en
Ceuta. Y coincidimos en un establecimiento. Nos saludamos,
como mandan las reglas de la buena educación, pero sin que
saliera a relucir ni un adarme de efusividad. Quizá porque
nunca nos entendimos durante su estancia en Ceuta, cuando
ejerció como Delegado del Gobierno. Luis Vicente me dijo que
me leía desde la distancia y que me seguía viendo con el
mismo talante inquisidor en mis opiniones. Ni siquiera me
molesté en preguntarle en qué medida me perjudicaba el
adjetivo que me había endilgado. Ni las razones que podía
esgrimir para calificarme como escribidor inquisitivo.
Porque entendí bien pronto que lo que me quería decir Luis
Vicente Moro es que yo me mantenía en mi línea: o sea, sin
conchabarme con ninguna autoridad. Pues él recuerda
perfectamente cómo me negué a servirle de correveidile en
versión oficial. Labor que cumplió una periodista que ahora
se atreve a hablar del ex delegado del Gobierno de manera
tan irrespetuosa como inoportuna. A buenas horas, mangas
verdes. Lo digo, porque la periodista a la cual me estoy
refiriendo, debe acordarse cuando iba invitada a comer a la
Delegación del Gobierno, cada dos por tres, y servía para
transmitirles a los cargos que estaban directamente a las
órdenes del señor Moro, lo que éste quería que supieran pero
sin que sospecharan que era él quien emitía los mensajes. Es
más, un editor, cuyo nombre me reservo, me contaba en su
despacho lo siguiente: “Tengo de topo en la Delegación del
Gobierno a una periodista que está adquiriendo un poder
enorme como persona de confianza del Delegado del Gobierno”.
Después ocurrió lo que ocurrió… Eso sí, lo único por lo que
yo saludo al señor Moro, al margen de la buena educación, es
porque hizo todo lo posible por salvar la vida de Mohamed
Chaib. Y lo consiguió.
SÁBADO. 13
En España la primera manifestación del poder consiste en
colocar gente próxima. Es algo que se ha venido diciendo
desde tiempo inmemorial; pero ahora más que nunca, debido a
que la crisis económica está haciendo estragos entre los de
siempre: los más desfavorecidos. Antes se contrataba a
parientes carnales y ahora a parientes políticos, militantes
del partido que reclaman el pago de las lealtades. Y,
lógicamente, esas legiones clientelares sobredimensionan una
administración ineficaz y mal organizada y contribuye al
rencor popular contra la función pública. Quien me habla así
(funcionario de carrera y persona muy dada a saber escuchar
atentamente y a opinar cuando conoce muy bien de qué va el
asunto, de la misma manera que guarda un silencio sepulcral
cuando está pez de la cuestión que se expone), se desespera
ante el poder disparatado de los partidos. Se escandaliza de
la enorme distancia que hay entre los ciudadanos y los que
mandan. Por lo cual no se cansa de explicar que esto no
funciona, que los políticos españoles sólo trabajan en
beneficio de los partidos, sus clientelas y las redes
mafiosas que les acompañan.
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