Hola, España!, emularé un poquito
a Josep Tarradellas y exclamaré “Ja sóc aquí!” (¡Ya estoy
aquí!), aunque con menos humo, dando fin a las
mini-vacaciones que me tomé.
De todo he pasado en estos cortos días de mi recorrido por
tierras francesas. En otros tiempos sería una cosa especial,
pero hoy en día ya ha perdido todo el encanto de una época.
Pero, por lo que veo y siento, parece que he regresado con
un pie dentro del saco de la mala suerte.
Después de dejar el coche, cogí la moto para desplazarme a
Blanes, puerta de la Costa Brava catalana, a fin de hacerle
una entrevista a un conocido.
Cuando regresaba a Mataró, después de la entrevista, tuve la
mala suerte de que un autocar se metiera antes de tiempo en
la rotonda, por la que circulaba en ese momento con mi moto,
frenar de golpe y aparecer casi debajo de las ruedas del
susodicho autocar fue un instante.
Me dejó maltrecho el pie izquierdo, que acabó debajo de la
mole metálica de la moto, y entre la larga raspadura del
asfalto, el calor del motor… me lo dejaron como bacón
ahumado y retorcido.
Por suerte la policía local de Blanes, que resultó ser muy
diligente, se personó en el lugar y llevó todas las
gestiones mientras a mí me llevaba la ambulancia.
La cosa no pasó a mayores y aquí me tienen dándole al
teclado, aunque con la pierna izquierda escandalosamente
vendada.
Quedo muy agradecido por la atención del doctor Marc Vila
Martorell y su equipo en el servicio de Urgencias del
Hospital Comarcal de Blanes, que supieron mantenerme alegre
pese a la aparatosidad de mis lesiones.
Esto puede ser o no un motivo de reflexión, pero la verdad
es que ya no puede sorprenderme, ni siquiera hacerme
arrepentir para dejar la moto. Accidentes que ocurren
normalmente cuando a alguien se le olvida que tiene que
respetar ciertos límites que están impuestos por verdaderas
necesidades y no por gusto. El conductor del autocar se
saltó limpiamente las señales y entró en la rotonda como
Pedro en su casa.
Si hubiera sido con el coche, no me habría importado
empotrarlo contra el autocar, necesitaba una reparación de
carrocería. Pero hacerlo con una moto, de 350 kgs. de peso,
sería como irme de cabeza la guillotina.
Bueno, dejemos eso y vayamos a lo que importa: la situación
de la sociedad actual.
Mientras me pasaba eso con la moto y el autocar, en la
vecina población de Lloret de Mar unos energúmenos ingleses
imitaban al huno más famoso de todos los tiempos: Atila.
Arrasaron con todo lo que encontraban a su paso, incluido a
los Mossos d’Esquadra de los cuales, por lo menos, 20
ingresaron en urgencias, casi al mismo tiempo que yo pero en
distintos hospitales.
Transmutar los altercados de Londres a la pequeña localidad
gerundense me parece una auténtica infamia. Pero lo cierto
es que siendo ingleses no se puede esperar otra cosa.
En otro orden de cosas, me quito el sombrero ante Ana Tomás
y Valiente, cuyo padre fue asesinado por ETA en 1996 y su
nombre está honrando una plaza de Mataró, cerca de mi casa.
Ha dado la cara ante el “terrorífico lenguaraz” presidente
del PP andaluz, Arenas, que con sus acusaciones hacia
Rubalcaba ha ofendido a Ana, como ciudadana y como hija.
No sorprende esa conducta de la derecha. Es así, como lo fue
siempre antes, durante y después de aquella estúpida guerra
y como tal pasó.
Echar mierda en los rivales políticos, en vez de luchar
contra el enemigo común, parece la tónica generalizada en
nuestro país, demasiada inmoralidad por unos cuantos votos.
En fin, La vida sigue, yo también, aunque los dolores me
haga sudar la gota gorda no por ello dejo de continuar mi
tónica habitual.
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