Confieso que haría cualquier cosa
por recuperar la juventud y por unirme a sus vivencias y
convivencias soñadoras, sobre todo cuando ya se empieza a
vivir más de recuerdos que de esperanzas. Esto viene a
cuento de lo que nos espera en este mes de agosto, en el que
los jóvenes, por unos motivos u otros, son los grandes
protagonistas. Ya lo han sido desde siempre, quizás un poco
más a partir del 17 de diciembre de 1999, al declarar la
Asamblea General de las Naciones Unidas, el 12 de agosto
como día internacional de la juventud, cuyo rango de edad
–según la propia Organización- abarca entre los diez y
veinticuatro años. También del 16 al 21 de agosto tendrá
lugar el gran encuentro global de jóvenes con el Papa que se
celebra cada tres años en un lugar del mundo. La expectación
es máxima, el mundo confluirá en la villa de Madrid. Países
como Argentina lo han declarado de interés nacional. Los
obispos de Estados Unidos lanzan una peregrinación virtual.
Ante el anuncio de una gran riada de jóvenes dispuestos a
los sacrificios desinteresados, uno quiere sentirse un
chaval igualmente. Asimismo, el 11 de agosto, concluye el
Año Internacional de la Juventud, iniciado en agosto del
2010, bajo el tema: “Diálogo y comprensión mutua”. Con razón
dijo el poeta: “Juventud, divino tesoro”. En cualquier caso,
parto de que una cultura que arrincona a sus jóvenes, que le
corta sus furias y desvelos, está condenada a vaciarse y a
no ser nada en el futuro.
Agosto huele a juventud y es gratificante que así sea. Lo
celebro. El mundo tiene que pensar en los jóvenes e invertir
mucho más en ellos, ante la sobreabundancia de inseguridades
que nos asaltan a diario. De momento, son víctimas de primer
orden en la crisis económica mundial. La marginalidad de la
juventud se produce desde el momento mismo que los gobiernos
no les pueden ofrecer educación y trabajo. Para los jóvenes
el empleo en precario no es la excepción, sino la regla
permanente. Disuélvanse, pues, esas gobernaciones que son
incapaces de trazar el camino a los que son la esperanza de
futuro. No pueden seguir en el poder por más tiempo.
Difícilmente han de generar un mundo más humano y justo,
aquellos jóvenes a los que no se les ha instruido en valores
y escuchado sus peticiones. Por desgracia, una buena parte
de la juventud se le excluye de la vida productiva y se le
abandona a su suerte. Consecuencia de todo ello, que son
presa fácil para la explotación, para avivar la
criminalidad, para ser sometidos a experiencias novedosas
que conducen a los más aberrantes desórdenes que un ser
humano puede alcanzar. Desde luego, sin formación es
bastante complicado discernir los riesgos, y ver los
problemas que genera el uso y abuso de drogas y alcohol. La
idea de Platón de que “el más importante y principal negocio
público es la buena educación de la juventud”, habría que
ponerla en práctica de inmediato, sino queremos gestar una
generación sumida en la violencia y perdida en la
desesperación.
Como digo, celebro que los jóvenes se movilicen por
disfrutar el paraíso de la vida y hacerlo todos con todos.
Alabo que los jóvenes se manifiestan contra la explotación
infantil y juvenil y el uso militar de los niños. Elogio que
los jóvenes hagan piña por un porvenir que les pertenece.
Aplaudo que los jóvenes quieran ser ellos mismos en un mundo
adulterado por los adultos. Aclamo que los jóvenes tengan
respeto por el pasado y sus maestros, vivan el hoy y nunca
maldigan el futuro por muy necio que se presente. Por ellos,
por esa juventud que se niega a verse en la pobreza y quiere
ser una fuerza clave en el cambio social, bien se merecen
nuestro apoyo en ese humanizar la humanidad que a todos nos
conmueve, pero que a los jóvenes de espíritu inquieto les
mueve y les remueve el corazón, con más tesón sin cabe,
fruto de un estado de ánimo alegre, que para sí lo
quisiéramos más de uno.
El mundo tiene necesidad de juventud, porque es de ley
renovarse, pero han de oírse sus opiniones y reflexionarlas,
máxime en un mundo adormecido éticamente. Si como dijo el
novelista francés, Victor Hugo, “en los ojos del joven, arde
la llama; en los del viejo brilla la luz”, el apoyo de unos
y otros es fundamental si queremos avanzar. Llama y luz se
hermanan bien, sólo un ingrato detesta la llama que nos
calienta y la luz que alumbra. Por tanto, me entusiasma este
agosto de lozanía que nos merecemos, de reflexión y
encuentro de jóvenes con jóvenes y de jóvenes con mayores de
todas las culturas, porque ellos son el auténtico motor de
reforma que buscamos. La crisis actual no puede dejar en la
cuneta lo que es sustento del mundo, los jóvenes, que sí han
de estudiar o trabajar, o ambas cosas a la vez. Sin duda, lo
subrayo, no hay mayor despropósito para un gobierno, que
aquel que en sus políticas públicas ignora a la juventud.
Ciertamente, en esta etapa de la vida, el joven necesita
tanto del estimulo moral como de ser instruido, puesto que
su comportamiento colectivo va a tener importantes efectos
sobre las venideras transformaciones sociales.
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