Van pasando los años, pero en el
recuerdo sigue en mi, no se en que lugar de este homenaje
voy a ponerme, no se si esto tendrá continuidad algún dia,
pero este pasaje que tengo en el fondo de mi ser os lo voy a
contar, para que siempre todos recordemos esa Estirpe que
todos llevamos dentro, tuvo su origen un dia. En esta
historia no sé si soy cabo cuartel, serviola , marinero en
puente o cabo timonel, cual fiel servidor de una caldera, un
preferente de fogonero. Año 1936, el alzamiento nacional, el
abuelo materno, o sea el abuelo Bernardo veterano de la
Armada, se enrola en el Bando Nacional a bordo del Crucero
Canarias, desde las entrañas de la caldera, dio fuerza y
velocidad al Buque Insignia de los Sublevados , aquel navío
se salvó por error del ataque del bando rojo, y fue
alcanzado el Crucero Baleares, de ese lance de la guerra, se
cumple en marzo 70 años del hundimiento del gemelo Baleares.
El abuelo Bernardo fue con orgulloso cariño, mi mejor
maestro, una pasión nos desbordaba al encontrarnos los dos y
hablar de las lides marineras. Con sentimiento y gran
emoción encuentra unas medidas maestras de aquel buque,
eslora 19.40 metros, manga 19.52 calado 19.52 y una
maquinaria de ocho calderas y cuatro turbinas Parsons, señas
que fueron recogidas hace 22 años en el Museo Naval de
Madrid, frente una majestuosa maqueta del Crucero Canarias,.
Recuerdos de una Estirpe quizá se vayan perdiendo a traves
de una herencia, sin legado y por eso lo voy plasmando ,
porque la vida termina y las obras van quedando de
generación en generación, he sentido vivencias de ambos
bandos y no voy a hablar de una lucha fraticida, simplemente
mi recuerdo de un hombre que amó el mar, en una epoca tan
difícil para España como el comienzo del siglo XX, como una
inspiración divina, algo sublime y celestial de tantas horas
y horas, de conversaciones del mar, con sus nietos
alrededor, la belleza y el esfuerzo por sobrevivir en
tiempos de hambre y miseria, tiempos muy duros, momentos de
pasión e intriga, contados y narrados con detalles ,con sus
duras manos apoyado en un hule mantel de plastico de la
epoca, entre vasos de vino que tomaba con unas enormes habas
verdes como tapas, yo ensimismado entre explicaciones de
golpes de mar de redes, que se recogían de las entrañas del
mar con el fruto que coleaba y saltaba entre las rojizas
artes de pesca, como collares brillantes de perlas, a la luz
y el brillo en su mar, cual lucero que se contoneaba en las
olas ante los mecíos de esa traíña marinera. Era para perder
el sentío y el temblor de mis tripas sobre, las seis de la
tarde , sentir esa merienda de rancho de combate, el abuelo
Bernardo tostaba pan en el aceite de la vetusta sartén, su
propulsión de humo subía un tizne que deslumbraba a través
de una vieja pared, allá que se veía en el cielo negro una
interminable chimenea, siempre me quedaba extasiado con la
chimenea, si era puro verano, el abuelo Bernardo sacaba un
infiernillo con una parrilla, tostaba unas ricas sardinas
asadas, a golpes de sal y rociadas con aceite del bueno, el
humo coqueteaba los aires agosteños del Patio Morales y
esquina la calle Velarde, allá que embelesado ese aroma
marinero , al pescaito frito me hacía dejar el juego y me
plantaba en casa, el viejo puente de mando que lo llamaba
así al pasillo de la casa de mi abuelo. ¡ niño que vienes
sudando de tantas carreras y revolcaeros! Jerga popular que
los nuestros empleaban para arengar esas interminables
cabriolas que la chiquillería, conjugaba entre grandes y
pequeños, el ingenio de la fantasía, era nuestro lema entre
rimas de “plom” y poesías. Una vez me habia lavado las manos
en esa palangana de cinc enorme, con un pedazo de jabón
verde que le decian lagarto, con esa tabla de lebrillo,
entre coplillas de la época, mis sudores se escurrieron y se
secaron con esas rasposas toallas. ¿Qué quieres merendar
sardinitas? ¡ niño sientate y come!, aquello era un manjar,
los chispazos de la parrilla, camuflaban mis ruidos de
tripas, ante el sabor que planeaba en el ambiente, allá que
me lancé a por una tras otra, rebanadas del pan del pueblo,
sorbos de gaseosa, que me regaba el gaznate que como una ola
embravecida movía mi garganta el impregnado fruto de los
mares. Se fue terminando el festín y me despedí hasta el dia
siguiente, mi abuelo me dio un repaso de rigor antes de
partir, para leerme esa especia de cartilla, que siempre
como leyes penales imponía. ¿ te has visto ese pelo? ¡niño
que cuando vayas al servicio, que te quede bien la ropa y el
gorro, como bien no vayas a ser un canijo guiñapo, los
libros los estudios, ay el pelo, niño ese pelo! Al recogerme
con mis padres y mis hermanos en la plaza de Los Reyes, ante
la algarabía infantil de saltos y cabriolas, entre caídas de
bellotas y trinos de gorriones de esas enormes palmeras. Mi
hermano con los churretes escurridos hasta el cogote
pasando, por las rodillas, se me acercó cual chucho
vagabundo, olisqueando el olor a pescaito frito, ¿qué has
estao con el abuelo, eh? ¡ por qué no me has llamao eh? ¡
tas quitao de en medio!. Esas eran las meriendas de poderío
en aporte energetico y calorías, si bien las habas verdes,
tan grandes como nueces, las he perdido la pista, parece que
en la vida, se fueron con la magia del abuelo. Siempre me
cautivaron sus hazañas, sus leyendas, sus pericias como
marino, por eso siempre lo tenia claro, al salir de clase,
con esas maletas a la espalda con unas hebillas que ya
pedían la jubilación. Todos apostábamos a que seriamos en la
mili? Yo legionario, yo policia militar, yo infantería, yo
para el final soltaba, yo marinero. Algún listillo me
cortaba y me decía marinero; como tu abuelo; bah, vente con
nosotros mejor a la aviación, este es uno de los que se
libró de la mili….
Siempre al mediodia, hacía una parada de visita a casa del
abuelo, a pocos metros de la mía, grandes sorbos de casera
con las burbujas interminables que se perdían en el vaso,
siempre me dejaban otear en el fondo del armario, un pedazo
de plato de pescado en adobo, que ya le echaba el ojo para
luego por la tarde. El abuelo como si de un barco se
tratase, la casa la denominaba como lugares y
compartimentos, el pasillo era el puente y allí daba paseos
pensando, como si estuviera de guardia en cubierta. Cuando
me sentaba en la mesa, de nuevo el embrujo del hule
plástico, el barreño puesto debajo de la mesa, con la
reserva de agua, abuelo siempre tan precavido, y en una
mesita cristal la vieja radio iberia, que daba la misa del
mediodía, con acordes de melodías de sabor añejo nostalgico,
cuando se hartaba cambiaba el dial y sintonizaba a unos
cantes de Rafael Farina, que era su delirio y su pasión,
quizá sus penas las enjugaba con los tientos festeros y
populares de esas coplas, ya que la abuela Anica lo dejó
para siempre años atrás. Su mejor utensilio mas apañado era
una navaja de esas con ancla, marinera que la movía con
destreza se cortaba unos trozos de viandas y longanizas
traidas de Almería y entre las mismas, el con su vino, las
habas verdes y la gaseosa, se me perdían las horas , con los
temas maritimos, codigos de señales, bolardos,norays,
momentos de lagrimas cansadas, cuando la mar era calma y
rabia contenida por la tempestad, la guerra y la
incertidumbre, que no sabía cuando iba a caer en combate. De
la teoría a la practica, dicho y hecho, un sábado nos citó
el abuelo, para un paseo matutino con sorpresa naval, la
visita a la loja del muelle pesquero, ibamos a subir a una
traiña de pesca, el abuelo al subir a bordo, lo respetaban
como viejo lobo de mar, el repasaba las artes, los aparejos
y demostrando que sus manos y brazos curtidos con esos
enormes tatuajes hechos, por un alemán que dibujo a todos
los hombres de la contienda, de un bando y de otro. Nosotros
disfrutabamos a bordo, cobrando cabos, largando estachas y
como saltarines grumetes, chirriamos como las pavanas,
divisando su manjar entre boquerones y jurelitos, Carlos y
yo, arriamos en banda, por babor y estribor, al final
acabamos perdidos de manchas de grasa y petróleo y tostaos
por el sol y oreando un salitre con el bautismo de mar en
toito el muelle pesquero.
Al llegar a casa, mi madre al vernos se puso de mar gruesa y
arbolada, allá que el abuelo capeó el temporal como pudo y
ante el delirio de los pequeños marineros, ya de nuevo cuño
en la familia, mi abuelo Bernardo salió corriendo escaleras
abajo, se fue diluyendo su silueta en el horizonte como el
velero en el mar, nos despedimos por la ventana, como
señales de lucero y repiques de campana. Siempre con el vaso
de vino como testigo, empezabamos nuestra charla, era como
el caliz que bendice la misa, eso era para vivirlo no para
contarlo, que me emociono en esta Ceuta mi tierra, con esos
recuerdos que guardan esas entrañas caballas de la semilla
del patio Morales, que tiempos aquellos, no como hoy entre
caballitos de motos y contrabandos de droga, no tiene la
juventud un momento para esos recuerdos inolvidables que hay
en la vida.
Así el abuelo me recordaba en sus pláticas las aguas bravas,
la bruma la neblina, los torpedos que rozaban el casco, la
lucha por la supervivencia, pero que siempre decía que si
volviera a nacer, volvería al mar pero sin guerra de por
medio.
Al caer el sopor de la tarde, decidí entrar en el camarote
como llamabamos al cobertizo para dormir, al caer en el
mullido catre, me quedé embelesado con la cortina, cortina
tapada con una reja colorá.
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