En este mundo del despilfarro de
unos y de la miseria de otros, del conocimiento para algunos
y de la ignorancia para tantos, urge un cambio radical. Cada
persona tiene el derecho y el deber de poder pensar por sí
mismo, y de sentirse soberano en el pensamiento. Sólo así se
puede emitir opinión. Por desgracia, abundan muchos países
que lo impiden o que no lo fomentan éticamente. Desde luego,
un pueblo que permanezca con los ojos cerrados siempre va a
ser mucho más sumiso. Por cierto, esto le interesa
sobremanera a los poderes que juegan con las cartas marcadas
y sin moralidad alguna, a los que en lugar de avivar la
búsqueda de un consenso a través del diálogo, imponen sus
ideas en concordancia a sus intereses de ordeno y mando.
Evidentemente, el despertar al pensamiento reflexivo va a
ser siempre algo saludable y, en todo caso, un medio eficaz
para educar al individuo hacia la democracia; un deseo que
comparten y manifiestan ciudadanos de todo el orbe.
A poco que abramos los ojos veremos que un planeta es más
habitable en la medida que sus poderes son más
transparentes. Sin duda alguna, cuánto más demócrata sea un
nación menos ataduras tendrá a la hora de alzar la voz su
gente y de exponer los problemas para su desenlace. Es la
voluntad libre de los pueblos la que debe trazar el camino y
la que ha de impedir que se sigan produciendo miles de
asesinatos, secuestros y ataques violentos contra aquellos
comunicadores de la verdad, que aunque jamás podrá
eclipsarse esa veracidad por más luchas que aviven los
secuestradores de pensamientos, indudablemente hoy está
dejando una estela de dolor muy grande. Son los nuevos
héroes de la independencia estas gentes de palabra
auténtica, que bien merecen nuestro apoyo total. No
olvidemos que salvaguardar el derecho a la libertad de
expresión es fundamental para poder avanzar en justicia
social, en humanidad, en pluralidad de opiniones, porque
son, ciertamente, las diversas culturas y cultivos quienes
nos enriquecen como personas, auxiliándonos a resolver los
muchos interrogantes que el mundo global cosecha en la
actualidad.
El momento presente requiere de una transformación de
mentalidades, que no puede nacer de hombres ciegos y sin
corazón. Aún no entiendo porque para sobrevivir
económicamente se exige competir de cualquier modo y manera,
hasta si es preciso eliminando al competidor. Estoy
convencido de que si se hubiese desarrollado un lenguaje
interior, prevalecería la dignidad de la persona, y los
reproches a esta modernidad inadmisible serían más
contundentes, hasta impedir su propagación. Los frutos de
este permisivo dejar hacer, a cualquier precio, ya son
desoladores. En parte, o si quiere el lector en todo, el
planeta está en quiebra por la falta de ética de sus
moradores. Esta es la genuina crisis por mucho que se quiera
solapar, la que hace que el mundo no avance humanamente y se
halle en permanente zona de peligro. Por muchas decisiones
de política económica que se adopten, hace falta un renovado
dinamismo moral en la cúspide de los grandes poderes, y
poner, realmente, en práctica la solidaridad como motor. Son
inaceptables las guerras y son inadmisibles los gobiernos
corruptos, incapaces de generar empleo. El caso de España,
donde se han dilapidado montones de recursos y la corrupción
política ha sido tremenda, pasa factura a los más débiles.
Tanto es así, que la desesperación empuja a multitud de
ciudadanos residentes en este país, líder en el desempleo
por la ineptitud de las fuerzas de poder y agentes sociales,
a vender su propia vida, como es ofrecer su cuerpo como
divertimento a los más poderosos y hasta sus órganos vitales
en la red para trasplantes.
El ser humano no puede caer más bajo. Es verdad que se
precisa un trabajo decente para atender las obligaciones
humanas; pero mucho más que un deber biológico, trabajar es
una exigencia moral. ¿Qué mundo es éste que sus gobiernos
son incapaces de ofrecer trabajo a sus pobladores? Estoy
seguro que hay que dejar gobernar más al pueblo, y menos a
los poderes, y jamás a los corruptos. Por consiguiente, a mi
juicio, el primer desafío del mundo globalizado concierne al
desarrollo de los ojos abiertos, es decir, al fomento del
espíritu crítico y de la capacidad de pensar, frente a una
masa de intereses que pretenden dominarnos y domesticarnos a
su antojo. El segundo desafío también concierne al
desarrollo de los ojos abiertos para saber discernir quién
es quién. Como no suelen darse dos actos sin tres, el tercer
desafío ha de centrarse en ahuyentar a los gobiernos que lo
quieren gobernar todo, hasta nuestros propios programas de
vida.
Al igual que la Real Academia Española acaba de crear una
unidad para recibir las quejas de cualquier persona si
considera que el significado de un término es impreciso,
también debería haber un lugar donde enviar la indignación
ciudadana por la mala gestión de un gobierno. Con poderes
absolutos cualquiera puede gobernar, hasta un burro. Por
tanto, la ciudadanía tiene que permanecer con los ojos bien
abiertos para hacer valer su verbo y su dicción, y para
poder ejercer el discernimiento hacia gobiernos que no saben
pactar, ni cumplir los compromisos, son tan necios que para
pasar de la moral de los principios a la ética de las
obligaciones destruyen hasta la mismísimo valor demócrata si
es preciso. La necedad política es la causa de muchos males
actuales y cada país debe saber el gobierno que se merece.
En suma, que lo último de lo último es que los pueblos
caigan en la resignación, máxime cuando la corrupción y la
podredumbre forman parte de muchos dominadores, aunque se
vistan de demócratas.
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