Donde fueres, haz lo que vieres,
es un refrán que nos anima a comportarnos de acuerdo a las
costumbres del lugar en que nos hallemos. También hay un
proverbio existente en la Roma clásica que reza así: “Cuando
estés en Roma, vive conforme a las costumbres romanas”. Son
lecciones que aprendí muy pronto, debido a que una parte de
mi vida me la pasé yendo de un sitio para otro. Así que lo
mismo me tocó residir en Las Baleares como en Extremadura,
en Castilla, en La Mancha o en Andalucía. Y a fe que algunas
de las tradiciones de los diferentes pueblos en los que me
tocó ganarme la vida, me repateaban. Pero jamás salió de mi
boca el menor reproche.
Tuve amigos, en aquellos años donde a mí se me conocía en
muchos sitios, que se desvivían por invitarme a las fiestas
tradicionales de sus pueblos. Y jamás me dio por aceptar
dichas invitaciones, porque nunca fui partidario de
celebraciones donde el gentío tuviera como principal
diversión beber como cosacos, comer con avaricia, y
divertirse por medio de burradas que me desagradaban en
extremo. Por tales motivos, y otros más que renuncio a
enumerar por falta de espacio, jamás quise participar en
fiestas tradicionales por las cuales no sentía el menor
aprecio. Temeroso de que, en algún momento, pudiera
escapárseme algún comentario adverso que pudiera herir la
susceptibilidad de los lugareños.
Durante varios años, varios amigos, residentes en Madrid,
trataron de convencerme para que acudiera con ellos a
disfrutar de los Sanfermines. Y siempre les respondía que
no. Que a Pamplona yo no quería ir durante esa fiesta
considerada de fama mundial. Y no tenía el menor
inconveniente en exponer mis razones. En principio, me
resultaba insoportable saber que iba a estar en unas fiestas
donde primarían los borrachos por doquier y donde los ruidos
no cejarían ni de día ni de noche.
Dado que a mí me chiflan las corridas de toros, mis amigos
intentaban por todos los medios animarme a que asistiera
aunque fuera solamente para ver los espectáculos taurinos. Y
les contestaba que no me seducía en absoluto lo que me
proponían. Pues ver toros en la plaza Monumental de Pamplona
me parecía, y me parece, un espectáculo decadente donde los
haya. Porque hay que echarle muchos bemoles para acudir a un
tendido donde los espectadores convierten el espacio en una
escena carnavalesca. Algunos van poco menos que con
escafandra, un poco por la mierda y un poco por hacer la
gracia.
Incluso las mujeres han de ir vestidas para la ocasión, es
decir, para que puedan echarles por encima jarras de vino
tinto, sangría o Kalimotxo. Y qué decir de las batallas
campales que organizan los navarros en los tendidos
disparándose con toda clase de alimentos. Y hacen bien.
Están en su tierra y se divierten con sus tradiciones. Y de
haber tenido yo que trabajar en Pamplona, jamás me hubiera
atrevido a decir ni pío de semejantes costumbres.
En Ceuta hubo un tiempo donde en la Feria se oían muchas
sevillanas y se bailaban. Y las mujeres, vestidas de
gitanas, alegraban la vida de quienes hemos nacido en ese
ambiente ferial. Un ambiente que permitía la conversación en
mesas repletas de buen vino y de tapas variadas. Esa Feria
debe prevalecer. Y a quien no le guste que haga lo que yo
hacía con los Sanfermines: no ir.
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