Nunca le pongo título a mis
artículos, pero si hoy tuviese que ponérselo, no lo duraría
ni un segundo, lo titularía “Quo vadis, España”.
Hemos retrocedidos al menos cincuenta años. Para nuestra
desgracia hemos vuelto a la emigración hacia otros países en
busca de un salario que nos pueda dar para sobrevivir. De
nuevo aparece con fuerza la canción de ese fenómeno del
cante que se llamó Juanito Valderrama, “El Emigrante”.
Canción que se mete en el alma de todos aquellos que, un
día, tuvimos que emigrar hacia otros países, buscando una
vida mejor. Canción que te desgarra esa alma de español,
cuando escuchas cantarla y llega esa parte que dice: “y
aunque soy un pobre emigrante, jamás en la vida podré
olvidarte”.
La cosa, para todos los que van a emigrar, va a ser lo mismo
que en los años cincuenta, sólo va a cambiar el medio de
transporte y las maletas. No irán en aquellos trenes de
carbón, clavándote los asientos de madera en el trasero, ni
llevarán las celebres maletas de cartón piedra atadas con
cuerdas, ni el chorizo y el queso, liado en papel de
periódico. Ese papel de periódico, lleno de grasa, pero que
lo leerás mil veces recordando a España.
Hoy viajarán en buenos trenes esos que les harán llegar
antes a su destino y llevarán, aunque sean falsificadas
mochilas de “marca”. Ni les llevarán a barracones donde
descansarán para empezar a trabajar al día siguiente.
Esa será la única diferencia que encuentren, con los que
tuvimos que emigrar en los años cincuenta. El resto será lo
mismo, soñar cada día con volver a España. Llorar en
silencio muchas noches recordando su pueblo o su ciudad, los
amigos y esa novia con la que se espera casar en cuanto
pueda reunir unas pesetas.
Duro los dos primeros años de esos emigrantes, trabajando a
destajo en uno o dos trabajos, tratando de reunir ese dinero
necesario para volver y casarse con la novia que le espera.
Para una vez casado, iniciar el regreso y ponerse los dos a
trabajar como esclavos, guardando moneda a moneda, con la
única esperanza de reunir lo suficiente para volver a
España.
Pero la realidad es otra muy diferente que acaba, en la
mayoría de las ocasiones, con ese sueño de volver a España.
Se tienen hijos y estos se casan, creando su propia familia
de la que nacen los nietos.
Y es entonces, cuando desaparecen esos sueños de volver,
porque no se pueden abandonar a los hijos y mucho menos a
los nietos que, además, se siente ciudadanos de los países
en los que han nacido, con su idioma, su cultura y sus
tradiciones. Y es precisamente, en esos momentos, cuando
España sólo es un sueño del que nunca despertaremos, para
poder hacerlo realidad.
Para saber que es la emigración y el enorme dolor que supone
dejar España, hay que vivirla. No vale lo que le cuente a
uno, pues la realidad superará con creces a la ficción.
Que pena que nuestra juventud, la más preparada, tenga que
emigrar haciendo, con ello, que halla menos españoles en
España. Hemos vuelto a los años cincuenta. Por eso, sin duda
alguna, hoy titularía mi artículo “Quo vadis, España”. ¿Y la
clase política?. Bien, gracias.
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