Mirar hacia atrás es un gesto que
no conviene repetir con demasiada frecuencia, es incómodo y
comporta, por tradición bíblica, convertirse en estatuas de
sal. Más o menos como se quedó la mujer de Lot. Aunque a
veces es conveniente hacerlo sin nostalgias que nos hagan
pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo cual
tampoco significa que haya que desechar fórmulas empleadas
entonces, que tuvieron éxito y que pueden seguir siendo
válidas en la actualidad. Incluso en Ceuta.
La decisión tomada por el presidente de la Asociación
Deportiva Ceuta y su junta directiva, acerca de que la
plantilla resida en Sevilla, me ha llevado a recrearme en lo
que un director de cine de la época bautizó como los
“felices sesenta”. Por aquellas calendas, el fútbol
concitaba la atención de los españoles y en Madrid se vivía
intensamente. En la capital de España, al margen de los
equipos madrileños, Madrid, Atlético, Plus Ultra, Rayo
Vallecano y otros muchos conjuntos de Tercera División,
residían plantillas de equipos pertenecientes a pueblos
importantes y capitales de provincias: Toledo, Ciudad Real,
Cuenca, Talavera de la Reina, Guadalajara, etcétera.
Plantillas que estaban formadas por futbolistas madrileños
que contaban con empleos y con otros que firmaban en los
reseñados equipos porque gustaban de vivir en los madriles.
Por razones obvias.
Aquellos equipos entrenaban en el Campo del Gas, en el del
Moscardó, Boetticher y Navarro, Carabanchel… Con
entrenadores de Madrid. Y los domingos se desplazaban a las
distintas localidades para jugar. En ocasiones, sobre todo
en días festivos, los equipos acudían a los lugares de
origen para entrenarse o para jugar partidos amistosos.
Los jugadores de aquellos equipos eran felices. Vivían en
sus casas. Acudían a sus empleos y ganaban un sobresueldo.
Los había casados, solteros y con novias. Y eran capaces de
competir dejándose el alma en cada partido. Yo formé parte,
durante cinco temporadas, de equipos que habían adoptado esa
forma de actuar. Porque era la única que les permitía su
economía. Y, mediante esa fórmula, tuve la suerte de jugar
promociones de ascenso a Segunda División A.
Por lo tanto, creo que la decisión tomada por el presidente
de la ADC y sus directivos, ha sido tan atinada como
necesaria. En principio, porque la subvención obtenida por
parte de la Ciudad hacía necesario que quienes rigen los
destinos del primer equipo local le dieran vueltas al magín
con el fin de poder hacer un equipo capaz de mantener la
categoría. Y a fe que la idea de concentrar toda la
plantilla en Sevilla ha sido un acierto indiscutible en lo
económico. Pero, al margen de lo económico, conviene
recordar que la residencia de la plantilla en Sevilla
beneficiará en otros aspectos. Los voy a enumerar: los
jugadores no tendrán que separarse de sus compañeras ni de
sus hijos. En Sevilla, al ser poco conocidos, los
futbolistas no tendrán que hacer frente al acoso de las
hinchas. No podrán alegar que la estancia en Ceuta les
produce claustrofobia. Ni serán tachados de frecuentar la
noche. Y tampoco vivirán pendientes de coger el barco
durante el día que les corresponde descansar. Presidente y
directiva han acertado plenamente al tomar semejante
decisión. O sea, se han apuntado el primer éxito de una
temporada crucial en la vida de la ADC.
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