Coincidiendo con la designación,
por parte de Naciones Unidas, del 30 de julio como Día
Internacional de la Amistad, y convencido de la importancia
de fomentar la inclusión de las distintas culturas en una
igualdad armoniosa, se me ocurre reflexionar con el lector
sobre la necesidad de educar los sentimientos. Los nuevos
tiempos de la globalización nos exigen crear un nuevo tipo
de pasiones en las relaciones humanas, menos crispadas,
también menos excluyentes y más generosas. Así, por ejemplo,
a mi juicio no tiene mucho sentido reforzar los sentimientos
patrióticos y, sin embargo, abandonar aquellos sentimientos
que nos unen como civilización. Desde luego, una sociedad
será más civilizada en la medida que cultive los afectos
entre sus gentes y ante todo el mundo. Sólo así se puede
promover, en verdad, un acercamiento de diálogo, de
solidaridad por el semejante, de comprensión mutua hacia la
diversidad y de reconciliación de unos para con otros.
El sentimiento de la amistad, que por supuesto es una
creación cultural, de ahí la importancia de la educación
sentimental en este nuevo milenio, se debe trabajar día a
día para que todos los pueblos, en pie de igualdad, puedan
ganarse la confianza mutua. No es posible una cooperación
amistosa si el vínculo es un comercio interesado. El aprecio
por el ser humano lo es todo. La amistad vale mucho más que
la competitividad, nido de tantas conflictividades injustas,
te impide ver al otro como un enemigo, que ya es una gran
liberación en estos tiempos de inútiles competencias y
absurdas competiciones. Las nuevas generaciones, junto a
reconocer la pertenencia a un mundo global, deben de
priorizar la amistad como sentimiento grande y muy valioso
en el acontecer diario de la naciente existencia. La
psicología evolutiva afirma que el niño comienza a sentirse
sentimentalmente relacionado con su país alrededor de los
cuatro o cinco años. Lo nefasto es que la idea de nación, de
patria si se quiere, suele acompañarse de odio hacia otros
pueblos. Esto es lo que se debe cambiar con urgencia, el
niño tiene que ver a las otras culturas con un sentimiento
de unidad, tampoco de uniformidad, si de consideración por
la persona, y, todo ello, dentro de un espíritu de
sinceridad.
En un mundo de diversas razas, religiones y lenguajes, ni
los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos. Las
luchas de buenos contra malos y viceversa, en el momento que
el sentimiento de la amistad es verdadero, por si mismo
dejan de cohabitar entre nosotros. No tiene sentido, pues,
seguir enseñando a las generaciones jóvenes, cuando se hable
de la identidad nacional, quiénes son unos y quiénes son
otros. Lo esencial es instruir en el amor desde el amor, en
la tolerancia desde el aprecio por el ser humano, en la
adecuada mesura templando la fortaleza. La humanidad somos
todos, y entre todos podemos construir un mundo o
destruirlo. El peor enemigo del hombre es el hombre mismo.
De ahí que las guerras sean una derrota de todas las gentes,
de la civilización humana en su globalidad. Tenemos que
establecer un final para las contiendas, antes que estas
inútiles batallas establezcan un fin para toda la humanidad.
La amistad es ese paso necesario y preciso, ese camino que
nos conduce a la armonía, esa luz que traspasa todas las
fronteras y abandona todos los frentes. El objetivo de
Gandhi era la amistad con el mundo, convendría recapacitar
sobre si nuestro objetivo es ese mismo, o, si por el
contrario, nuestro deseo no va más allá de la mera
palabrería.
Las palabras cuando son auténticas activan todos los
sentimientos. También el ansia de vivir en paz. En un tiempo
como el actual, de debilitamiento progresivo de lo moral, es
primordial la amistad entre los Estados y sus ciudadanos. Un
buen amigo todo lo perdona y todo lo cura, no conoce el
odio, que tanto hoy abunda en la esfera del planeta. Por
desgracia, son muchos los que aprovechan todas las ocasiones
para perjudicar a los demás. Algunos llegan a utilizar este
vil proceder como divertimento propio. Debemos rechazarlo
totalmente y de raíz. La actitud de un hombre que odiaba a
muerte el islam y el mestizaje cultural acaba de originar
una masacre en Noruega. Cuidado con este tipo de crueles
hazañas, la realidad nos dice, que es suficiente con que un
ser humano odie a otro ser humano, para que toda la
humanidad se infecte de estos comportamientos perversos. El
método para despertar a las masas no es el terror, sino el
sentimiento de vivir y de injertar valor a la vida. Sin
duda, el respeto por los demás es el primer requisito para
saber vivir, lo que exige antes estar en amistad uno consigo
mismo.
Con razón, las gentes de palabra, los sabios de corazón, han
elevado a lo más sublime la amistad, algo que es tan vital
como el amor. Por consiguiente, es bueno que trabajemos a
destajo el orbe de los afectos, dado el aluvión de
desafectos y desórdenes que nos sorprende a diario la vida.
Trabajar por la armonía, por la conciliación, por la
aproximación de unos y otros, por una amistad profunda que
no conoce fronteras, debiera considerarse como derecho y
deber de toda ciudadanía. A mi manera de ver, ha de
propiciarse desde todos los ámbitos de la educación el valor
de la amistad como algo connatural con la persona. Al fin y
al cabo, educar es mucho más que dar un estatus social, es
sobre todo y ante todo, capacidad de discernimiento y
sensibilización. Para ello, hace falta abrir el corazón a
los asuntos humanos y forjar un hombre sensible a las
dificultades. Que nada de lo ajeno nos deje indiferentes.
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