Decía Aristóteles que la esperanza
es el sueño del hombre despierto. Ciertamente, hoy la
humanidad también sigue anhelando de ese despertar para dar
respuesta a los muchos entresijos que se nos presentan a
diario. Interrogarse e interrogarnos va explicito en la
propia existencia. El ser humano no puede vivir en el vacío,
porque genera además un desencanto permanente, es preciso
activar una verdadera formación ética, que nos lleve a
descubrir los valores de lo auténtico, desvalorados y
perdidos en el baúl de los recuerdos, para ser capaces de
hacer justicia con la verdad de frente. Desde luego, se
demandan nuevos entusiasmos, que es tanto como decir nuevas
esperanzas, en un planeta caracterizado por una banalidad
que todo lo funde y lo confunde, hasta el punto que cada día
nos penetra una sensación de dolor grande, por tener que
vivir en una sociedad globalizada en la que no se permite a
la gente pensar, ni mucho menos poder decir lo que uno
piensa.
A pesar de tantas adversidades, el rayo de la ilusión
siempre nos injerta ánimo. Es como si fuese ley de vida. Por
ello, el mundo debería fabricar lugares de esperanza, donde
uno pudiera manifestarse libremente, bajo el estimulante
vital de la transparencia estética, que es lo que da razón
de expectativa fiable. Sin duda, lo estético es lo que
aporta sustancia a la esperanza. El progreso de las culturas
ha de ser sobre todo un progreso de libertad y raciocinio,
de obrar bien y para el bien, jamás de tergiversación de la
realidad. Al hombre despierto le repele lo políticamente
correcto y lo que le afana es salvaguardar el derecho
natural a la verdad como requerimiento del instinto propio
de la inteligencia. Al hombre despierto le repele ser una
mercancía sin corazón, porque es algo más que un recurso del
materialismo y de los sistemas de producción. Al hombre
despierto, al fin, le repele todo aquello que no genere
bienestar moral al mundo, sabedor de que en la rectitud se
halla el orden y la equidad.
Al soplo de ese bienestar ilusionado, el árbol de la
esperanza es como un manantial de aromas que a todos debe
enriquecernos. En consecuencia, nunca será tarde para buscar
un mundo más humano si en el empeño ponemos coraje y
esperanza. Cuando las naciones se unen para dar esperanza y
sustento es la mejor señal de un futuro mejor. Asimismo,
cuando las personas se unen (por amor) siempre se gana
esperanza de vida, esperanza por encontrar protección, por
librarse de la pobreza. En cualquier caso, hasta que el sol
no se ponga por última vez, el hombre despierto nunca tiene
la esperanza perdida por muy mal que se sienta. Entiende que
la luz siempre vuelve a brillar tras las sombras, sobre todo
cuando el saber injerta tolerancia y respeto hacia el ser
humano. Por el contrario, quien se desinteresa de avivar la
esperanza, quien no tiene la voluntad de ser ético, por muy
intelectual que se considere, será un bárbaro, porque lo
admirable es que el ser humano siga creando belleza y
recreándose en la belleza. Pobre mundo con una humanidad
desesperanzada. Sería el caos y el fin.
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