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OPINIÓN - JUEVES, 21 DE JULIO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

El bigotito de los cincuenta
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cada año, por estas fechas, suelo yo darme mis primeros baños en la playa de El Chorrillo, con el fin de purificar mi cuerpo y, de paso, ligar un poco de color con el que poder presentarme en sociedad en una piscina donde me lo paso la mar de bien. Este verano, sin embargo, decidí suprimir mis nueve o diez baños en la playa para irme sin dilación alguna a la piscina. Y allí en el establecimiento donde la piscina tiene su sede, procuro gastarme las cuatro perras que mi modesta economía permite para que éstas redunden en beneficio de la ciudad.

Es más, uno, que puede jactarse de haber veraneado en los mejores sitios cuando innumerables españoles apenas traspasaban el umbral de sus casas, lleva ya muchos años recomendando el lugar donde resulta delicioso tomar el sol y bañarse en agua templada. Sobre todo a quienes hayan empezado a padecer de lumbalgias u otras afecciones dolorosas en las articulaciones, tendones, ligamentos y demás achaques causados, mayormente, por el paso de los años.

-La edad no perdona, ¿verdad, De la Torre? -me dice un señor, con algún que otro año más que yo pero tan agradable como buen conversador, en tanto que ambos no perdemos detalle alguno desde la inmejorable posición que ocupamos en el escenario veraniego.

-Lleva usted razón, le digo a mi interlocutor, mientras, sin decirnos ni pío, nos ponemos a contemplar unas piernas femeninas; espectáculo que siempre consuela y nos aparta de la soledad. Eso sí, nuestras miradas son delicadas y las deslizamos sin que éstas susciten molestias embarazosas. No vaya a ser que a cualquier desaprensivo le dé por tacharnos de ser unos viejos verdes.

Mi compañero de piscina, hombre muy vivido, lleva un bigotito que se puso muy de moda en los cincuenta, cuando todos los hombres se querían parecer a Jorge Negrete y a Clark Gable. Y a fe que todavía le da cierto aire de galán. Cuando se lo recuerdo se atisba en su rostro un cierto sonrojo que procura eludir con una pregunta: “¿Me podría usted decir cómo sortea la censura en sus artículos?”.

-Siempre que uno no puede hablar en román paladino (que sigue pasando con mucha frecuencia y que es una constante histórica en España) recurre a la ironía, tarea nada fácil, al sarcasmo o la típica mala leche de cuño hispánico. Ahora bien, hay que cuidarse mucho de los políticos. Porque los políticos vapuleados son como boxeadores golpeados: el doble de peligrosos. Lo dijo alguien cuyo nombre he olvidado, pero me causaría remordimientos apoderarme de la cita, así por las buenas.

-¿Qué clase de político le causa más rechazo? Se lo pregunto porque me imagino que habiendo tratado con ellos tantos años ya se habrá hecho a la idea de con quienes no iría ni de aquí a la esquina.

-Con los que parecen que nunca han roto un plato. Puesto que tales especímenes, aparentemente inofensivos, suelen causar un sufrimiento indecible en las personas de carácter sincero y fondo noble.

-¿No se cansa usted de escribir diariamente en una ciudad pequeña donde la retirada del saludo es síntoma latente de desacuerdo?

Sí, claro que sí. Pues a veces el cuerpo, compañero, necesita descanso. De modo que ardo en deseos de tomármelo.
 

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