Cada año, por estas fechas, suelo
yo darme mis primeros baños en la playa de El Chorrillo, con
el fin de purificar mi cuerpo y, de paso, ligar un poco de
color con el que poder presentarme en sociedad en una
piscina donde me lo paso la mar de bien. Este verano, sin
embargo, decidí suprimir mis nueve o diez baños en la playa
para irme sin dilación alguna a la piscina. Y allí en el
establecimiento donde la piscina tiene su sede, procuro
gastarme las cuatro perras que mi modesta economía permite
para que éstas redunden en beneficio de la ciudad.
Es más, uno, que puede jactarse de haber veraneado en los
mejores sitios cuando innumerables españoles apenas
traspasaban el umbral de sus casas, lleva ya muchos años
recomendando el lugar donde resulta delicioso tomar el sol y
bañarse en agua templada. Sobre todo a quienes hayan
empezado a padecer de lumbalgias u otras afecciones
dolorosas en las articulaciones, tendones, ligamentos y
demás achaques causados, mayormente, por el paso de los
años.
-La edad no perdona, ¿verdad, De la Torre? -me dice
un señor, con algún que otro año más que yo pero tan
agradable como buen conversador, en tanto que ambos no
perdemos detalle alguno desde la inmejorable posición que
ocupamos en el escenario veraniego.
-Lleva usted razón, le digo a mi interlocutor, mientras, sin
decirnos ni pío, nos ponemos a contemplar unas piernas
femeninas; espectáculo que siempre consuela y nos aparta de
la soledad. Eso sí, nuestras miradas son delicadas y las
deslizamos sin que éstas susciten molestias embarazosas. No
vaya a ser que a cualquier desaprensivo le dé por tacharnos
de ser unos viejos verdes.
Mi compañero de piscina, hombre muy vivido, lleva un
bigotito que se puso muy de moda en los cincuenta, cuando
todos los hombres se querían parecer a Jorge Negrete
y a Clark Gable. Y a fe que todavía le da cierto aire
de galán. Cuando se lo recuerdo se atisba en su rostro un
cierto sonrojo que procura eludir con una pregunta: “¿Me
podría usted decir cómo sortea la censura en sus
artículos?”.
-Siempre que uno no puede hablar en román paladino (que
sigue pasando con mucha frecuencia y que es una constante
histórica en España) recurre a la ironía, tarea nada fácil,
al sarcasmo o la típica mala leche de cuño hispánico. Ahora
bien, hay que cuidarse mucho de los políticos. Porque los
políticos vapuleados son como boxeadores golpeados: el doble
de peligrosos. Lo dijo alguien cuyo nombre he olvidado, pero
me causaría remordimientos apoderarme de la cita, así por
las buenas.
-¿Qué clase de político le causa más rechazo? Se lo pregunto
porque me imagino que habiendo tratado con ellos tantos años
ya se habrá hecho a la idea de con quienes no iría ni de
aquí a la esquina.
-Con los que parecen que nunca han roto un plato. Puesto que
tales especímenes, aparentemente inofensivos, suelen causar
un sufrimiento indecible en las personas de carácter sincero
y fondo noble.
-¿No se cansa usted de escribir diariamente en una ciudad
pequeña donde la retirada del saludo es síntoma latente de
desacuerdo?
Sí, claro que sí. Pues a veces el cuerpo, compañero,
necesita descanso. De modo que ardo en deseos de tomármelo.
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