El mundo ha perdido el horizonte
de la ética que jamás se debe perder de vista. Aquellos que
vivimos en una situación privilegiada no podemos permanecer
indiferentes hacia los llantos de los que se encuentran en
el otro extremo. No es común escuchar, en boca del mundo de
las finanzas y de los grandes empresarios, una filosofía
distinta del máximo beneficio. Nos desvela la solidez de los
bancos y, sin embargo, permanecemos inmóviles ante los
problemas del desempleo y las hambrunas, que tienen poco que
ver con la escasez de trabajo o alimentos, y mucho con otros
factores económicos y sociales. Ante estos hechos,
reconozco, que a mí no me interesa el crecimiento de la
Banca, sino el crecimiento económico de las familias.
Tampoco me interesa para nada el mundo empresarial que no
tiene un comportamiento ético e integrador, que no considera
la responsabilidad social como parte de su trabajo. El
desarrollo de algunos “favorecidos” es más de lo mismo, en
cambio el avance del bienestar global de la humanidad es lo
incomparablemente gozoso.
Efectivamente, sí me interesa que los proletarios de
chaqueta y corbata se nieguen a trabajar de sol a sol,
porque es una buena manera de repartir el trabajo y de que
ellos puedan hacer más vida familiar. Y también me interesa
mucho que aquellas multinacionales cuyos productos se
fabrican en países del tercer mundo, a bajo precio,
explotando a mujeres y a niños, vayan a la quiebra y tengan
que cerrar sus puertas. Claro está, son innumerables las
injusticias que se siguen produciendo a diario; en parte,
por una mala interpretación de los poderosos entre la ética
pública y el desarrollo económico, que siempre castiga a los
más débiles, porque los frágiles siguen sin tener voz.
La apuesta por una filosofía de vida distinta conlleva que
el trabajo sea considerado en toda su dignidad como un
derecho natural de todo ser humano. La cuestión no es el
beneficio por el beneficio, sino la realización de la
ciudadanía en el bienestar. A propósito, solía decir el
novelista británico de origen polaco, Joseph Conrad, que no
le gustaba el trabajo, quizás a nadie le guste; pero que le
gustaba que, en el trabajo, tuviese la ocasión de poder
descubrirse a sí mismo. Y es verdad, uno puede que no
necesite trabajar para comer, pero necesitará trabajar para
tener salud. O sea, que todos precisamos estar ocupados. Por
eso, sobre todo para que una sociedad no caiga en la
ociosidad, todo joven que no esté estudiando debiera
ofrecérsele alguna forma de garantía laboral, es decir una
oportunidad de trabajar, de formarse o de participar en
alguna medida de activación. Quedarse parado es lo último.
Por el contrario, igualmente, debo decir que una vida
construida sobre el círculo vicioso de la ambición se
convierte en una vida arrastrada que no tiene sentido
vivirla. Lo fundamental, pues, radica en que los individuos
sean considerados como algo más que un mero recurso humano
de un sistema de producción, en la mayoría de las veces
generador de esclavitudes; puesto que, a veces, todo se
concentra en incentivos económicos. Activar los valores
democráticos y morales nos ayudarán a saber discernir para
tomar posiciones libres. Desde luego, todos los ciudadanos
estamos llamados a situarnos ante nuestra propia
responsabilidad, consigo mismo y con el planeta, en un marco
globalmente solidario. La expresión popular de “es tan
pobre, que sólo tiene dinero”, encierra un profundo
significado, sobre el que vale la pena reflexionar.
El ser humano no puede ser un muñeco de la economía, de los
agentes de producción e intercambio, de distribución y
consumo de bienes y servicios. Por consiguiente, estimo, que
ha llegado el momento de plantarse, de revisar el camino
recorrido, de darnos nuevas reglas y de encontrar todos
juntos nuevas formas de compromiso. La dificultad no está en
cómo formarse para el trabajo del futuro, que también, el
mayor problema surge en la ética que tendrán esas mujeres y
hombres que generan trabajo y que forjan vidas. A mi juicio,
la mayor de las trabas es, sin lugar a dudas, la pérdida de
la capacidad de percepción de lo ético, el orgullo de
dominar porque sí y la falsa humildad que se siembra. Ya se
sabe que sin moral alguna, el ser humano se convierte en un
animal de difícil doma porque no ve la ética de la
responsabilidad por ninguna parte. De igual modo, del
orgullo tampoco surge nada noble; y de la soberbia, la
necedad nos puede. En consecuencia, hemos de cambiar
complemente de cultivo y de cultura, poniendo a la persona,
a cualquier persona, como sujeto de la vida económica y del
trabajo, lo que nos exige a todos un ejercicio de
responsabilidad humana, íntimamente orientada al valor de la
dignidad de la persona, a la búsqueda del bien común y al
desarrollo estético de las sociedades.
Esa vida diferente es una vida globalizada, que ha de
construirse desde una economía socialmente solidaria y a
medida de la persona, bajo un modelo de economía de
relación. Por cierto, me pareció muy buena la idea de la ONU
de exhortar a todos los habitantes del mundo, con motivo del
Día Internacional de Nelson Mandela, instando a que se
dediquen 67 minutos de su tiempo a algún servicio a su
comunidad, un minuto por cada año que el líder sudafricano
ha servido a la humanidad. Sin duda, un buen referente para
ejercer la solidaridad y repensar sobre la auténtica
expresión de la palabra, en un momento de una precariedad
laboral preocupante, y con la herida del desempleo que sigue
afligiendo a multitud de países. En cualquier caso, a pesar
de la inseguridad y la crueldad, del desasosiego y la
pobreza, pienso que la vida es bella, a poco que nos
regalemos una sonrisa los humanos y estemos dispuestos a
tendernos una mano los unos a los otros. Quizás, por otra
parte, esta sea la única razón de vivir.
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