Soy Kassil Jonas, inmigrante marfileño. Vivo en CETI desde
hace un mes y dos semanas”. Así comienza este joven
inmigrante su carta. Trae la misiva en un bolso. Quiere que
se publique pero teme posibles represalias. Tiene una letra
bonita y no demasiadas faltas de ortografía. Dice que
aprendió español en su país. Escribe sin dejar espacio en
los márgenes del folio, como si quisiera apurar hasta el
último centímetro de sus recursos.
Estudiaba Derecho, trabajaba instalando softwares en los
ordenadores. Pero tenía miedo. Quiso huir de la guerra que
enfrentó a los militares del presidente Laurent Gbagbo y a
los de su homólogo Alassane Outtara. Imaginó encontrar
refugio político en España. Era 14 de febrero, el día de San
Valentín, cuando abandonó su país. Tardó varios meses en
llegar a Ceuta. Pasó por Mali y por Argelia. Iba de un país
a otro subiéndose en camiones. Llegó a Marruecos y encontró
allí a un amigo, al que le pidió cincuenta euros. Con ese
dinero se compró un traje de neopreno y se lanzó al mar en
la playa de Beliones. Fue hace poco más de un mes y medio,
el mismo tiempo que lleva esperando en el CETI (Centro de
Estancia Temporal de Inmigrantes) con una sola intención:
que le permitan el acceso a la península.
Pero ve pasar los días sin atisbar una solución. “No sabemos
lo que el Gobierno español va a hacer con nosotros”,
lamenta. “¿Cuándo y cómo voy a salir del CETI y a tener
documentación para ir a la península?, se pregunta. Pero
después añade: “Quizá el Gobierno español y Dios conocen la
respuesta”.
Sinónimo de muerte
La situación que percibe a su alrededor no le anima. Sus
compañeros de estancia se amontonan cada día en los
alrededores del Puerto buscando un momento de improvisado
despiste en el que escapar. “Muchos morenos prefieren entrar
debajo del camión”, narra, pero agrega que él sabe que dicha
decisión es “sinónimo de muerte”.
“¿Quizá esa es la solución?”, pregunta. Después, decide que
él prefiere decantarse por esperar. Confía, aunque no sepa
en quien. “Desde hace dos meses, nadie ha tenido la suerte
de ganar una documentación para ir a la península. Es una
situación dramática. Cada semana, la Policía está delante de
las puertas de nuestros dormitorios para encarcelar antiguos
inmigrantes que han hecho más de un año. Hemos dejado África
a causa de la cosa mala y de la guerra que conoce este
continente. ¿Ahora por qué deportar un inmigrante en un país
sin derecho y libertad? Hacer más de un año en Ceuta o
Europa sin nada e ir a tu país sin nada”, manifiesta Kassil
Jonas en su carta.
En la última parte de su carta, el joven inmigrante lamenta
que no pueda dormir. Las pesadillas, los pensamientos, las
dudas, los miedos. “En el CETI tenemos todo lo que necesita
un ser humano para vivir: hay comida, salud y una habitación
para pasar la noche”, agradecía a los trabajadores del
centro al principio de su carta. “Comemos bien, pero
dormimos mal”, añadía al final. “Todas las noches tomamos
nuestro tiempo para pensar en nuestra vida y en nuestro
futuro. ‘¿Qué vamos a devenir? ¿Cuándo y cómo vamos a salir
del CETI?’ son las preguntas de los inmigrantes”, deja
escrito.
Kassil Jonas tiene 24 años y es uno de los más de
seiscientos inmigrantes que residen en el CETI. Uno más con
las mismas ilusiones que todos y con algunas propias. Se fue
de Costa de Marfil buscando “una paz y una tranquilidad” que
no ha encontrado en este país. Aún así, lo tiene claro y
concluye así su carta: “Voy a terminar con estas palabras:
‘España está en nosotros’.
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