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sociedad - DOMINGO, 17 DE JULIO DE 2011


Un grupo de jóvenes inmigrantes. p.g.

REPORTAJE / INMIGRACIÓN
 

La inmigración, más allá de una cifra

“El blanco no tiene la libertad de encerrar
al negro”, denuncia uno de los más de seiscientos internos del CETI mientras reclama junto a sus compañeros una
solución para no estar “atrapados” en Ceuta
 

CEUTA
Patricia Gardeu

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Aniangouseeynou, 25 años, procedente de Guinea Ecuatorial. Su sueño: Llegar a Bilbao. Youca Diallo, 25 años, Guinea. Quiere encontrarse con sus amigos de Barcelona. Kassil Jonas, 24 años. Vino de Costa de Marfil. Quiere entrar en la península. No le importa donde. “A España, a España”, suplica. Ceuta es España, pero no le basta. “Aquí estamos encerrados”.

‘Asalto desesperado al Puerto. La Guardia Civil rechaza en junio a más de treinta inmigrantes en el preembarque’. Titular de la portada del primer día de julio en EL PUEBLO. Una semana después: ‘Una nueva avalancha por mar trae hasta la ciudad a 27 subsaharianos’. Dos días más tarde: ‘Efecto llamada. 47 subsaharianos llegan a Ceuta durante la última madrugada’. Y continúa: ‘Llegan otros 18 inmigrantes tras el parón dominical’, ‘Otros 31 inmigrantes entran a nado’.

Cifras: 27, 47, 18, 31... Personas detrás de cada uno de esos números. Vidas rotas. Exilios. Esperanzas. En el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes) ya son más de seiscientas personas las que aguardan. Aniangouseeynou, Youca Diallo y Kassil Jonas son tres de esos casos. Tres de los muchos inmigrantes que se paseaban el miércoles por el Puerto.

Dormido en la calle


Aniangouseeynou estaba dormido en las inmediaciones del Puerto Deportivo. Unos niños a su alrededor le señalaban pensando que estaba muerto. Hasta que un agente policial lo despertó. La noche anterior había sido interceptado por la Policía cuando intentaba pasar a la península escondido en los bajos de un camión. Era su segundo intento. No quiere que lo deporten. Su padre murió y no tiene a nadie que lo espere en su país. Tras ser descubierto por la Policía y al ver que no le daba tiempo ya de subir a dormir al CETI, decidió esperar en la calle, entre los coches.

Mientras, algunos de sus compañeros siguen intentándolo. Se sienten “atrapados” en Ceuta y cualquier vía puede ser buena. Muestran heridas que se hicieron al entrar en Ceuta a nado y otras que se han quedado como recuerdo de los últimos intentos de cruzar a la península. Todos intentos fallidos. Como los de Youca, que lleva en Ceuta un año y ocho meses, después de haber vivido dos años en Marruecos. Él llegó en una balsa hinchable junto a otras cinco personas. Tres ya han logrado entrar en la península: dos escondidos en un camión, uno por las vías legales. Los restantes siguen esperando su turno en el CETI.

Protestan de la comida -”siempre arroz blanco”- y de que el champú se lo entreguen mensualmente: “Y no nos dan más si se nos termina”. También denuncian que la Policía suba “y pegue”. “Ayer, vino un agente y le pegó a un chico”, denuncia uno de ellos. Apenas hablan español y se pisan unos a otros en un intento por hacerse entender: “Y la ropa, sólo tenemos esta”, protesta uno de los inmigrantes mientras enseña unos pantalones vaqueros con roturas y descosidos.

“Ceuta no es buena”, concluyen. Es lo que menos les gusta, la sensación de inferioridad y la “falta de libertad” que, aseguran, les hacen sentir en España. “La vida aquí es una vida de mierda. Muchos inmigrantes están dos o tres años y después les deportan”, explican. Alegan que vinieron de África “porque allí había guerras” y que al llegar a Ceuta se han encontrado demasiadas carencias.

“El blanco no tiene la libertad de encerrar al negro”, lamentan, “y si los negros, como ahora, queremos hablar, nos dicen que no, que eso es política”.
 

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