Aniangouseeynou, 25 años, procedente de Guinea Ecuatorial.
Su sueño: Llegar a Bilbao. Youca Diallo, 25 años, Guinea.
Quiere encontrarse con sus amigos de Barcelona. Kassil Jonas,
24 años. Vino de Costa de Marfil. Quiere entrar en la
península. No le importa donde. “A España, a España”,
suplica. Ceuta es España, pero no le basta. “Aquí estamos
encerrados”.
‘Asalto desesperado al Puerto. La Guardia Civil rechaza en
junio a más de treinta inmigrantes en el preembarque’.
Titular de la portada del primer día de julio en EL PUEBLO.
Una semana después: ‘Una nueva avalancha por mar trae hasta
la ciudad a 27 subsaharianos’. Dos días más tarde: ‘Efecto
llamada. 47 subsaharianos llegan a Ceuta durante la última
madrugada’. Y continúa: ‘Llegan otros 18 inmigrantes tras el
parón dominical’, ‘Otros 31 inmigrantes entran a nado’.
Cifras: 27, 47, 18, 31... Personas detrás de cada uno de
esos números. Vidas rotas. Exilios. Esperanzas. En el CETI
(Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes) ya son más de
seiscientas personas las que aguardan. Aniangouseeynou,
Youca Diallo y Kassil Jonas son tres de esos casos. Tres de
los muchos inmigrantes que se paseaban el miércoles por el
Puerto.
Dormido en la calle
Aniangouseeynou estaba dormido en las inmediaciones del
Puerto Deportivo. Unos niños a su alrededor le señalaban
pensando que estaba muerto. Hasta que un agente policial lo
despertó. La noche anterior había sido interceptado por la
Policía cuando intentaba pasar a la península escondido en
los bajos de un camión. Era su segundo intento. No quiere
que lo deporten. Su padre murió y no tiene a nadie que lo
espere en su país. Tras ser descubierto por la Policía y al
ver que no le daba tiempo ya de subir a dormir al CETI,
decidió esperar en la calle, entre los coches.
Mientras, algunos de sus compañeros siguen intentándolo. Se
sienten “atrapados” en Ceuta y cualquier vía puede ser
buena. Muestran heridas que se hicieron al entrar en Ceuta a
nado y otras que se han quedado como recuerdo de los últimos
intentos de cruzar a la península. Todos intentos fallidos.
Como los de Youca, que lleva en Ceuta un año y ocho meses,
después de haber vivido dos años en Marruecos. Él llegó en
una balsa hinchable junto a otras cinco personas. Tres ya
han logrado entrar en la península: dos escondidos en un
camión, uno por las vías legales. Los restantes siguen
esperando su turno en el CETI.
Protestan de la comida -”siempre arroz blanco”- y de que el
champú se lo entreguen mensualmente: “Y no nos dan más si se
nos termina”. También denuncian que la Policía suba “y
pegue”. “Ayer, vino un agente y le pegó a un chico”,
denuncia uno de ellos. Apenas hablan español y se pisan unos
a otros en un intento por hacerse entender: “Y la ropa, sólo
tenemos esta”, protesta uno de los inmigrantes mientras
enseña unos pantalones vaqueros con roturas y descosidos.
“Ceuta no es buena”, concluyen. Es lo que menos les gusta,
la sensación de inferioridad y la “falta de libertad” que,
aseguran, les hacen sentir en España. “La vida aquí es una
vida de mierda. Muchos inmigrantes están dos o tres años y
después les deportan”, explican. Alegan que vinieron de
África “porque allí había guerras” y que al llegar a Ceuta
se han encontrado demasiadas carencias.
“El blanco no tiene la libertad de encerrar al negro”,
lamentan, “y si los negros, como ahora, queremos hablar, nos
dicen que no, que eso es política”.
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