Antonio Burgos, periodista
y escritor, se caracteriza porque maneja la burla fina,
tranquila, con toques de andalucismo, magistralmente. De su
humor, del humor de Burgos, decía Umbral que es
sencillo, poco hiriente, educado amable y muy grato al
lector.
Yo he venido leyendo a Burgos, como columnista, en Triunfo,
Hermano Lobo, ABC, Blanco y Negro, Diario 16, El Mundo y,
nuevamente en ABC. De AB me hablaba mucho, cuando se
encartaba, Francisco Amores, Curro, que lo vio
crecer en todos los aspectos en la Redacción sevillana de
ABC.
Las anécdotas contadas por Burgos me han hecho reír de lo
lindo. Hay una, referida a un tonto sevillano, que nunca se
me olvida. Más o menos es así: cada vez que en Sevilla se
anunciaba una conferencia, allá que se presentaba el tonto.
Y lo primero que hacía es llegarse hasta el estrado y
beberse el agua destinada al conferenciante. Y, a renglón
seguido, decía: “Estaba sequito…”.
El público, entonces, sorprendido por el hecho, prorrumpía
en aplausos. Y el tonto se crecía de lo lindo. Hasta que
llegó un día en el cual los organizadores de semejantes
acontecimientos tuvieron que poner pies en pared. Y
decidieron leerle la cartilla al tonto para que nunca más se
moviera de su asiento.
Pues bien, de esta anécdota me acordé días atrás mientras
una señora, muy dada a frecuentar conferencias, me contaba
que en Ceuta había un tonto que no se daba cuenta de cómo
metía la pata sin solución de continuidad. Y hasta me sopló
el nombre del sujeto. Eso sí, prometiéndole que de mi boca
no saldría el nombre del Fulano ni el suyo. Faltaría más.
Pero he aquí la historia. El tonto ceutí es persona
ilustrada. Goza de grandes conocimientos y saberes. Repleto
de estudios, es de justicia reconocerle que goza de un
bagaje cultural digno de encomio. Sin embargo, ha dado en la
manía de meter la pata cada dos por tres. Y sirve ya de mofa
de muchas personas que están ya cansadas de verle mostrarse
como si supiera más que Dios.
Trataré de contar lo mejor posible lo que me han contado
respecto a él. Le gusta sobremanera convertirse en
presentador de todo conferenciante que llega a esta ciudad.
Y, además de beberse el agua de los conferenciantes, hace de
la presentación de éstos otra conferencia. Es decir,
controlado por medio de cronómetro, “hay gente pa tó”, se ha
podido comprobar que el sujeto invierte más tiempo en las
presentaciones que lo que duran las exposiciones de los
conferenciantes. Y, cuando termina su perorata, resulta que
los conferenciantes están ya aburridos y deseando taparse en
el burladero de la disconformidad.
Por lo que me han contado, entre quienes organizan tales
actos existe más que malestar por cómo hace el presentador
de filibustero cultural. Pero no se atreven a decirle ni
pío. Ya que el tonto, tan culto él, todo hay que decirlo,
tan leído y tan propenso a presumir de estudios académicos,
es capaz de revolverse contra ellos con cierta brusquedad.
Por lo que no han dudado lo más mínimo en ponerme al tanto
de su comportamiento, por medio de un amiga común, para ver
si dándole publicidad a la cuestión, sin mencionar su
nombre, el Fulano se da cuenta de que está haciendo el
ridículo. Espero, pues, que el aviso le haga enmendar
errores.
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