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OPINIÓN - JUEVES, 14 DE JULIO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Los sucesos del ‘Angulo’
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

En cuanto leo la noticia que habla de la sentencia del Tribunal Supremo negando la indemnización solicitada por un inmigrante, reclamada por los daños que le causaron los sucesos producidos en las Murallas Reales del Ángulo, se me vienen a la cabeza hechos vividos entonces por mí. Y que entran dentro de los que uno no olvida por más que pasen los años. Dieciséis son los que se van a cumplir de aquella revuelta protagonizada por unos inmigrantes, un 11 de octubre de 1995.

Trabajaba yo entonces en un medio local. En cuya Redacción podía encontrarse a Rafael Peña y a mí a todas horas. Los dos habíamos hecho buenas migas. Aunque nuestras buenas relaciones se veían empañadas a veces por discusiones que solían excitarnos durante unos minutos. Los justos para volver a sellar la paz en una cafetería cercana.

A Rafael Peña lo visitaban diariamente varios inmigrantes. Y, sentados a una mesa con él, le iban contando todas las desdichas que mi compañero relataba en sus páginas. En realidad, RP daba todos los días muestras de ser solidario con la causa de aquellos desventurados y nunca desdeñaba la oportunidad de escuchar atentamente las desgracias que aquellas personas sufrían.

Un día, Rafael me dijo que había quedado con dos o tres inmigrantes para adentrarse en el subsuelo de las Murallas Reales del ‘Angulo’. Es decir, para conocer en qué sitio estaban alojados y en qué condiciones. Y me hizo la siguiente petición: “Manolo, debido a que me ha surgido un inconveniente, ¿podrías hacerme el favor de acompañar a estas personas a los bajos del Ángulo?”. Y le dije que sí.

Cuando los inmigrantes me condujeron por aquellos pasillos inmundos, dédalos terribles, donde las aguas fecales se deslizaban por las paredes rocosas para quedar estancadas en los suelos. Suelos convertidos en muladares. Y donde la náusea producida por los olores hacía perder el equilibrio. Tal es así, que llegó un momento en el cual sentí la necesidad de decirles a mis guías que me sacaran de aquel infierno, inmediatamente.

La ropa con la que visité aquel antro, un mes antes de los sucesos, jamás pude recuperarla. Pues bien, cuando salí a la superficie, pensé en que había estado en un lazareto de apestados. Todos apiñados como bestias en una gruta diabólica. Y no dudé en escribir que aquella situación era la más apropiada para que un día los allí congregados decidieran formar un lío monumental. Pues en aquella ruina, quien propiamente vivía y pervivía era la muerte.

Conté lo que había visto tanto a mi siempre recordada María del Carmen Cerdeira, que era entonces delegada del Gobierno, como a Basilio Fernández, alcalde. Pero ambos estaban, en cuestiones de inmigración, atados de pies y manos. Eran otros tiempos y Ceuta no estaba preparada para afrontar tamaño problema. Insistí en mis escritos al respecto. Lo cual, lógicamente, no gustaba a las autoridades que se veían impotentes para atender lo que estaba ocurriendo.

El día que se produjo la revuelta, me hallaba yo entrevistando a Florentino Gómez Macedo. Secretario de la UNED en Ceuta y a quien yo le tenía ley. Y aún recuerdo cómo corrí desde el edificio universitario hasta las Murallas Reales para ser testigo de un hecho que jamás he olvidado. Imagino que Rafael Peña tampoco.
 

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