Cualquier atentado contra un bien
cultural se considera legalmente “expolio” por más que el
verbo “expoliar” nos haga recordar de manera automática a
esos “tumuleros” y otras hierbas que con sus detectores de
metales se dedican a saquear o expoliar los yacimientos
arqueológicos. También el verbo nos retrasa cronológicamente
a los años sesenta y setenta con el expolio de arte
religioso y ya no hablemos del año 1931 con la salvaje II
República donde se quemó en iglesias y conventos patrimonio
bastante como para haber surtido de obras de arte cien
museos de primera categoría. Y por cierto aún no nos han
pedido perdón a los cristianos ni a los amantes del arte por
tamaña aberración.
Y lo acontecido en Ceuta donde unos bestias han atentado
contra bienes culturales y tal es la calificación de las
estatuas atacadas, es una modalidad de expolio artístico, lo
que denota que en esta ciudad existen tiparracos capaces de
destrozar el arte y la belleza “porque sí”. Salvajismo,
incultura, brutalidad... Pero existen medios técnicos para
disuadir a los bestias, de hecho en muchas ciudades y en sus
centros y enclaves más singulares las cámaras de
videovigilancia son una constante que sirve para asustar a
quienes tienen el propósito de delinquir, dan sensación de
seguridad a los ciudadanos, constituyen una herramienta de
trabajo de primer orden para la policía y no vulneran
ninguna “intimidad” ya que por las calles se pasea y se
callejéa, no se realizan “actos íntimos”.
Eso sí, los delincuentes odias las cámaras y las temen más
que al pecado, porque restringe su libertad de acción y dan
testimonio fehaciente de cualquier fechoría que puedan
cometer, de ahí las acaloradas protestas de quienes no
desean ser “controlados” por incómodos artilugios ya que
ninguna persona decente ve obstáculo alguno a que la filmen
mientras va a trabajar o se para ante un escaparate. Al
revés, la gente honrada tiene como salvaguarda la certeza de
que, al haber vigilancia, los criminales emigrarán a
latitudes más discretas.
Con cámaras nunca se hubieran atrevido al acto de expolio
que supone el atacar unas estatuas, un bien cultural. Y lo
malo de este tipo de basura expoliadora es que si no les
detienen en el momento siempre reinciden y van a más, las
conductas destructivas que no tienen una respuesta penal
porque no han logrado apresar a los autores provocan una
sensación de impunidad en los delincuentes que les hace
intentarlo de nuevo y cada vez de forma más dañina. Las
cámaras de videovigilancia son lo único que “les para”
porque una cosa es el vandalismo y otra que te identifiquen
y te hagan pagar hasta el último euro de lo destrozado.
Y una cosa es el salvajismo y otra que te detengan, pases
setenta y dos horas en los calabozos, te hagan el juicio
rápido y tengas que comenzar a declinar el verbo “pagar” en
primera persona del indicativo porque lo primero que
embargan son las motos y los coches y si son “menores” los
sueldos de los padres. En Málaga por ejemplo las cámaras
consiguieron espantar a los carteristas que operaban por el
Centro Histórico, en cualquier calle o plaza vigilada de
cualquier ciudad la sensación de seguridad es palpable, se
evitan hurtos, robos, agresiones y vandalismo callejero.
Lógico que sea mejor prevenir que curar y si no detienen a
los autores aparecerán por cualquier lugar a atacar los
bienes culturales, ya han probado el regocijo del destrozo y
les ha salido gratis. Si no se les disuade volverán a
delinquir y no se puede poner a un policía junto a cada
escultura, bronce o estatua de la ciudad.
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