Hubo, en este país, un tiempo en
que vivía un personaje intangible que se apellidaba Censura
y que tenía la costumbre de meter en la cárcel a quienes
opinaban libremente y con la verdad por delante. Disponía de
un enorme poder, como el de la Iglesia.
Es cierto que decir la verdad duele terriblemente, aunque no
físicamente, y carcome la moral de cualquiera. Eso hace que
la rabia se acumule en la razón y hace ver cosas que se
suponen son válidas para defenderse.
Nunca he tenido miedo en expresarme ni nunca me he mordido,
ni me morderé, la lengua en decir las cosas como son. Cosas
que están ahí y que no son imaginarias. Cosas sobre las que
escribo sin prejuicios latentes ni siquiera escudándome en
la hipocresía.
¿Por qué no puedo hacerlo? ¿Por qué no puedo escribir la
verdad?
Si hay gente que se ofenden con mis escritos, con aportar
pruebas de que es mentira lo que escribo ya tiene una
justificación real para ir en contra… pero las cosas y los
hechos están ahí, ahí delante de todos y palpablemente
reales. ¿Por qué no puedo escribir sobre ello?
Duele que señale a cualquier persona o colectivo con unos
motivos que sólo a mí me incumbe y que considero que puedo
expresarlo, de la manera con la que expreso mis opiniones,
porque no todo va a ser rositas lanzadas con mano trémula.
Si a pesar de que la realidad está ahí, delante de todos, y
se sigue insistiendo en defender cosas que son realmente
perjudiciales para la humanidad, es que me ha tocado vivir
en una época en que la sinrazón domina a todo lo demás.
Cambiando de tema, si en el mundo se toleran agencias que
califican a los países como les viene a cuento, con sus
cálculos y recálculos interesados (obvio es que en esas
agencias de calificación dominan los especuladores),
condenando de paso a esos países (caso Grecia y pronto
Portugal) a la quiebra real…, no entiendo, ciertamente, el
valor real que se les da a esas calificaciones totalmente
perjudiciales para la economía europea en general.
¿Estos manejos especulativos no se denuncian? ¿Decir
verdades si se denuncia?
En fin, si me toca vivir en una época en que la civilización
es demasiado efusiva por un lado y tremendamente fría por
otro… ¿Qué le vamos a hacer?
Ciertamente no tengo por qué rectificar lo que escribo. Es
una opinión de alguien que opina, nada más. No se puede ir
por la vida fingiendo lo que no se es, como tampoco se puede
exagerar, en esa misma vida, lo que uno es.
Escrito esto, vuelvo a tomar el camino que la estela va
dejando.
He estado viajando y aprovechando mi paso, visité la ciudad
donde residí muchos años. Esta ciudad cobija el aeropuerto
internacional, al que le ha dado nombre. Estoy hablando de
El Prat de Llobregat, donde residen algunos de mis hijos.
He notado un enorme cambio en la misma: los inmigrantes
apenas se notan. No así en la ciudad donde resido
actualmente, Mataró, donde un barrio entero está, casi
totalmente, ocupado por inmigrantes musulmanes y
subsaharianos y otro barrio lleva camino de ser idéntico.
Esto que acabo de escribir ¿es ofensivo? No lo veo así, es
una realidad palpable que está ahí delante de todos y que
sirve para que otros critiquen, con murmullos y miradas
atravesadas, la existencia de estos colectivos. No sé si me
entienden.
Ciertamente asumo la responsabilidad de todo lo que escribo
y nunca voy a escudarme con tapujos hipócritas ni cargar el
muerto a otras personas o entidades. Opino como quiero
opinar, nada más.
Si el editor censurara lo que escribo, toreando la libertad
de expresión y de opinión, poco puedo decir ya que yo no
mando… pero me queda la opción de dejar de escribir en un
medio en que primaría el miedo objetivo y subjetivo.
En fin, la vida sigue, yo también.
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