Hablar cuando las dificultades han
pasado es muy fácil. A quienes analizan los hechos cuando ya
han ocurrido se les tacha de actuar a toro pasado. Lo cual
es hacerlo exponiéndose lo mínimo. Así es torero cualquiera.
Torero y lo que sea.
Cierto es que ir de frente por la vida, hablar en corto y
por derecho, sin eludir los riesgos, es peligroso. Tan
peligroso como para que te pongan en la lista negra de los
desafectos al poder establecido. Y a partir de ese momento,
sólo cabe saber aceptar las consecuencias. Que serán, casi
siempre, jodidas para los intereses de quienes no se
resignan a decir siempre que sí a todo lo que las
autoridades decidan.
Bastantes veces, debido a la familiaridad que me concede en
el trato el editor de este periódico, me expresé dando el
pecho a la conversación que manteníamos. Situándome en el
sitio justo donde uno sabe que pisa terrenos incorrectos y
propicios para sufrir un revolcón aparatoso. El cual no deja
de ser un castigo menor. Ya que lo peor venía después.
Cuando se me tachaba de ver fantasmas donde no los había y
de tenerla tomada con ciertas personas. Las que bien pronto
trataban de denigrarme por detrás.
Menos mal que mis desencuentros con el editor de este
periódico, por advertirle de cómo se las gastaban algunas
personas en las que él había depositado su confianza, a
pecho descubierto, duraban nada y menos. De lo contrario, ya
haría mucho tiempo en que ambos habríamos roto nuestras
relaciones.
Pues bien, lejos de mí creerme pitoniso, no tengo más
remedio que darme pote en estos momentos; es decir, la
importancia de haberle dicho a José Antonio Muñoz,
bastantes veces, los nombres de las personas que eran de
poco fiar como para sellar acuerdos con los clásicos
apretones de mano. Tan desusados ya.
De entre las varias trastadas que le han jugado a Muñoz, la
última, o sea, la que corresponde a los recortes en las
subvenciones a la Asociación Deportiva Ceuta, no deja de ser
una putada. Que así es como en la calle, sin eufemismos que
valgan, se expresa la gente que ha entendido que semejante
decisión debió tomarse cuando el empresario se presentó como
candidato a la presidencia. Y no ahora: tan de sopetón como
para haberse puesto en peligro la existencia del primer club
de fútbol de la ciudad.
Pero he aquí que el presidente de la ADC ha sabido, una vez
más, darle la vuelta a la situación, de la manera que
solamente puede hacerlo alguien cuya confianza en sus
posibilidades está tan a la par como su amor por el fútbol
y, sobre todo, por la ADC. Y lo ha hecho presentando al
entrenador que en un principio quería para dirigir a una
plantilla que iba a ser confeccionada con el presupuesto
previsto, aunque aceptando reducciones razonables, a fin de
volver a la lucha con los mejores equipos.
Verdad es que Sergio Lobera y sus ayudantes han
puesto de su parte lo que tenían que poner para que la
contratación haya sido posible. Y en el ambiente flota la
idea de que el trabajo del equipo técnico dará sus frutos.
Porque los retos difíciles son los que han de afrontar los
entrenadores jóvenes. Obviedad.
Ahora bien, quede claro lo siguiente: la decisión tomada
contra el club, por quienes han querido contentar a sus
adversarios políticos, raya en la injusticia. Por lo que no
es extraño que en la calle se hable, sin paliativos, de
putada.
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