De haber vivido Jaime Campmany,
articulista del ABC y que yo leía con verdadero deleite, me
habría dirigido a él para que me hubiera orientado sobre los
gafes. Y es que don Jaime se daba mucha maña en descubrir a
las personas especialistas en estropear cosas. Las que todo
lo que tocan lo rompen y las que acaban por dejar sin
funcionamiento lo que antes iba sobre ruedas.
Campmany, a ver quién es capaz de manejar la lengua española
como él lo hizo, decía que todos sus conocimientos sobre las
personas cuya presencia daban mala suerte, los había
adquirido cuando estuvo destinado en Roma e hizo amistad con
un experto en semejante ciencia: el profesor Occhipinti.
Así que he hecho mis averiguaciones para contactar con él y
me han dicho que el profesor falleció también hace ya su
tiempo.
En fin, que mi gozo en un pozo. Y aquí me veo tratando de
dar con los gafes que hay entre los concejales, con la
escasa experiencia de la que dispongo para cumplir semejante
misión. Eso sí, no esperen ustedes que cuando sepa algo
mencione el nombre de los que llevan la mala suerte pegada
al trasero. De modo que entonces hablaré de ellos como los
gafes que habitan en el “City Hall”.
Los gafes existen en el Ayuntamiento, ya se lamentaba de
ello Nuria Madariaga –por cierto, Nuria, cuidado con
Iván Chaves, cuyo talento ha alcanzado la plenitud:
el tío ha publicado que se sabe de memoria todas las leyes
de Régimen Local. Ya hay que ser listo. Menudo bagaje
intelectual. Todo un cráneo privilegiado. No sé como a Vivas
no se le ha ocurrido ya distinguirle con alguna medalla-. Lo
de los gafes municipales viene de lejos, y yo me he referido
a ellos, en ocasiones.
La última vez que hablé de uno, lo tildé de manzanillo, que
es un gafe especial; es decir, que su mala suerte jamás se
ceba con él, sino que la padecen quienes lo rodean. Por lo
tanto, hay que tenerle mucho respeto. Porque las víctimas
del Fulano se quedan desvalidas durante mucho tiempo.
Algunas no se recuperan en la vida.
Sin embargo, lo que está ocurriendo últimamente, o sea, que
el Gobierno local esté metiendo el pinrel hasta el corvejón,
un día sí y el otro también, es prueba evidente de que ha
habido un choque poderoso entre gafes. Es, para que me
entiendan, como cuando chocan las placas tectónicas y se
produce un terremoto.
Las consecuencias de este choque entre tíos con mal bajío,
aunque cada uno con su estilo correspondiente, está
resultando fatal. Y si no se pone remedio a la situación,
las cosas pueden ir a peor. A mucho peor. Quiero decir que
habrá momentos en que la sala donde se celebran los plenos
parezca mismamente el corral de la Pacheca.
Resumiendo: que a partir de ahora procuraré identificar a
los gafes que hay entre los concejales del Ayuntamiento. Que
pueden ser dos. Y trataré de descubrirlos por la mirada, por
los andares, por el olor, pero sobre todo por la lógica. La
lógica los denuncia.
Eso lo aprendí de Jaime Campmany. Quien a su vez lo había
aprendido del profesor Occhipinti. Un profesor romano que no
se cansaba de decir que los gafes son como los tontos, que
no son ni buenos ni agradecidos; aunque encierran mucho más
peligro. Un peligro sordo. Y del cual hay que cuidarse si
uno no quiere quedar tocado de un ala toda la vida. Conviene
tocar madera.
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