Tenía que pasar el policía lo que he pasado yo, no poder
dormir, tener pesadillas”. El joven Fahd A.A., que ha
permanecido un mes en el centro de reforma de Punta Blanca,
se recupera ya en la casa familiar de Los Rosales de la
experiencia vivida por un “error” que debería haber quedado
en una simple multa y que a punto ha estado de arruinarle la
vida después de que un policía local, David Vega, le acusara
en falso de atentado. EL PUEBLO habló con el chaval, de 17
años, apenas 24 horas después de que fuera puesto en
libertad, y cuando habían pasado 11 días desde que el agente
se desdijera ante el fiscal de su primera declaración, y
reconociera que el menor no le dio una patada, sino que se
cayó de la moto cuando le perseguía. Fahd explica que aún no
ha salido a la calle y que se sobresalta con cualquier ruido
más fuerte de lo normal. Además tiene pesadillas, no ha
dejado de tenerlas, afirma, durante todo el tiempo de
estancia en ‘Punta Blanca’, de donde llegó a pesar “que no
iba a salir”.
El menor habla con la madurez de un buen estudiante, la de
un chico cabal que, a pesar de las circunstancias, internado
bajo la acusación de un delito grave -atentado a la
autoridad- que no había cometido, fue capaz de examinarse y
sacar adelante todas las asignaturas de 4º de ESO con una
única excepción, el primer suspenso de su vida, en la
asignatura de historia. “Me trajeron los libros y a los dos
días tenía ocho exámenes, ocho en dos días; aprobé siete y
uno lo suspendí, cuando hice el de historia no podía ya...,
era mucho temario”, explica.
Pero lo peor llega cuando relata sus primeras 48 horas de
internamiento, en las que -como establece la norma- los
menores permanecen aislados e incomunicados. Para entonces,
él ya había declarado que no le dio patada alguna al
policía, en una versión que, por separado y en todo momento,
corroboró su acompañante en la moto, otra menor que, al no
llevar el casco, se convirtió en detonante de la traumática
situación que ha vivido Fahd.
Todo el “error” del chaval, reconocido desde un principio
por él mismo y por su madre, que fue quien le llevó a la
comisaría al saber que le buscaban, fue huir asustado del
alto que le dió otro agente desde un ‘zeta’ al observar que
la muchacha no tenía casco. “Pensó que le iban a poner una
multa y que su madre le reñiría”, apunta su tío Mohamed,
presente durante la conversación.
Aunque afirma que el personal de ‘Punta Blanca’ se ha
portado muy bien con él -“todos..., los educadores, todos
sabían que yo era inocente”, apunta-y de que no ha tenido
problemas con el resto de menores internados, Fahd ha pasado
todo este tiempo en un estado de tristeza y zozobra. “Desde
la habitación no veía la playa, pero escuchaba las voces de
la gente”, relata con gesto aún cansado, pues además de la
dura prueba psicológica se recupera de la salmonelosis que
afectó a 17 menores de este centro el pasado fin de semana.
Uno de los que tuvo que permanecer en observación fue Fahd.
Él no da detalles, pero su tío lamenta que, en ese estado de
debilidad se le trasladara esposado al hospital. “Se quejó
de que las esposas le hacían daño”, cuenta.
La falta de comunicación con el exterior fue, según dice,
uno de los aspectos más difíciles de afrontar. Cuando se le
pregunta por el apoyo recibido de sus profesores y
compañeros de clase, que intercedieron por él para que se le
permitiera realizar los exámenes finales, cuenta que no supo
de ello hasta que se lo contó su madre en una de sus visitas
semanales, pues en el centro “no te pueden meter información
de la calle, ni el periódico ni nada”. Cuando conoció este
apoyo, le dio, dice, “fuerza”, como las “visitas” de un
amigo que, cuando tocaba hora de patio, se acercaba al
exterior del centro para saludarle desde una zona alta.
“Venía todos, todos los días, y yo pensaba, él ahí fuera y
yo aquí...”. La rutina en ‘Punta Blanca’ era “desayuno,
quince minutos de tele, clase de apoyo, recreo, clase,
comida, dos horas de fútbol, cena y, a las ocho y media, al
cuarto, entre cuatro paredes”. “Le das muchas vueltas a la
cabeza, como ahora, todavía, lo que he pasado no se olvida,
es la cárcel”. Fahd corrobora lo que en su momento contaba
su madre, que no paró de llorar, que lloraba “mucho”, porque
nunca antes había estad fuera de casa, “lejos de mi
familia”. Muchas veces se temió que iba a quedarse en Punta
Blanca que se iba a quedar ahí, “mucho rato, años”, afirma,
para agregar que “si un día era una eternidad, imagínate dos
años”. Su madre le pedía que tuviera fe mientras rezaba para
que hubiera “justicia”.
Un profesor decía que el chaval quiere ser Policía Nacional,
mientras que su hermano mayor, de 19 años, afirma que lo que
le gustaría es “entrar en la academia militar para salir de
alférez”. Fahd responde que aún no sabe qué elegirá, porque
también le gusta Magisterio, pero tiene claro cuál es su
camino: “Ahora, a sacar el Bachiller”, concluye con un
horizonte que, de pronto, se le llenó de negros nubarrones y
comienza a aclararse.
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