Me toca intervenir entre conocidos
con los que mantengo una conversación de sobremesa. Y me da
por destacar la entrevista realizada a Alfredo Pérez
Rubalcaba en El País del domingo pasado. Destaco, por
encima de todo, el mensaje positivo transmitido por el
candidato del PSOE a la presidencia. Los reunidos a la mesa
me miran con cara de pocos amigos, como si yo hubiera
cometido pecado nefando. Y, tras la pausa acusadora, alguien
rompe el silencio para responderme:
-A buenas horas viene Alfredo P. a decirnos que tiene
soluciones para solventar una crisis en la cual ha tenido él
arte y parte.
Fue entonces, en ese preciso momento, cuando se me ocurrió
responder con anécdota que me pertenece y a la que me veía
obligado a recurrir como ejemplo de lo que hay que hacer
cuando uno es la persona elegida para cumplir cualquier
misión que parezca imposible realizar.
Mirad, hace muchos años, y perdonad que hable de mí, yo me
especialicé en salvar del descenso a equipos de fútbol que
estaban ya condenados a perder la categoría. Equipos
desahuciados por directivos, aficionados y periodistas.
Equipos hundidos en la miseria por mor de una mala
planificación y de un trabajo inadecuado en todos los
sentidos.
Pues bien, en la primera entrevista que me hacían, mi
mensaje era el siguiente: quedan equis partidos por jugarse
y vamos a ganarlos casi todos. Es más, si ahora formamos
parte de los tres o cuatro últimos clasificados, les puedo
asegurar que acabaremos, al final de temporada, entre los
cuatro o cinco mejores equipos del grupo.
Aquellas declaraciones desataban los comentarios contra mí.
Se me llamaba de todo. Se recomendaba, incluso, que se me
pusiera bajo cuidado de loquero. Yo entendía, cómo no, que
la gente desconfiara de mis predicciones. De mi absoluta
confianza en salir ileso del reto tan difícil que había
afrontado. Pero me mantenía en mis trece. Porque sabía,
sobradamente, que la única manera de conseguir el milagro
radicaba en cundir los ánimos suficientes entre los
componentes de la plantilla.
Los logros fueron varios. Y muy sonados. Aunque no tuvieron
la misma repercusión mediática que obtienen los ascensos. No
obstante, aquel trabajo, que en versión taurina significa
limpieza de corrales, es decir, torear el ganado que las
figuras del toreo no quieren, me proporcionó una inmensa
confianza en mis posibilidades a la hora de emprender
cualquier otra tarea por complicada que ella fuere.
Por tal motivo, yo no soporto a los entrenadores que se les
contrata para salvar una situación complicada y en vez de
generar ilusiones se ponen a expandir las dificultades que
entraña la labor que han asumido. Porque yo siempre tengo
presente lo que dijo Albert Camus: “Todo lo que sé
acerca de la moralidad y las obligaciones se lo debo al
fútbol”.
El fútbol me ha enseñado que para competir es fundamental
crear un ambiente sensacional alrededor de él. Una fórmula
que es imprescindible para enfrentarse también a los
problemas que nos van surgiendo en cualquier faceta de la
vida. Así que las declaraciones de Alfredo Pérez Rubalcaba
me han parecido extraordinarias. Y es que para competir hay
que hacerlo repleto de ilusiones y transmitirlas por
doquier.
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