A poco que miremos alrededor de
nosotros, vemos un planeta que respira inquietud y falta de
serenidad, es el efecto de una población en vilo, que
precisa reencontrarse con el sosiego para poder obrar con
tranquilidad y calma. Precisamente, este mes de julio,
concretamente el 11, se celebra el día Mundial de la
Población; festividad que debiera servirnos para observarnos
unos y otros, desde sí, para consigo y para con los demás.
Desde luego, no hay nada más importante que centrar nuestra
atención en cada uno de nosotros, en relación con otros
pobladores, y poder reflexionar sobre las necesidades de
toda la humanidad, sin exclusiones. Detrás de cada numero de
censo está una persona, y como tal, ha de ser considerada y
respetada. Todos debemos contar, no sólo para un mero
registro estadístico, sino también como respuesta de socorro
humanitario, especialmente con las mujeres, las niñas, los
pobres y los marginados.
La inquietud como búsqueda en sí no es mala, lo que es
nefasto es el desasosiego que se genera cuando una población
privilegiada usa y abusa de otros semejantes. Sabemos que
las sociedades que deseen vencer los miedos de la pobreza,
de los conflictos, de las enfermedades, tienen que promover
la igualdad y la no discriminación. Sin embargo, los hechos
son los que son, y vemos que cada día se reducen mucho más
los presupuestos para invertir en las personas con
dificultades. Cuando el ingreso de las familias baja, o no
tiene ingresos, es muy probable que se llegue a la
desmoralización. Una población desmoralizada, a mi manera de
ver como la actual, es lo peor de lo peor, pierde todos los
buenos propósitos éticos, como es el arte de vivir
compartiendo y la de ser ciudadano de corazón. Sin duda, el
sentido moral es el que nos da la orientación debida, por
eso cuando desparece de una comunidad, toda su estructura se
viene abajo y va hacia el derrumbe.
Se dice que el futuro es de los jóvenes, y seguramente sí,
por eso es la juventud la que puede y debe conformar el
futuro del planeta, cada uno desde su país. Su activa
participación es más que necesaria en una población que vive
pendiente de tantas adicciones y esclavitudes. Con razón
buena parte de la juventud dice sentirse indignada y lucha
contra mil fuerzas contrarias, propias de sistemas caducos e
injustos, poderosamente indignos y degradantes de la
persona. Quiero recordarme de uno de los eslóganes del Fondo
de Población de las Naciones Unidas, que a propósito decía:
“Es difícil ser joven. Uno se siente invencible, pero uno es
vulnerable a las drogas, al VIH, al embarazo, a la
influencia de otros jóvenes. ¡Qué confusión! Uno se siente
fuerte. Impotente. Involucrado. Excluido. ¡Magnífico! El
futuro no tiene límites. Uno puede asumir control. De
inmediato”. Pues toca hacerlo ya, el mañana ya es tarde.
Ciertamente, mejor hoy que después, porque urge cambiar el
estado de ánimo de una población deshumanizada. Son los
jóvenes los que tienen que hacerlo, por aquello de que son
los que nos anuncian el mañana. Y de todas, todas, cualquier
adulto, hombre o mujer, con grandes sueños de hacerse
visible, que son los que pueden cambiar la historia de una
población en vilo. El trabajo es duro. La crueldad se sirve
en bandeja todos los días. Multitud de mujeres en plena
juventud son violadas por soldados y desaprensivos
continuamente. El terrorismo no cesa en sus batallas de
sembrar odio. Los torturadores siguen con sus prácticas
crueles. En suma, que la fuerza de los cobardes sigue
gobernando al mundo. Por otra parte, nos consta que hay
zonas en que todavía la población tiene dificultades en el
acceso a los servicios de salud y educación, con personal
cualificado, son las poblaciones indígenas, las poblaciones
afrodescendientes, o las poblaciones en condiciones de
miseria. Sin duda alguna, entre todos debemos lograr un
mundo más apto para toda la población; un mundo que promueva
y proteja los derechos de las personas. ¡Qué menos que vivir
protegidos contra la pobreza, la discriminación y la
violencia!
Pensemos que sólo tenemos una manera de contribuir a que la
población deje de estar en vilo, y es no resignarse por nada
y ante nada. No cabe la resignación ante un clima corrupto,
ni ante una sociedad marcada por tremendas desigualdades.
Esto exige de la población que se afane más en buscar el
bien y la justicia, el valor de lo que somos y sobre la
verdad que nos sustenta. Tenemos que ser capaces de frotar
todas estas sombras, que son auténticas pedradas al espíritu
humano, a nuestra mente, a nuestro talante, porque de las
piedras también saltan chispas que luego son luz. Manos a la
obra pues, que cuántas más manos tendidas, menos corazones
solos. Hay que hacer un mundo para la poesía para que
revierta en una población que entienda la brevedad de la
vida. No vale la pena sacar odio como quien saca pecho para
morirse mañana. Lo único que sí vale una vida, es abrazar a
los que nadie abraza, defender a los explotados y sanar al
explotador, poblarse de amor y reconocerse en él, porque uno
debe conocerse en esa fugacidad-fragilidad, que es la mejor
persona que ha conocido.
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