Lo peor que le puede pasar a una
especie es que se desvincule de la lealtad para consigo
mismo y tome una actitud de engaño y de traición permanente,
que es lo que hoy se lleva para desgracia de todos. Es
terrible que el ser humano no se pueda fiar de su propio ser
humano. Vivimos en el chisme permanente, en la fábula de los
embustes. La sociedad está apuñalada por los embusteros. La
palabra dada es un envoltorio vacio en una cultura mediocre
a más no poder que simula la verdad permanentemente. Pueden
ser muchos los pactos y los compromisos que se adquieran, y
de hecho se hacen, pero si la fidelidad no se cultiva de
manera auténtica, porque al fin y al cabo es una actitud
creativa, difícilmente se van a cumplir las promesas que se
lancen. Ya se sabe que las palabras que no van seguidas de
veracidad, es un sinsentido sembrarlas; aparte de que pueden
hacer mucho daño, también deshacen confianzas ganadas.
Uno tiene que ser fiel a uno mismo para crecer como persona
y no caer en la bajeza de un charlatán. La fidelidad que uno
se done para sí, también es la medida de la fidelidad que se
dona al otro. Esto sólo se consigue si nos miramos con los
ojos del corazón. El mundo arde en violentos enfrentamientos
que nos impiden ver la franqueza de los labios que son
sinceros. Por suerte, aún cuando nuestra fidelidad haya
decaído, no por eso se tambalea la fidelidad innata que
mueve el universo en el que nos movemos y vivimos. Es
cuestión de pararse, de tomar aliento, y de ver, que a la
hora de la verdad, lo único que nos conmueve es la
sinceridad. La hipocresía es el colmo de todas las maldades,
dijo Molière.
Ciertamente, sólo en un mundo de personas sinceras es
posible mantener la unión. Y consecuentemente, ser fiel a la
verdad nos interesa a todos, por esa unidad que vierte el
planeta por todos sus costados. Una cultura no alcanza su
plena madurez sino suma fidelidades a los valores humanos.
Asimismo, las relaciones internacionales entre países son
inseparables de la fidelidad a los valores democráticos, a
los derechos humanos, a la no discriminación y a la igualdad
efectiva entre las mujeres y los hombres de todo el planeta.
En suma, los moradores de este mundo se deben fidelidad, que
es tanto como decir, honradez. El mejor de los avances. ¿Qué
importa saber lo qué es un camino si no se sabe lo que es un
caminante honrado?
Se precisan, pues, personas capaces de medir verazmente un
derecho por su deber. Desde luego, la calidad de una
relación social se ve en la fidelidad al ser humano como
tal. Claro está, hablamos de una fidelidad verdadera,
encaminada al servicio del bien, no de una caricatura de
fidelidad deformada, cuya lealtad puede ser a la avaricia,
al robo, al crimen. En cualquier caso, la mejor manera de
avivar la fidelidad es que cada cual lo sea antes consigo
mismo y después lo será, sin duda, con sus semejantes.
Hablamos de ajustarnos a las finanzas, pero obviamos la
dimensión ética, que es la que nos reajusta los dislates.
Hablamos de que no está el gozo en dar, sino en saber
donarnos y las decepciones nos matan. Hablamos.... por
hablar, tantas veces, demasiadas veces.
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