Doce de la mañana. El sábado es
caluroso. Incluso promete que la temperatura aumente. Así
que comienzo a pensar en lo bien que me vendría irme a la
piscina y pasarme allí el tiempo justo para darle rienda
suelta al ocio que me pide el cuerpo.
Mas de pronto, una mirada a los anaqueles donde se amontonan
los libros que con tanto esfuerzo he podido reunir, me hace
fijarme detenidamente en “Memorias de un beduino en el
Congreso de los Diputados”; título del último libro de
José Antonio Labordeta. Accedo a él y me pongo a leerlo
por segunda vez. Eso sí, cuando me quiero dar cuenta ya se
me ha pasado la hora de ir a la piscina.
Labordeta fue un político sincero, amable y tan culto como
capaz de hacernos reír con sus intervenciones. En realidad,
Labordeta les caía muy bien a los españoles en general. El
político de la mochila, que así era conocido, despertaba
simpatías a raudales. Ya no quedan políticos así. Los
políticos últimamente son muy aburridos. Chamizo, Defensor
del Pueblo Andaluz, no cesa de airear que son los más
aburridos del mundo. Y les recomienda que digan las cosas
con más gracia. Aunque la situación no esté para risas.
Los políticos hablan con lengua de serpiente. Comenta un
conocido mío. Y lo hace, a cada paso, sin cortarse lo más
mínimo ante la presencia de cualquiera de ellos. El
descrédito de los políticos va en aumento. Cada vez gozan de
menos respeto, según propalan las encuestas. En las que se
ha llegado a decir que “los políticos son para los españoles
más problema que el terrorismo y la inmigración”.
Los ciudadanos se ponen frenéticos ante el poder disparatado
de los partidos. Y suelen levantar la voz para denunciar la
enorme distancia que hay entre los votantes y los que
mandan. La indignación de la gente es cada vez mayor y, por
tanto, la denuncia es cada vez más airada cual persistente:
“Los políticos españoles sólo trabajan en beneficio de sus
partidos, clientes y componendas que les reporten
beneficios”.
Los protestantes dicen que las almas se salvan por la fe.
Ahora bien, la fe sin obras es fe muerta. De modo que, al
paso que vamos, en los políticos nada más creerán todos los
que viven mamando de las ubres de quienes gobiernan.
Así que hemos llegado al siguiente extremo. “Si tienes
trabajo la gente se pregunta quién te habrá recomendado”. Si
estás en la televisión, piensan ¿quién le habrá enchufado?”
Así funciona el país. Es lo que suele ocurrir, según
Roberto Saviano, escritor italiano, amenazado por la
mafia, cuando un país lleva muchos años sin tener derechos
garantizados.
Por consiguiente, cada vez se hace más necesario fiscalizar
a quienes gobiernan. Fiscalizar es verbo transitivo. Y
significa controlar a una persona o cosa, o ejercer una
vigilancia crítica sobre ella. He aquí un ejemplo: “Me
informa el almirante Nieto, segundo jefe de la Casa
Militar, que expuso al Caudillo el deseo de muchos
procuradores en Cortes de interpelar a los ministros y
fiscalizar sus conductas”.
Los concejales de Caballas están en su perfecto derecho de
fiscalizar las conductas de los del Gobierno. Siempre y
cuando antes hayan tenido ellos un comportamiento intachable
en el ejercicio de sus cargos. No es el caso de su estrella
política.
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