Una de las claves de bóveda que
está levantando ampollas en el debate sobre la nueva
Constitución marroquí es sin duda el articulado del Capítulo
V, referente a los derechos y libertades fundamentales de la
ciudadanía, ancladas en la referencia universal de los
derechos humanos anulando toda discriminación en razón del
sexo, color, creencias, cultura, origen social o regional y
lengua. Una auténtica revolución de arriba hacia abajo, del
rey… para el pueblo. Al entender de este escribano del
“limes”, español de las Asturias y “marroquí” consorte, el
actual borrador constitucional no busca más que profundizar
en el Preámbulo de la actual Constitución vigente, del 9 de
octubre de 1992 y revisada el 7 de octubre de 1996, pocos
años antes del deceso de Hassán II (23 de julio de 1999): el
“acatamiento a los derechos del Hombre tal como éstos son
universalmente reconocidos”. Y en la práctica, estos
inalienables derechos humanos pasan por la libertad de
pensamiento y religión; Marruecos es sin duda un Estado de
raíz islámica, de la misma forma que España es un Estado
aconfesional, pero sociológicamente de honda y mayoritaria
cultura cristiano-católica. Las circunstancias de ambos
Reinos no son, al día de hoy, moneda de cambio y
descabellado está el que abogue por ello. Pero no es menos
cierto también que la religión no se impone, paradigma de
libertad al que de una forma u otra tiene que llegar la
ciudadanía marroquí obviando chantajes y coacciones de los
“islamismos” rampantes que, por otro lado, sin la obscena
utilización de la religión (islámica) con fines ideológicos
y partidistas serían mediáticamente un mero cero a la
izquierda.
Es posible que para algunos analistas de salón el actual
proyecto de Constitución presente muchas lagunas, lo cual no
solo es posible sino que como ya he escrito los cambios con
ser importantes pueden ser insuficientes cara a los vientos
de fronda que corren, pero… ¿es posible hoy día ir más
allá?. No lo pienso. Si la política es el arte de lo
posible, el joven soberano Mohamed VI (un rey al que intuyo
cada vez más enfrentándose, con coraje, al vértigo de la
soledad del mando) ya ha cruzado su particular Rubicón… Más
avances constitucionales no harían sino socavar su legítima
autoridad y arrastrar al Reino de Marruecos a las oscuras
incertidumbres de una desestabilización progresiva. No tengo
la menor duda de que el pueblo marroquí, sensato y
consciente de otros duros tiempos no tan lejanos, sabe
apreciar los sinceros esfuerzos de Mohamed VI “El
reformista” por, sin obviar sus raíces, incardinar el país
en la esfera occidental, la única garantía de futuro para un
Marruecos libre y próspero que pasa por la aprobación en
referéndum, el próximo julio, de la nueva Constitución.
Esta tarde de hoy domingo, la organización del Movimiento
del 20 de Febrero (muy infiltrado por la izquierda radical y
el islamismo extremista) tiene previstas concentraciones en
varias ciudades, entre otras en el centro de la histórica
capital de la Yebala. ¿Qué pretende parte de estos
particulares “indignados” de nuestro vecino del sur…? Entre
col y col, lechuga: el objetivo no declarado de los sectores
ya citados y que, de alguna forma, han ido “secuestrando” el
movimiento no es una reforma profunda del sistema ni el
avance de la democracia; su horizonte inconfesado sería el
caos, pues no puede calificarse de otra forma lo que sería
un desastre para Marruecos y su entorno regional: la
deposición de Mohamed VI o su relegación a un papel
meramente simbólico y en la práctica banal, como su
infortunado “tito”, el inoperante y humillado Juan Carlos I
de Borbón, rey nominal de esa chirriante jaula de grillos
que todavía y a duras penas se llama “Reino de España”.
Visto.
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