Menudo peso se ha quitado de
encima. Dejar de ser la portavoz del Gobierno debe haberle
causado más que alegría una enorme satisfacción. Me la puedo
imaginar gritando desaforadamente en la intimidad en cuanto
supo que el presidente le iba a pasar la patata caliente a
Guillermo Martínez. Gritando como una loca henchida de
gozo. El asunto lo merecía.
Merecía gritar y hacer muchas más cosas con el fin de
celebrar la buena nueva: estaba liberada, al fin, de ejercer
un cargo tan comprometido como enojoso. Un cargo que suele
proporcionarle a su titular más pena que gloria. Porque ser
portavoz del Gobierno es una tarea ingrata. Deslucida.
Antipática. Y, sobre todo, termina por descubrir lo que
nadie desea que le descubran: la manera de mentir. Ya que
mentir, aunque sea con estilo, entra dentro de las
obligaciones de la portavocía.
Yolanda Bel tardó lo suyo en aprender a poner cara de póquer
a la hora de enfrentarse a los periodistas para hablar en
nombre de todos sus compañeros del equipo gobernante. Pero
cuando lo hizo, a fe que nunca más se le reflejó en su cara
las huellas de la debilidad ni tampoco evidenció la menor
duda acerca de los asuntos que defendía.
Anduvo ella, como portavoz del Gobierno, según pude apreciar
en innumerables ocasiones, tan segura en sus comunicados
como hábil en sus respuestas. Y fue así, creo yo, porque
bien pronto se percató de que los temas que debía defender
tenían que adaptarse a su manera de contarlos. En vez de que
ella se adaptara a los temas.
A partir de ese momento, es decir, a partir de que YB
comenzó a actuar como una experta del narrar
acontecimientos, de glosarlos, de explicarlos como a ella le
convenía, sin alterar los músculos de su cara y sin que se
pudiera atisbar ni una pizca de sonrojo en sus mejillas,
todo le fue rodado.
Fue entonces, cuando uno se dio cuenta de que estaba ante
una portavoz hecha y derecha. Una portavoz que se sentaba ya
ante los muchachos de la prensa con un dominio absoluto de
la escena. Manejando las situaciones a su antojo. Con
autoridad. Suavizada ésta por una permanente sonrisa, fría y
distante.
En ese preciso momento, cuando me percaté del cambio que se
había operado en la portavoz del Gobierno, Yolanda Bel, dejé
yo de recomendarle que tratara por todos los medios de
hacerle ver a Juan Vivas que en ese puesto se estaba
quemando. Que necesitaba ser sustituida. Por su bien físico
y psíquico. Pues ya no era aquella mujer que parecía estar
expuesta a un sacrificio diario. Debido a que se había
convertido en una profesional inmejorable.
Días atrás, me crucé con YB, ahora todopoderosa consejera de
Presidencia y Gobernación, y creí ver algunas huellas en su
agraciado rostro. Y, rápidamente, se las achaqué a los
primeros y malos momentos vividos como portavoz. Estuve
tentado de pararla y hablarle al respecto. Pero la vi
distante. Aunque telenda. Que le vaya bien, en su nueva
tarea, es lo que le deseo. Como también le deseo la misma
suerte a Guillermo Martínez. Cual portavoz. Ya que la
va a necesitar. Suerte a raudales, por supuesto que sí.
Aunque es bien cierto que Martínez no ha llegado al cargo de
manera tan desvalida como sí lo hizo Yolanda Bel.
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