El martes estuve viendo “Amor sin
escalas”. Una película que relataba lo siguiente: Ryan
Bingham (George Clooney) viaja por todo el país
despidiendo cada día a centenares de empleados; es decir,
haciendo el trabajo sucio que los gerentes de las empresas
estadounidenses no se atreven a concretar.
Ryan cae bien desde el primer momento. A pesar de que pronto
da muestras de su cinismo y de su frialdad para presentarse
ante sus “víctimas” y decirles con enorme rapidez que están
despedidas. Y les edulcora el drama tratando de hacerles
creer que están ante una nueva oportunidad en sus vidas.
Cuando la realidad es que todas esas personas están a punto
de perder su estabilidad y sus beneficios sociales.
El tal Ryan era eficaz de cojones. De modo que cuando sus
despedidos iban a decir ay ya tenían una carpeta por delante
donde estaban todos los documentos relacionados con el
despido. E, inmediatamente, les indicaba la puerta de salida
con una sonrisa angelical. O sea, enseñando dientes.
Practica que suele emplear mucho, según tengo entendido, un
político local.
El martes, sí, creo que fue el martes pasado, yo creía que
la canallada que estaba viendo era sólo cosa de película. Y
hasta no me inquietó lo más mínimo la secuencia en la cual
se confirmaba el suicidio de aquella mujer que lo había
anunciado durante la entrevista con Ryan. Y éste, que
viajaba como un rajá y que llevaba una vida repleta de
placeres, tampoco se inmutó.
Pues bien, el jueves, a mediodía, recibí una llamada de un
amigo que vive en El Puerto de Santa María y que es operario
de Cádiz Electrónica, filial de la estadounidense Visteon,
para ponerme al tanto de la situación: dos tíos procedentes
de Estados Unidos, acompañados de un intérprete, le habían
dicho a los representantes sindicales que la empresa estaba
cerrada. Que echaban el cerrojo por cuestiones estratégicas.
Y cuando los sindicalistas les hablaron de viabilidad,
durante la reunión, se levantaron y no dijeron ni Goodbye.
Porque ya habían dado la orden de cortar la conexión
informática de toda la planta. Y a mí se vino a la memoria,
en un santiamén, la figura del tal Ryan, (George Clooney)
dejando a su paso a 400 personas, con una media de edad
superior a los 40 años, sumidas en el dolor de verse ante un
panorama desolador.
Corren malos tiempos. Tiempos donde lo que llaman mercados
están atentando contra la clase media. A fin de que
desaparezca ese colchón muelle cuya misión, desde que los
griegos daban lecciones de política, ha sido imprescindible
para mantener el equilibrio de la vida laboral.
La clase media tiende a desaparecer. De modo que cada vez
habrá más pobres y los ricos seguirán siendo más ricos.
Hasta que un día, ante el desafecto por los políticos, cada
vez más odiados y despreciados, la nula credibilidad de los
sindicatos, y el terrible sufrimiento que están ocasionando
los banqueros, suenen las alarmas de la rabia infinita y las
calles se conviertan un hervidero de indignados con causas
suficientes para cantarles las verdades al lucero del alba.
O tal vez decidan correr a gorrazos a quienes deban.
Las autoridades andaluzas, si tuvieran lo que hay que tener,
deberían vivir a partir de ahora como anacoretas. Por
inválidos
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