El principal requisito para que se pueda decir de un hombre
“que se viste por los pies” es el ser coherente y el
“mantenella y no enmendalla”. La reflexión me viene al
caletre con respecto a los clubes de fútbol y a los equipos
que son santo y seña de la identidad local y un factor de
conjunción de ilusiones, afición, esperanzas y desvelos para
todos los ciudadanos. Y digo “todos” porque los españoles
somos irremediable y perdidamente “futboleros” y hasta en el
enclave más modesto se cuenta con “el equipo” y con “los
colores” y la gente se vuelca, vive como propios los éxitos
y padece los fracasos echándole la culpa al árbitro. He
asociado ese “vestirse por los pies” atávico, genético e
idiosincrásico con los clubes deportivos porque siempre me
viene a la memoria el trauma del descenso a segunda del
Atlético de Madrid, fueron malos tiempos para una afición
que reúne a gente de todas las clases sociales y que cuenta
entre los suyos con el Príncipe de Asturias Felipe de Borbón
que es hincha-hincha. ¿Y hubo una desbandada ante el
batacazo? En absoluto, al revés, los colchoneros se pusieron
como basiliscos, se crecieron, se multiplicaron y los
publicistas diseñaron un anuncio muy exitoso en el que se
veía la cabeza de un jugador emerger de una alcantarilla
bajo la leyenda “Un año en el infierno”, porque allí los
hombres y las mujeres tenían sangre en las venas y se
palpaban “las ganas”. Tal vez por ello me asombran la
pasividad y la tibieza con la que vive esta ciudad la
existencia de su AD Ceuta, pasividad reciclada en energía y
contento en las fechas inolvidables del “que voy que vengo”
con el Barcelona, proyección mundial de la ciudad,
telediarios con la anécdota de la llegada de los del Barça
en helicóptero, la mejor campaña que haya podido existir y
que existirá de marketing turístico de Ceuta, difusión,
publicidad. Fue un auténtico “boom” lo bastante relevante
como para no olvidarlo hasta que nos toque jugar contra el
Madrid, entonces la afición enloquecerá de nuevo y reventará
de autocomplacencia por “los colores”. Y eso no es
coherencia, para coherencia la de los aficionados del
Atlético de Madrid que llueva o nieve, aunque el equipo
descendiera a tercera, están ahí, motivando, apoyando,
oxigenando y estimulando a la plantilla y a los directivos.
“Hacer sangre” en época de vacas flacas y atiborrarse de
canapés en la de vacas gordas es mezquino, ventajista y
mangurrino. Cuando “se está” hay que “estar” y mantener el
tipo dando la cara. Porque no se defiende a una escuadra
sino a un símbolo, al sentimiento común que representa al
pueblo de Ceuta a través de una asociación deportiva, a
quienes pasean el nombre de esta ciudad a patada limpia y
muchas carreras por el campo por todos los rincones de la
geografía, es marketing en calzón corto, es proyección y es
enseñar a los más jóvenes a aficionarse y a que ese
sentimiento colectivo les una.
Recuerdo la barcelonesa plaza de Canaletas el día del
triunfo en el Mundial. Una pura bandera roja y gualda, ni
una senyera, allí todos españoles en torno a la selección.
Hasta en el País Vasco. Porque el fútbol tiene una magia que
elimina barreras y cuando se juntan dos aficionados del
mismo equipo todo el resto, ideología, estracción social,
factor religioso, raza, todo es accesorio, el deporte “tira
más” y borra distancias y diferencias. Por eso me parece tan
miserable la crítica a la AD Ceuta ¿Un embargo? Ya está
solucionado ¿Un problema? Se supera, pero quienes atacan al
club van más allá del hecho deportivo y no se interesan por
la simbología, el objetivo es convertirse en depredadores de
un estilo de vida, de una manera de estar, perjudicar a la
colectividad tratando de demoler y destruir algo que para
ellos es tan peligroso como el sentimiento común de los
ceutíes, “divide y vencerás”. A los críticos y a los
destructivos no sirven explicaciones sobre lo mucho que
representa a nivel sentimental y de conciencia colectiva el
defender unos colores y el formar parte de una afición, ni
los lazos de unión entre todos que conlleva, ni como
desaparecen las diferencias porque el fútbol une y aúna.
Tampoco se les puede explicar lo que es vestirse por los
pies ni el sentido de la coherencia, pero sí se pueden
rechazar sus pontificaciones obsoletas desde la razón y con
ejemplos reales e invitarles a recordar el comportamiento,
la hidalguía y la dignidad de aquellos que se volcaron
cuando “los suyos” sacaban la cabeza por la alcantarilla
anunciando que les esperaba “un año en el infierno”
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