Llegó el verano. Y lo celebré en
el Hotel Parador “La Muralla”. En su terraza. La que ni
siquiera el transcurrir de los años ha conseguido quitarle
un ápice de su encanto. Tras cenar en el comedor exterior,
decidí sumarme a la fiesta programada por la dirección del
establecimiento. Había corrillos por todos los sitios.
De pronto, se me vino a la memoria otra noche de un verano
donde la voz de Romero San Juan, tan íntima, llenaba
el jardín del hotel de canciones exquisitas: “Cuéntame”.
“Pasa la vida”. Y otras que fueron éxitos indiscutibles.
Eran otros tiempos, le dije a la persona con quien compartía
conversación, mientras Mabel Deu pasaba por mi lado y
me hacía un guiño de complicidad que yo entendí
perfectamente. Por cierto, hacía ya mucho tiempo que no
mencionaba yo a la consejera de Educación, Cultura y Mujer.
Consejera que se ha ganado con creces el que uno le preste
más atención.
Decía que eran otros tiempos aquellos en los que el jardín
del hotel se llenaba de bote en bote para presenciar
actuaciones de artistas sobresalientes. Años ochenta y
noventa del siglo pasado. Años en los que yo también
recordaba en los corrillos de entonces en el espacio más
destacado del hotel, cómo eran los veranos de la década de
los cuarenta y cincuenta.
Yo les llamaba los veranos del albornoz. Ya que el calor se
afrontaba sin quitarse ni una sola prenda de las
habitualmente admitidas por el convencionalismo social. Y
quien se atreviera a lucir sus carnes, en cualquier playa,
se exponía a que la pareja de la Guardia Civil, siempre
vigilante, le devolviera a la realidad de unas normas
puritanas, dictadas al alimón entre autoridades civiles y
eclesiásticas.
Así que aquellas hermosas playas mediterráneas, que tanto
hubieran podido tonificar el organismo de mayores y jóvenes
de la época, con baños de mar y de sol a partes iguales,
estuvieron desiertas. Tan desiertas como que parecían estar
haciéndoles la competencia al desierto del Sahara.
-Hasta que llegó el fenómeno del turismo –Quien me responde
es Fernando Jover. Un Jover que recuerda cómo a las
playas llegaban hombres vistiendo calzón corto y mujeres
escasamente tapadas con atrevidísimo “bikinis”.
Y es entonces, continúa Jover hablando, cuando se planteó en
España un problema de aquí te espero. Vamos, de los de aúpa.
Porque entraron las dudas en las autoridades: o se seguían
aplicando las normas de todos con albornoces en las playas o
bien se hacía la vista gorda y se le facilitaba el camino a
las divisas que eran tan necesarias. Se optó por lo segundo.
Y se les permitió a ingleses, suecos, franceses y alemanes
frecuentar las playas ligeritos de ropa. A pesar de que los
integristas no cesaban de gritar desaforadamente contra algo
que consideraban pecaminoso.
De hecho, Fernando, vuelvo yo a tomar la palabra, en Ibiza,
en el año 1971, los turistas más que ligeros de ropa iban
sin ella; es decir, practicaban nudismo. Y los policías
tenían orden de detenerles. Y lo hacían. Si bien, en cuanto
llegaban al juzgado sito en la calle Juan de Austria,
pagaban una multa con derecho a volverse a quedar en pelota
picada durante el resto del día. En fin, que metido en
conversación tan refrescante, debo decir que me lo pasé
bomba estrenando el verano en el Hotel Parador “La Muralla”.
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