Se dice sobre aquella planta no
cultivada, que es una planta salvaje. También se habla sobre
aquella fiera o animal salvaje, ya viva en naturaleza o en
cautividad, cuando no se puede domesticar. Aplicado a los
seres humanos, el salvajismo define un estadio pobre de
evolución cultural, que no ha pasado la página de la
barbarie. Nos hace falta, pues, despojarnos la
irracionalidad que llevamos consigo y tomar la alternativa
del sentido común, que no es otro que el de la razón, el
punto clave que nos diferencia de los animales y nos hace
personas.
El mundo, desde luego, necesita servir a la razón y no a la
selva. Para ello, la ciudadanía tiene que cultivarse mucho
más y saber utilizar esa sabiduría con la honestidad de la
sencillez. Por otra parte, la actitud de docilidad no lleva
implícita la manipulación, sino el deseo de comprensión y un
sentimiento que nos conduce a ser más tolerante. Hay que ser
dóciles pero también firmes en los principios, luchadores
contra los abusos. Ciertamente, son muchas las personas que
a diario se enfrentan a la salvaje inhumanidad, que piden
nuestra ayuda, pero no obtienen respuesta. Es el efecto de
una selva inventada por algunos y consentida por otros, en
la que no se alimenta la vida interior, y consecuentemente,
nadie conoce a nadie.
El poder no puede estar en manos de los salvajes, que en
lugar de iluminar el intelecto, lo distraen a su egoísmo;
que en lugar de sembrar la verdad, la intoxican; que en
lugar de reforzar los valores humanos, los vacían de
contenidos. Lo cruel del panorama radica en que hasta la
violencia encuentra sus seguidores y aduladores. Es patente
que en el territorio de los salvajes se rompen las
relaciones humanas, al tiempo que se avivan actitudes
marcadas por el odio y la venganza, el desprecio y la
crueldad, la tortura y el tormento.
Hay lugares y culturas donde los niños y las mujeres están
discriminados e infravalorados como nunca. La preferencia
por hijos varones es otra de las presiones que sufren
multitud de mujeres. De igual modo, la desbordante
explotación sexual tampoco la detiene nadie. Ante estas
trágicas realidades, pienso que ha llegado el momento de
plantarse y de pedir más educación en el mundo como
instrumento de prevención de las locuras inhumanas.
Se debe salir de la selva y del pedestal de los salvajes,
mejor hoy que mañana, puesto que el daño es tremendo. Cuando
se destruye el espíritu humano es muy complicado salvar la
civilización. El estado normal del individuo tiene que dejar
de ser la contienda, y pasar a ser el de la realización
humana y social. Tenemos que establecer el final de los
salvajes, el final de los inhumanos. Para acabar es
necesario verse de cerca y cultivar la cercanía del corazón.
En todo caso, la justicia, por muchos salvajes que ostenten
el poder, siempre se defiende más con la conciencia que con
las armas. Juzgarnos a la luz de las leyes innatas siempre
despierta un fondo de humanidad que todos llevamos dentro.
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