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OPINIÓN - JUEVES, 16 DE JUNIO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Paseando por el centro de la ciudad
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Martes. En cuanto pude me lancé a la calle. Pues llevaba ya tres días sin frecuentar mis sitios preferidos. Que no son pocos días. En mis sitios preferidos encuentro yo a las personas con las que suelo alternar. Dos o tres a lo sumo. Al margen de las también conocidas que pueda hallar durante mi recorrido por el centro de la ciudad.

Durante mi recorrido por el centro de la ciudad, a esa hora vaga de mediodía donde el sol comenzaba a pegar de lo lindo –menos mal que los calvos tenemos posibilidades de embadurnarnos con cremas antisolares-, me tropecé con Manolo Blasco, y me pareció apreciar en él un mejor estado de ánimo que meses atrás.

Hace meses, y vaya usted a saber el porqué, MB no se habría parado conmigo y, mucho menos, dando pruebas palpables de sentirse entusiasmado. Eufórico. Como si la proximidad del verano le hubiera proporcionado una enorme vitalidad.

Mentiría si no dijera que a mí me agradan sobremanera las personas con empuje, nervio, deseos de agradar, etcétera. Pero que guarden cierta regularidad en su comportamiento.

Cambié impresiones con Blasco durante unos minutos; más o menos los justos para contestar a su pregunta acerca de los partidos políticos y los sindicatos. Me expresé así: “Siguen siendo el cauce de la participación ciudadana, pero es cada vez mayor su anquilosamiento. Los sindicatos deberían volver a su viejo estilo, el que empleaban los anarco-sindicalistas: vivir del dinero de sus afiliados y no admitir las subvenciones del Estado ni de nadie”.

Apenas unos minutos después de haber dejado a Blasco me topé con Alfonso Conejo, que tardó nada y menos en transmitirme su alegría: “Manolo, ¡mi hija me ha hecho abuelo por segunda vez!”. Y allá que nos pusimos los dos a conversar del acontecimiento. Por cierto, Alfonso es abuelo por cuarta vez; pues a los dos nietos que le ha dado su hija hay que sumarles los dos correspondientes a su hijo.

Luego, Alfonso y yo nos adentramos en los tiempos que corren. Tiempos de fobia contra los políticos. Crece, pues, la desconfianza hacia el Estado –y hacia las instituciones del Estado. Los partidos políticos están cada vez más en el punto de mira de unos ciudadanos que no dejan de proclamar su indignación.

Y Alfonso, siempre juicioso, va y me dice: “Mira, Manolo, corren tiempos malos, sin duda; pero la democracia sigue siendo imprescindible. La democracia es el debate permanente de los grandes temas. La democracia significa sucesivos procedimientos de ensayo y error. Y, por encima de todo, dice Conejo, Democracia equivale a sistema que permite la permanente corrección de sus fracasos”.

Tras despedirme de mi estimado Alfonso, acudí al establecimiento en el cual me esperaba un amigo con quien me reúno los martes. Y allí coincidí con varias personas pertenecientes al Centro de Menores.

Lo primero que hice fue saludar a Antonia María Palomo. A la que siempre traté como ella cree merecer. Eso sí, no sé el motivo por el cual salió a relucir el ostracismo relacionado con la política. Y la señora Palomo, tantas veces dispuesta a destacar mi buen trato hacia ella, saltó hecha un basilisco. Y a mí sólo me cupo responderle: “Te noto endiablada”. Eso sí, hicimos las paces en un santiamén. Faltaría más.
 

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