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OPINIÓN - SÁBADO, 11 DE JUNIO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Los indignados de Ceuta
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La primera vez que oí hablar de los indignados y debido a que, en ocasiones, suelo despistarme con una facilidad pasmosa, pensé que estaban anunciando por la radio una película de esas que los estadounidenses suelen hacer, de vez en cuando, para tranquilizar sus conciencias. Una de esas películas que transcurren en un pueblo sureño, que apenas aparece en el mapa, y donde manda un terrateniente y el sheriff que está a sus órdenes. Con lo cual los habitantes del lugar lo tienen crudo en todos los aspectos. De modo que un día deciden que ha llegado la hora de rebelarse, porque ya están hasta los huevos de ver herido su sentido de la justicia o la moral.

Menos mal que en apenas nada, dado que tengo la sana costumbre de leer varios periódicos todos los días, salí de dudas: los indignados eran personas todas pertenecientes al movimiento 15-M. Una especie de Asamblea Ciudadana, compuesta por jóvenes y menos jóvenes, que mostraba su indignación por un motivo tan principal como es el estar sin trabajo. Y lo que es aún peor: con limitadas o nulas esperanzas de obtenerlo. Y otra vez, así como quien no quiere la cosa, mi memoria dio marcha atrás en el tiempo y me fue posible ver a los indignados de los años en que la juventud en España ardía en la hoguera de las frustraciones y carecía, además, del derecho a salir a la calle gritando su descontento con la misma indignación y violencia que luego llevarían a cabo los hijos de papá en el Mayo del 68.

Aquellos jóvenes españoles estaban también sin empleos y en sus casas no había para poner la olla dos veces al día. Pues una era ya un milagro. Aquellos jóvenes iban cumpliendo años y no se podían casar por una razón bien sencilla: no tenían resuelto su porvenir. Y el porvenir de los jóvenes ha radicado siempre en acabar una carrera, encontrar una colocación o aprender un oficio que les permita ganar lo suficiente como para mantener un hogar. Y, claro, sin empleo no podían meterse ni en la compra de un piso ni en un alquiler. Y, desde luego, si no había casamiento no había posibilidades de cumplir con la obligación social del españolito y la españolita, que entonces era doble: perpetuar la raza y hacer posible que la novia pudiera llegar inmaculada al tálamo.

Los tiempos cambiaron con la llegada de la democracia. Y, desde entonces, los jóvenes si no acceden al tálamo nupcial, por carecer de empleo, acceden al sexo con normalidad. Y de la atención del estómago ya se encargan sus padres, aunque los niños tengan ya 30 años y terminen por creer que como se vive con los padres no se vive en ningún sitio. Y los pobres progenitores, que para eso tuvieron los hijos, acaban por acostumbrarse a carecer de su esperada independencia, durante el tramo final de la vida que les quede.

Así, el movimiento de los indignados, cuando supe lo que era, me cayó bien. Y me dije para mí: ya iba siendo hora que los jóvenes se rebelaran contra su mala suerte. Rebelión que no debe perderse en acciones como las de invadir el salón de plenos. Aunque lo ideal sería que tuvieran presencia en el acto uno o dos de sus representantes. Y todavía sería mejor que tomasen la siguiente decisión: hacerle una higa a los dirigentes de la coalición Caballas. Cuya manera de actuar y pronunciarse, parecen más bien propias de reventadores profesionales de la democracia.
 

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