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OPINIÓN - VIERNES, 10 DE JUNIO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

No es fácil ser buen maestro
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Me presentan a una señora, jubilada ya como profesora, a quien le agrada más ser mencionada como maestra, y me paso más de una hora charlando con ella y con dos acompañantes conocidos por mí. Es la ventaja que tiene patearse la calle y estar en el sitio preciso y a la hora justa.

La señora acaba de cumplir setenta años. Y, cuando caigo en el tópico de decirle que no los representa, recibo una mirada nada complaciente y que va acompañada, antes de que yo pudiera reaccionar, de la siguiente respuesta:

-Mire usted, De la Torre, setenta años, aun en estos tiempos, no dejan de ser muchos años. Tantos como para que una, en ciertos momentos decida cavilar sobre lo que le espera… Y conste que no me puede ni el temor ni la angustia. Aunque sí me pone de mal humor, a pesar de los alifafes que suelen acosarme, saber que me quedan cada vez menos años de poder seguir disfrutando de la vida que actualmente llevo.

La señora se declara ferviente lectora de los clásicos. Y me dice que leer es un ejercicio que sigue practicando por deseos de conocimientos y por placer. Eso sí, reconoce que, cuando está a merced de cualquier problema, le cuesta trabajo centrarse en los libros. Es decir, que para ella no vale eso que proclamaba Montesquieu (“No habiendo tenido nunca un disgusto que una hora de lectura no me haya quitado”).

-En absoluto. De ningún modo –contesta la señora-. Disgustada, es decir, preocupada por algo que me afecte, me resulta imposible centrarme en ninguna lectura. En mi caso, sentarme a leer ha de ir precedido de un estado sosegado. Libre mi ánimo de preocupaciones. Cada persona es un mundo.

Salen a relucir, en un momento determinado, los bachilleres. Y la maestra, que así quiere ella ser reconocida, emite su opinión sin cortarse un pelo: “A España le hacen falta mejores bachilleratos con todos sus avíos, como los buenos pucheros y menos máster. Conozco yo a señores que tienen dos, tres, cuatro máster y siguen siendo mucho más analfabetos que antes”.

¿Para qué sirve la escuela? Es una pregunta que hace uno de los que participan en la conversación. Y, tras oír dos o tres respuestas por parte de quienes estamos a su vera, la maestra no duda en contestar así: “La escuela sirve para hacer personas, para enseñar a pensar, a tener opiniones propias y, por supuesto, a ser responsable”.

Uno de los participantes en la charla, que la conoce mejor que nadie, le dice a la maestra que ya le ha salido su predilección por todo lo que ha leído acerca del Instituto Libre de Enseñanza. Y su vena de republicana.

Y la maestra asiente. Y nos habla de una escuela en la que no se debe hablar de religión en el sentido de hacer sectarismo. De una escuela que no deja que los maestros hagan proselitismo político. Y en la que se enseñe a respetar las opiniones de los demás, a convivir respetando, porque la razón nunca es absoluta.

Yo me guardé la última intervención. ¿Por qué los maestros no hacen todo lo posible por conocer las aptitudes de los alumnos y tratan de estimularlos por ese medio a fin de ganarse la confianza de éstos?

Respuesta de ella: “Porque no es fácil ser buen maestro”.
 

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