De camino hacia la plaza de los
Reyes, un lector del periódico me pregunta de improviso, que
qué he querido decir en la columna que he escrito bajo el
título de “El hermano Pepe”. Y lo primero que se me ocurre
responderle es que lamento muchísimo no haber sabido hacerme
entender por él.
Pero, tras pedirle las disculpas correspondientes, trato de
aclararle sus dudas. Mire usted, le digo, el hermano Pepe
rigió los destinos de Cruz Blanca durante un tiempo y
administró a su aire los dineros que recibía la Casa
familiar, procedentes de las subvenciones municipales. Y,
claro, cuando las autoridades decidieron pedir las
justificaciones de los gastos se encontraron con que la
contabilidad era de cartón piedra. O sea, que las cuentas
eran artificiales. Y, a partir de entonces, fue decreciendo
el crédito del hermano Pepe. Lo cual produjo la suficiente
desconfianza entre los gobernantes como para no fiarse de
nadie más. Es decir, de ningún superior de la ya reseñada
Cruz Blanca. Y es que en esta vida, cruel donde las haya, a
veces suelen pagar justos por pecadores.
Hablando de desconfianzas, yo suelo preguntarme a menudo por
qué Comisiones Obreras tiene bula para manejar los dineros
que recibe por coaccionar al Gobierno de la Nación. Que
deben ser muchos. Hablo de las CCOO de esta ciudad. ¿Quién
es la persona que administra esos fondos?
Pregunta que yo le traslado a una persona que sabe tela
marinera del asunto pero que le tiembla el pulso a la hora
de contarme los chanchullos que pueden estar produciéndose
en ese sindicato. Entiendo su miedo: es padre de familia
numerosa y no quiere exponerse a ser castigado severamente
por esa organización que tiene controlada el secretario
general de la cosa.
La cuestión es clara: ningún sindicato puede vivir con el
dinero que recauda de sus afiliados. Que son cada vez menos
y propensos a ser morosos. Porque los afiliados saben
sobradamente que no pintan nada. Que los líderes de los
sindicatos coaccionan al Gobierno de la Nación, a los
Gobiernos Autonómicos, a los Ayuntamientos, a empresas
privadas y públicas para recibir subvenciones. Subvenciones
cuantiosas que son manejadas a su antojo por los dirigentes.
Dineros que jamás son justificados por medio de auditores
responsables.
Los afiliados, que son pocos y morosos, están convencidos de
que el sindicato de CCOO, en esta ciudad, ha perdido la voz
para mejorar sus salarios y condiciones laborales, ya que su
secretario general los viene usando solamente como frente
para alcanzar sus fantasías políticas. Y que sólo recurre a
ellos para que muestren toda su fobia contra el Gobierno
local. Por medio de manifestaciones de cualquier tipo.
Manifestaciones de musulmanes en el paro, manifestaciones de
ciudadanos indignados y reventadores que puedan armar la
marimorena en los actos oficiales y dispuestos a convertir
los plenos en reyertas continuas. Y así podríamos seguir
enumerando situaciones violentas contra el presidente de la
Ciudad. Elegido democráticamente y por mayoría absoluta.
Mientras la clase minoritaria y distinguida de CCOO, que la
hay, porque conocemos a sus miembros y donde ejercen sus
labores, está sometida a la voluntad de un tipo que le dice
que es odiada por el ministro de Educación. Aróstegui
está perdiendo la chaveta. Aceleradamente.
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