Es viernes. Y me encuentro leyendo
la prensa. Suena el teléfono. Y es Tamara, compañera
en este periódico, la que me llama para decirme que
Antonio Rivas desea hablar conmigo.
Antonio Rivas es yerno de Juan José Zapico, años sin
verlo. Y lo primero que hace es comunicarme que su suegro,
tan estimado por mí, ha venido a Ceuta para pasar unos días.
Y que desea verme.
-¿Cómo se encuentra Juan José?
Y AR me responde que bien. Tan bien como le permiten estar
los achaques que se suelen tener cuando se han cumplido 82
años. Y aprovecha ya el momento para enterarme de otras
situaciones que eran desconocidas para mí, relacionadas con
su suegro.
En cuanto termina mi conversación telefónica con Rivas,
afluyen a mi mente recuerdos de aquellos años ochenta,
vividos intensamente en el tantas veces mencionado ‘Rincón
del Muralla’.
Un rincón que daba cobijo a una tertulia cuyos miembros se
comprometían a cumplir un ideal de conducta expresado en
varios lemas. Si bien, todo hay que decirlo, las frases que
condensaban ese ideal de conducta y de acción, eran a veces
obviadas por algunos. Y, sobre todo, por quienes incumplían
el más importante eslogan: “Antes de irse pagar”.
De aquellos que no pagaban nunca, y que luego eran los que
más murmuraban de lo que se pudiera cocer en aquel rincón
famoso, tengo yo sus nombres marcados a fuego en la sesera.
Y no crean que los mismos carecían de medios económicos. De
ningún modo.
Eran tacaños de nacimiento. Individuos pertenecientes a la
cofradía de los que jamás llegarían a padecer molestias en
el codo. Ya que bebían y comían, cada vez que aparecían por
el rincón, de bóbilis. De balde, de gratis; es decir, por la
cara.
Mañana –hoy para ustedes-, en cuanto vaya a ver Juan José
Zapico y le dé el abrazo de mi sincera amistad, seguramente
nos pondremos a hablar de aquel tiempo pasado que, si nunca
puede ser mejor, nosotros, al menos, sí coincidiremos en que
fueron estupendos.
Y en nuestra charla trataremos de recordar de qué manera se
mostraba Eduardo Hernández, como moderador de todo
aquel entramado; de la forma de ser de José Villar Padín;
de cómo era Carlos Chocrón con 30 años menos; de lo
orgulloso que estaba Ricardo Muñoz -recientemente
fallecido- de ser alcalde de su pueblo; de Francisco
Lastra y del estilo inconmensurable que destilaban sus
acciones; de Pepe Ríos, y de Francisco Fraiz,
a pesar de que éste como alcalde era intratable; y de tantos
otros.
Sería injusto olvidar a las mujeres que con su asistencia a
la tertulia hicieron posible que el rincón tuviera un aire
especial, que a todos nos agradaba sobremanera. Pero fueron
pocas. Amén de que sus nombres han ido perdiendo vigencia en
la alacena de mi memoria.
Y sacaré a relucir, con tu permiso, mi querido Juan José,
acciones tuyas. Comportamientos tuyos. Tiques tuyos.
Caprichos tuyos. Y te preguntaré si has conseguido quitarte
de la cabeza esa hipocondría que a veces se apoderaba de ti.
Y si continúas enamorándote del amor. Porque eras, entonces,
enamoradizo y un tanto romántico.
Y también eras y lo seguirás siendo, por encima de todo, mi
querido Juan José Zapico, una extraordinaria persona. Un
tipo sensacional. De mirada clara y afable. Y dispuesto
siempre a prestarle ayuda a cualquiera que te la pidiera.
Bienvenido a tu tierra.
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