Mira, Iván, he leído tu
último artículo, publicado el martes pasado, porque así me
lo ha pedido alguien a quien aprecio. Pero he de decirte,
con mucho dolor de corazón, que eres un auténtico muermo
escribiendo. Que no eres más aburrido y zoquete porque no te
lo propones. Aunque te aseguro que, sin apenas esforzarte,
eres ya el hazmerreír de esta ciudad.
Sí, ya sé que son pocos los que suelen leerte. Debido a lo
mal que escribes. Más que mal, cabría decirte que lo haces
fatal. Horrorosamente. Pero esos pocos, en cuanto se les
presenta la oportunidad, no tienen el menor inconveniente en
cundir entre sus conocidos que eres un analfabeto funcional,
al que le ha dado por meterse en camisa de once varas.
Y a mí, Iván, me da mucha pena que hablen de ti como si
fueras un tonto con balcón a la calle. Un tonto con
pretensiones. Pues a ti te habría venido mucho mejor ser un
tonto de patio interior. Un tonto reconocido solamente por
tus más íntimos. Los que nunca habrían permitido que sacaras
a relucir la vena de estúpido que recorre tu cuerpo de
arriba abajo y de derecha a izquierda.
Mira, Iván, además de escribir muy mal, rematadamente mal,
no te cansas de hacernos bostezar con la misma historia de
siempre: la política que viviste en tu niñez. Una política
de hace escaso tiempo, como quien dice, y que quien escribe
la vivió diariamente y tiene una opinión diametralmente
opuesta a la tuya; ya que la viviste con los ojos de tu
niñez y sin la neutralidad que lo sucedido, entonces,
requiere.
Iván, muchacho poco preparado para querer participar en el
arte de discutir, ya está bien de que saques a relucir la
labor política de personas que fallecieron. Por una razón
bien sencilla: si mencionas a tus muertos en tus escritos,
los demás también tenemos derecho a llevarte la contraria.
Aunque en el envite, sepamos de sobra que tú terminarás
clamando contra nosotros y acusándonos de meternos con
quienes ya no pueden defenderse.
Una forma de actuar, la tuya, Iván, niño caprichoso y
bobalicón, que me produce grima. Mucha grima. Un desasosiego
tremendo y que me obliga a tener que responderte. Cuando yo
te había puesto ya en esa parte de la alacena de mi memoria
donde se encuentran los necios sin remisión.
Iván, Iván Chaves, muchacho torpe, que aún no has madurado
en ningún sentido, lo peor que te ha podido pasar es de lo
que más presume, haber aprendido las triquiñuelas de la
política local, a la vera de personajes como Aróstegui. Si
esa es la fuente en la que has bebido, me vas a permitir,
Iván, que te diga que eres más tonto de lo que yo pensaba.
Iván, muchacho, una vez te dije que tengo la impresión de
que eres un holgazán. Y también que habías elegido el camino
equivocado. En principio, porque Aróstegui no es buen
compañero de viaje para nadie. Y mucho menos para ti. Que
tienes, por lo visto hasta ahora, la mentalidad de un
mosquito. Por lo tanto, he aquí el consejo: ponte a trabajar
duramente y déjate de soñar tonterías de tres al cuarto. Que
ya no estás en edad de perder el tiempo.
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