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OPINIÓN - DOMINGO, 29 DE MAYO DE 2011

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

“No le dejaron madurar”
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

Para llegar a la Ley de Educación actual, LOE, nos remontamos a 1812, donde la Constitución de Cádiz, recoge en su título IX, la necesidad de crear un plan de enseñanza uniforme para todo el reino, sin especificar clases sociales y establecer en todos los pueblos escuelas de “primeras letras”, en las que se enseñara a leer, escribir y a contar, el catecismo y las obligaciones civiles… En 1814, el Diputado Manuel de Quintana, elabora un Informe que se redacta como Ley en 1821. En él se da carácter legal a una estructura del sistema educativo, que se divide en primera, segunda y tercera enseñanza; se distingue entre instrucción pública y privada y se determina la gratuidad de la enseñanza.

En 1835 el Estatuto Real establece, sólo para privilegiados, las Escuelas de Latinidad y Colegio de Humanidades. Al año siguiente aparece en el Plan General de Instrucción Pública del Duque de Rivas, de corte liberal, que no se llega a aplicar por cambio de régimen. Poco después, en el Gobierno del Marqués de Someruelos se crean las Escuelas Normales para formar a los docentes.

En 1845 se aprueba el Plan Pidal o Plan General de Estudios, antecedente de la futura LEY MOYANO… En 1857, el Ministro de Fomento, Claudio Moyano da nombre a la Ley de Instrucción Pública (9 de Septiembre de 1857). Esa ley es todo un “monumento legislativo”, un código docente muy extenso que consta de 307 artículos y ha estado vigente más de cien años. Ya, en 1876, se produce la fundación de la Institución Libre de Enseñanza por Giner de los Ríos, enraizada en los principios de la filosofía krausista. Auténtica renovación que defiende el aprendizaje activo, la formación a través de las artes y la escuela laica. En 1900, dentro del clima generacionista que vivía España, se crea el Ministerio de Instrucción Pública, que asumía el sueldo de los maestros y el control de la red de las Escuelas Primarias. La educación, a principios del siglo XX, está influenciada por dos generaciones: la generación de 1898, formada por escritores como Azorín, Baroja, Machado… y la generación de 1914 compuesta por intelectuales como Ortega y Gasset, Sánchez Albornoz… Aparece el Plan Romanones, Ministro liberal que establece para el Bachillerato seis años. En 1909 se promueve la necesidad urgente de reorganizar la red escolar rural, fomentar la educación de párvulos y adultos. Hasta 1910 unos Decretos oficiales recogen los derechos femeninos a la educación. En 1914 se aprueba un Plan para formar a los maestros.

En 1923, Eduardo Calleja, establece un nuevo plan de Bachillerato. Aparece los Bachillerato de Ciencia y Letras y, para recortar gastos, se impone un único libro de texto, la “ENCICLOPEDIA”. Durante la II República, prima ante todo, una igualdad en la educación, también de género (Llopis, Fernando de los Ríos, Luzuriaga), mientras que la Iglesia defendía un sistema educativo dual.

Se implantaron las Misiones Pedagógicas y se renovaron las Escuelas Normales. Se crea la figura del Inspector de Primaria, que se convirtió en un verdadero orientador pedagógico. En 1936, durante la Guerra Civil, coexisten dos escuelas: en la zona republicana se sustituye el Plan de Estudios de Primaria de 1901 por otro más innovador decretado en el 37. En la zona franquista se impone un pensamiento conservador, basado en la condena del liberalismo, la coeducación y la Institución Libre de Enseñanza. Al acabar la Guerra Civil se hace una depuración de los docentes y se exige la formación y función moral del maestro. El franquismo cambia los modelos pedagógicos: los niños no estudian lo mismo que las niñas y están separados.

Para llegar a la Ley General de Educación, Ley 14/70, quedan atrás el Plan de Bachillerato de Ruiz Jiménez, que establecía un examen preuniversitario, la generalización de la enseñanza a partir de los años 60 y la extensión de la escolarización femenina; de la obligatoriedad hasta los 14 años, ratio de 30 alumnos; Bachillerato Superior para ingreso en las Escuelas Normales, es la nueva Ley de 1965 de Lora Tamayo.

Y llega la Ley General de Educación: “Cuando en la década de los 70 todos los países, acudiendo a la llamada de las Naciones unidas pretenden esforzarse en potenciar al máximo el capital humano de su educación, como primera y fundamental variable de su desarrollo, el Gobierno español ha puesto en marcha, en el año Internacional de la Educación, como primera aportación, un nuevo sistema educativo más social, más eficaz y mejor adaptado a la evolución que la sociedad española ha experimentado singularmente en los últimos treinta años”. El art. 15 de la Ley General de Educación, dice: “La Educación General Básica tiene por finalidad proporcionar una formación integral, fundamentalmente igual para todos y adaptada, en lo posible, a las aptitudes y capacidades de cada uno…”.

A partir de 1985 se aprueba la LODE, Ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Educación, como preámbulo de la LOGSE (1990), Ley de O rdenación del Sistema Educativo: escolarización obligatoria hasta los 16 años, promoción automática de curso, creación de la etapa de Educación Secundaria (ESO). Tras ella llegó la Ley Orgánica de calidad de la Educación (LOCE), aprobada en 2002, con el PP en el Gobierno. Fue muy discutida y, en 2005, con el PSOE en el poder, otra nueva Ley: la LOE (Ley Orgánica de Educación).

Un galimatías de siglas que encierra un debate político: por un lado, la aparición de objetores de conciencia: alumnos sin interés y que llegan a desarrollar conductas violentas hacia profesores y compañeros.

Con este exhaustivo trabajo sobre la enseñanza en nuestro país, quizás he podido contestar a la pregunta que hacía días atrás, un antiguo alumno de la EGB. ¿Cómo es posible que mi hijo, estudiante de la LOE (LOGSE), esté peor preparado que yo? La EGB, fue inmediatamente sustituida por la LOGSE, cuando todavía no se habían cumplido los treinta años de vigencia, que es el tiempo mínimo que necesita una Ley para ser evaluada. ¡A la EGB, no la dejaron de madurar!
 

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