Me encuentro con un profesor
universitario, gaditano él, a quien hacía mucho tiempo que
no veía. Está a punto de jubilarse, y lo primero que hace es
recordarme los buenos ratos que hemos pasado juntos en el
Hotel La Muralla, antes de convertirse en Parador. Pues él,
por tener novia aquí, frecuentaba el famoso rincón del
Muralla, sito en este establecimiento, hace casi treinta
años. Lugar donde nos presentaron. Luego, tras casarse, dejó
de venir. O mejor dicho: sus visitas fueron ya mucho más
espaciadas.
Cada vez que nos vemos, que dicho ha quedado ya es de higos
a brevas, mi estimado profesor me echa en cara el que yo no
haya ido a la Universidad. Que ha sido una pena, continúa
diciéndome, esta vez, que me haya quedado sin titulación
académica. Una titulación que me habría venido muy bien,
según él, en todos los sentidos.
Y mi respuesta es siempre la misma: llevas razón, claro que
sí; pero bien es verdad que unas veces por hache y otras por
be no pude permitirme hacer carrera alguna. En realidad,
tampoco ha sido algo que me haya dejado secuelas. Y es
entonces cuando mi estimado profesor pone cara de extrañeza.
Porque está convencido de que mis palabras tratan de
quitarle importancia a lo que significa ser licenciado en
cualquier materia.
De modo que aprovecho la ocasión para provocarle. Así que le
digo lo siguiente: mira, Fulano, en mis conversaciones con
un catedrático balear, acerca de los estudios
universitarios, éste me decía que saber cuenta muy poco en
la Universidad; que lo principal era aprobar. Y cuando yo le
contaba mi disgusto por no haber podido ser universitario,
se rebelaba. Y no se cortaba lo más mínimo en pronunciarse
así: “A los temperamentos fuertes, la Universidad los
ahoga”. Y a partir de ahí argumentaba de carrerilla todos
los males que se generaban en los templos del saber, y que,
por razones obvias, eran para mí desconocidos.
Mi estimado profesor, con cara desencajada, tarda nada y
menos en cambiar de conversación. Y lo hace preguntándome si
es verdad que José Fernández Chacón ha cumplido sus
obligaciones como delegado del Gobierno en Ceuta, de manera
notable. Que es lo que él tiene entendido. Más bien lo que
ha venido oyendo entre sus amistades en Ceuta. Pero que
desea saber mi opinión al respecto.
Opinión que no tardo en ofrecerle. Vamos a ver, le digo al
profesor universitario: José Fernández Chacón ha cumplido, a
principios de este mes que está dando las boqueadas, tres
años en la Delegación del Gobierno. Y, durante ese tiempo,
ha sabido ganarse el afecto de innumerables ceutíes. Y, por
encima de todo, ha contribuido al bienestar de esta tierra,
en la medida de sus posibilidades y mucho más. Ha sido
generoso con el presidente de la Ciudad. Importándole un
bledo y parte del otro, el que Vivas pertenezca al PP. Lo
cual es digno de encomio. Y demostración palpable de que
Fernández Chacón es una persona de bien.
-¿Es tratable? –pregunta el profesor universitario.
“La verdadera talla de un hombre la da su sencillez, no el
pedestal al que se aupa”. Es el caso de JFCH. Lo vamos a
echar de menos en su momento. Sobre todo, como no podía ser
de otra forma, todos los que hemos tenido la suerte de
conocerle más. Porque tiene simpatía, sentido del humor,
deseos de agradar y, naturalmente, porque se prendó de Ceuta
desde que arribó a ella.
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